Este artículo es la parte 6 de una serie de 7 publicaciones, la que muestra con bases bíblicas cómo tratar a aquellas personas que tienen opiniones distintas, especialmente a quienes difieren sobre la fe en Cristo.
II Argumentos generales
Estos argumentos dirigen su apelación a algo más que el texto concreto de la Escritura, a saber, la lógica, la historia y la tradición. Mientras que la autoridad involucrada no está al mismo nivel que la Biblia, la Palabra de Dios, ésta influye en las discusiones y debe ser considerada por los que desean presentar un argumento sólido. Apelación a la razón. La razón humana, especialmente si no cuenta con la guía de la revelación divina, es propensa a desviarse, sea que esté indebidamente influenciada por los prejuicios (lo que nosotros conocemos como “racionalización”) o bien, cuando la razón olvida sus límites apropiados e intenta aplicar a lo infinito lo que es válido únicamente para las categorías finitas. No obstante, la razón es un don divino para la humanidad, indispensable para el proceso de recibir, aplicar y comunicar la revelación. (Cf. J.I. Packer, “Fundamentalism” and the Word of God, (El fundamentalismo y la palabra de Dios), páginas 128-137.) Es parte integrante de la imagen de Dios en la humanidad. Ir en contra de la lógica es buscar la autodestrucción, pues la lógica tiene una forma de batir a su propio camino en el proceso de la historia. Por tanto, los argumentos racionales se pueden presentar con propiedad, y se debe responder a los argumentos que sostienen quienes difieren de nosotros.
- De manera positiva, me conviene demostrar que mi opinión está en armonía con la totalidad de la verdad revelada, con la estructura de la fe cristiana como un organismo de verdad. Promoveré la aceptación de un principio individual si puedo demostrar que está inevitablemente relacionado con otros elementos de la fe en los cuales la persona que difiere de mí y yo estamos de acuerdo. Por ejemplo, alguien que acepta la doctrina de la Trinidad será bastante propenso a confesar la Deidad de Cristo y viceversa.
De manera específica, esto sirve para dejar en claro los efectos dañinos e incluso desastrosos que lógicamente provoca la separación de la posición por la que estoy abogando. Al hacer esto, debo distinguir con cuidado entre la opinión que la otra persona defiende y la implicación que yo percibo como resultado de ella. La incapacidad de hacer esta distinción ha provocado la ineficacia de la mayor parte de la teología polémica. Los cristianos han desperdiciado una enorme cantidad de municiones bombardeando las áreas en las que sus adversarios, en realidad, no estaban, pero donde se pensaba que iban a terminar por lógica. Tal vez, Dios así lo ha ordenado providencialmente para que la teología polémica no fuera tan destructiva como los combatientes suponían. Luchar contra una caricatura no es la “gran cosa”, ¡y derribar a un hombre de paja no le da el derecho a nadie de recibir la cruz por el servicio distinguido! La seguridad es parte de la estrategia apropiada para demostrarles a los que difieren que la opinión tiene implicaciones nocivas que serán difíciles de resistir con el correr del tiempo; pero uno debe ser consciente de que es necesario tratar la posición presente en vez de la evolución prevista.
- En cuanto a lo negativo, necesito enfrentar las objeciones que surgen contrarias a mi opinión. Algunas de ellas son irrelevantes pues están basadas en un malentendido de los temas. Tratar con ellas me ayudará a aclarar mi posición y reafirmarla con medidas de seguridad apropiadas para evitar la parcialidad, la exageración o los conceptos erróneos. Por ejemplo, puedo demostrar que la expiación limitada no es incompatible con una oferta universal de salvación en Cristo, aun cuando los que apoyan la expiación universal con frecuencia piensan que sí lo es. Otras objeciones pueden señalarse como inválidas, pues se aplican a la opinión de los que difieren de la mía. Incluso, otras objeciones pueden reconocerse como secundarias; es decir, dificultades que pueden resolverse o no, en lugar de ser consideraciones que anulan una posición contraria establecida. Por ejemplo, algunas contradicciones presuntas entre dos pasajes de la Escritura representan una dificultad para la doctrina de la inerrancia en vez de un desprestigio de este principio establecido de la fe. Obviamente, la situación más ventajosa ocurre cuando una objeción puede convertirse en un argumento positivo en favor de la opinión opuesta. La manera en que Jesús trató la ley del Antiguo Testamento en Mateo 5:21-42 es un buen ejemplo. Para un lector superficial, podría parecer que en este texto, Jesús repudia la autoridad de la Ley, cuando en realidad Él la confirma y la reafirma por medio de Su interpretación espiritual.
