¿Cómo nos transforma la santidad de Dios?

Si queremos conocer y amar al Dios vivo y santo, debemos ser personas que realmente lo han encontrado como el Dios que es santo
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Como es bastante notorio, muchas personas e iglesias en nuestro mundo han olvidado, pasado por alto e ignorado la santidad de Dios. Existen cuatro consecuencias desastrosas por no apreciar, amar y proclamar la santidad de Dios: adoración frívola y trivial, la Gran Comisión perdida en las iglesias, vidas mundanas e impías, e innumerables falsos creyentes que incorrectamente piensan que conocen a Dios.

Afortunadamente, hay un remedio para este problema generalizado de olvidar la santidad de Dios. Si queremos conocer y amar al Dios vivo y santo, debemos ser personas que realmente lo han encontrado como el Dios que es santo.

Alguien podría preguntar: “¿Cómo sé si he encontrado a este Dios santo?”. Tres ilustraciones de la Escritura nos muestran lo que sucede cuando las criaturas encuentran a este Dios santo. A la luz de estas ilustraciones, podríamos poner nuestros corazones a prueba, para ver si realmente hemos entendido y comprendido que creemos en la revelación de la Escritura de Dios como inmutable, eterna y perfectamente santo.

Moisés

La primera ilustración es la de Moisés en Éxodo 3:1-6; 33:13-34:8. Moisés se encontró con Dios, quizás, más que nadie en el Antiguo Testamento, y es fascinante observar cómo le afectó el encuentro con Dios en Su perfecta santidad. Al leer cómo Dios se reveló a Moisés en la zarza ardiente, vemos tres hechos acerca de los pecadores que se encuentran con Dios en Su santidad.

Primero, la santidad de Dios puso distancia entre Dios y Moisés. Segundo, Dios ordenó a Moisés mostrar reverencia por Su santidad. Tercero, cuando Moisés se dio cuenta de que había encontrado a Dios (el Dios vivo y verdadero que es santo), escondió su rostro y le aterrorizó mirar a Dios. En este punto de la relación de Moisés con el Señor, él era un creyente en el Dios de Israel, pero también parece saber muy poco sobre el sacrificio, la redención o el perdón. El miedo de Moisés en este episodio de la zarza ardiente tiene mucho sentido. Sin embargo, a medida que pasa el tiempo, Moisés empieza a conocer la compasión de este Dios santo, el camino de la salvación que se proporciona a través del sacrificio y el perdón que llega a los pecadores. En consecuencia, las interacciones de Moisés con Dios cambian para reflejar la mayor comprensión de Moisés de la santidad de Dios en su plenitud.

Moisés se encontró con Dios como pocos en el Antiguo Testamento, y es fascinante ver cómo ese encuentro con Su perfecta santidad lo transformó./ Foto: Light Stock

En Éxodo 33, observamos un contraste significativo. Moisés ha visto la misericordia, el perdón, la gracia y la compasión de este Dios santo. Ahora, en lugar de desear esconder su rostro de Dios, quiere conocer a este Dios santo y estar en la presencia del Señor.

Dios accedió a la petición de Moisés de ver Su gloria tanto como su pecadora humanidad podía soportar, permitiendo a Moisés ver las partes traseras de Su gloria y declarando Su nombre ante Moisés. Vemos, sin embargo, que el temor y la reverencia de Moisés hacia Dios no cambiaron. Moisés nunca perdió ese sentido de sobrecogimiento ante la majestad de la santidad infinita de Dios. La santidad de Dios ya no lo aterrorizaba como alguien que quería huir de Dios porque sabía que Dios lo había perdonado y aceptado. Sin embargo, la santidad de Dios todavía hacía que Moisés se inclinara en adoración y diera reverencia a Dios y le temiera.

La iglesia de hoy tiene demasiada familiaridad con el Santo de Israel, una simplicidad, y una falta de reverencia y temor. Si realmente hemos encontrado a Dios en Su majestuosa santidad, nunca jugaremos con Él. Por el contrario, lo anhelaremos, lo amaremos, lo adoraremos; querremos estar con Él, y querremos que Él esté con nosotros, pero nunca perderemos el sentido de que Él es Dios, y nosotros no.

Isaías

Isaías fue otro hombre que se encontró con Dios cara a cara. En Isaías 6, vemos tanto a Isaías (un hombre pecador) como a los santos ángeles encontrándose con Dios. Incluso los ángeles en la presencia de Dios, los que nunca cayeron en pecado, están abrumados por la santidad de Dios. Se cubren el rostro por la imponencia de la santidad de Dios, y se cubren los pies en señal de honor y reverencia ante este Dios santo. Si ángeles tan poderosos, que nunca han pecado, reverencian y temen al Santo de Israel, ¿cuál sería la respuesta de un pecador ante Su gloriosa santidad?