Además, a veces es efectivo desafiar a una persona que difiere de nosotros a promover un enfoque alternativo para que podamos proceder con la crítica. Por ejemplo, una persona que niega la Deidad de Cristo puede verse presionada a dar su respuesta a la pregunta, “¿Quién dices que soy?” (Mateo 16:15). Cualquier respuesta que carezca de la deidad total puede sonar profundamente insatisfactoria, ya que puede conducir a una forma de politeísmo o a fracasar completamente en explicar los hechos de la vida, la muerte y la resurrección de Cristo. Se puede esperar que los que tienen opiniones insatisfactorias dejen las ruinas humeantes de sus sistema y se refugien en el edificio sólido de la fe “que de una vez para siempre fue entregada a los santos” (Judas 3). Apelación a la historia y a la tradición. El curso de la historia es un laboratorio notable que nos permite observar la evolución probable que se deriva de la conservación de ciertos principios. Las decisiones de los concilios o las declaraciones de las confesiones de fe a menudo son orientadas a proteger a la iglesia de las opiniones erróneas que el pueblo de Dios reconocía como peligrosas o incluso fatales para la fe. Descuidar esta vía de conocimiento es arriesgarnos a repetir algunos errores del pasado que alguien familiarizado con la historia podría ayudarnos a evitar. Los debates Cristológicos de los siglos IV y V deberían protegernos de errores idénticos como el arrianismo y el apolinarianismo, el nestorianismo y el monofisismo, sin pasar por las circunvoluciones que experimentó la iglesia de aquellos días. De manera similar, la Reforma del siglo XVI, debería protegernos de repetyr los errores de la iglesia católica romana. De manera positiva, me resulta apropiado intentar demostrar que estoy en consonancia con la ortodoxia en general y específicamente con las declaraciones de fe que han recibido una gran aceptación o que son parte de las normas subordinadas de mi iglesia o de la iglesia del que difiere. Esto será realmente importante si la formulación fue establecida con el propósito de advertir sobre una posición semejante a la de mi opositor. Todas las declaraciones hechas por el hombre están sujetas a revisión y corrección, pero a primera vista parece imposible que una opinión que está en contradicción total con el Credo Niceno o incluso con las Normas de Westminster resulte ser correcta, mientras que estos credos venerados, probados durante siglos de pensamiento cristiano, puedan ser erróneos. Específicamente, la posición del que difiere puede aproximarse a una herejía muy conocida, llamada heterodoxa, que en el curso de la historia puede proporcionar una representación de lo que sucede con los que se entretienen en ella. El curso desastroso del arrianismo, que culminó en la Conquista Musulmana en el norte de África, puede ser un ejemplo. Sin embargo, necesitamos tener cuidado de reconocer la importancia de pesar todos los factores operativos en vez de pesar únicamente algunos factores seleccionados, los cuales parecen adecuarse a nuestro fin. La desaparición del cristianismo en el norte de África se dio ampliamente en Egipto, donde prevaleció la tendencia monofisista, así como en las tierras que habían sido conquistadas por los vándalos, que tenían un compromiso con el arrianismo. Los que se regodeaban con la creciente heterodoxia del movimiento arminiano en Holanda probablemente debieron estar algo estupefactos al pensar en el destino del calvinismo en Nueva Inglaterra, el cual pasó de la alta ortodoxia alrededor de los 1650 a la deserción unitaria y pelagiana que fue bastante masiva a comienzos del siglo XIX. Estas observaciones no anulan el valor de las lecciones de la historia, sino que básicamente nos amonestan a ser precavidos a la hora de aplicarlas. De manera negativa, el curso de acción fue estrechamente similar a lo descrito anteriormente. Las objeciones que surgieron en contra de mi opinión pueden resultar contraproducentes, porque apoyan mi opinión en vez de debilitarla; irrelevantes, porque no tratan con mi verdadera opinión o porque le ponen el mismo peso a la opinión del opositor; o inconsecuente, porque sólo tienen una posición secundaria sobre los temas.