Esa respuesta se nos da en la respuesta de Isaías a esta visión. Pronuncia una maldición sobre sí mismo, reconociendo que por muy bueno que pensara que era antes de ese momento, estaba maldito a causa de su pecado en presencia del Dios santo sentado en el trono. Isaías confiesa que está total y completamente contaminado ante un Dios tan perfecto y santo.

Tras la triste muerte del rey Uzías, el profeta Isaías tuvo una poderosa e impactante visión del Dios Santo.

La reacción de Isaías al ver la santidad de Dios es similar a la de Moisés: miedo, temor y perdición inminente. Esta es la respuesta correcta cuando un pecador se encuentra con Dios en Su santidad y reconoce que es totalmente indigno y que está bajo la justa pena de muerte por su pecado.

Una vez que los pecados de Isaías son perdonados, más adelante en el pasaje, el tono de la escena cambia por completo. Isaías pasa de maldecirse a sí mismo por su pecado a ofrecerse como voluntario para servir al Señor. Se trata de una transformación total: ver la santidad del Señor en el contexto del perdón produce santidad en la vida del pecador. Isaías sale de la presencia del Señor santo, dándose cuenta de que su único objetivo en la vida en adelante es ser santo, ser obediente y someterse a la voluntad de su Señor santo.

Pedro

Pedro también se encontró con la santidad del Señor en Lucas 5. Nota que en este momento, la santidad de Cristo estaba velada en carne humana. No era el mismo nivel de majestuosa santidad que Isaías vio cuando observó a Cristo sentado en el trono celestial con todos los ángeles a Su alrededor. Jesús era, en todas las apariencias externas, un hombre humano normal; pero incluso este vislumbre de la santidad de Cristo abrumó a Pedro cuando su Señor causó un gran milagro durante su expedición de pesca.

La respuesta de Pedro fue exactamente como la de Isaías. Le dijo a Jesús que se fuera porque Jesús había expuesto su pecado. Pedro supo inmediatamente que Jesús era santo, pero él no. Pedro se llenó de temor, de asombro y de reverencia; se postró a los pies de Jesús. Fue entonces cuando Pedro se convirtió en un discípulo a tiempo completo de Jesucristo. Puso en la balanza el valor de un lucrativo oficio de pescador y el valor de la santidad de Cristo que le llamaba como discípulo, y la elección fue obvia.

La santidad de Cristo abrumó a Pedro cuando su Señor causó un gran milagro durante su expedición de pesca.

Los que comparan las narraciones de Isaías y Pedro deberían notar que hay exactamente cero diferencia entre el Dios santo del Antiguo Testamento y el Santo Hijo de Dios que vino a buscar y salvar lo que estaba perdido. La santidad, la respuesta y la reverencia son las mismas.

Hebreos 12:18-29 resume perfectamente lo que significa para el creyente del nuevo pacto encontrarse con nuestro Dios santo. Los versículos 18-21 nos recuerdan la santidad de Dios y el terror que causa a los pecadores bajo la ley, de tal manera que hasta Moisés tembló al verla. Los versículos 22-24 explican que no hemos venido a una montaña terrenal, sino al monte Sión, la Jerusalén celestial. Tenemos la sangre de Cristo que nos cubre; tenemos un nuevo pacto en el que nuestros pecados son perdonados; y tenemos un mediador en Cristo que nos lleva a Dios para que podamos morar alegremente en Su presencia para siempre.

Los versículos 28-29 resumen el resultado de esta gloriosa relación del nuevo pacto que tenemos con nuestro santo Dios cuando nos encontramos con Él. Venimos ante nuestro santo Dios con gratitud porque Él nos ha provisto de un Sumo Sacerdote perfecto, un Mediador perfecto, un mejor pacto basado en mejores promesas, y una sangre que ha lavado nuestros pecados. Con esa gratitud, venimos con reverencia y temor porque nuestro Dios sigue siendo un fuego consumidor.

¿Hemos encontrado al Dios que es santo, santo, santo, el Dios de Moisés, el Dios de Isaías, el Dios de Pedro, el Dios que es fuego consumidor? ¿Hemos escuchado a través de las promesas de Su Palabra que, mediante la fe en Cristo, Él ha quitado nuestro pecado a través de la sangre de Su Hijo, nos ha acogido en Su santa presencia y nos ha transformado a través de nuestros encuentros con Su santidad? Son preguntas de peso que hacemos bien en plantearnos hoy.


Originalmente publicado en Founders Ministries.

Robb Brunansky

El Dr. Robb Brunansky es Pastor y Maestro de Iglesia Bíblica Desert Hills, en Glendale, Arizona. Puedes seguirlo en X @RobbBrunansky

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