[dropcap]H[/dropcap]ace poco escuché a alguien decir: «La música en esa iglesia es excelente». No tardé mucho en entender qué quería decir: que la iglesia tiene un excelente programa musical. Tienen una banda conformada por músicos talentosos que tocan y cantan con habilidad y belleza. Ser parte de esa iglesia es beneficiarse de las habilidades de un increíble grupo de músicos. Esto es lo que tendemos a implicar cuando consideramos la música de una iglesia. Cuando decimos que la música de una iglesia es excelente, normalmente nos referimos a la habilidad combinada de las cinco o seis personas que se paran al frente y dirigen. Pero por mucho tiempo he hecho esta observación: algunas de esas iglesias tienen bandas que tocan bellamente pero congregaciones que no pueden o no quieren cantar. Tienen líderes que dirigen con destreza, pero miembros que siguen casi en silencio. Si uno mantiene los ojos fijos el frente, no puede evitar quedar impresionado; si mira alrededor, no puede evitar quedar preocupado. Estoy convencido de que la mejor evaluación de la música de una iglesia no es lo que acontece en el escenario, sino lo que ocurre en los asientos. No es tanto los sonidos y las vistas de una banda dirigiendo, sino los sonidos y las vistas de una congregación adorando. Una iglesia con un programa musical realmente excelente es aquella que podría adorar igualmente bien el día que se vaya la electricidad y los instrumentos no toquen. Una iglesia con un programa musical realmente excelente es la que genera mucho más sonido a partir de las voces naturales que de sus instrumentos amplificados. Una iglesia con un programa musical realmente excelente es aquella donde la gente canta, realmente canta. Hace poco estaba pensando en lo que hacen nuestras iglesias para entrenar y capacitar a nuestras congregaciones para cantar. Después de todo, la Biblia nos manda a todos a cantar como una parte central de nuestro ministerio mutuo (ver Colosenses 3:16). Aparte de nuestros servicios de adoración, tendemos a tener todo tipo de oportunidades de enseñanza y capacitación; tenemos estudios bíblicos y grupos juveniles, tenemos clases de teología sistemática paternidad, y conocimiento bíblico. Pero pocas iglesias tienen oportunidades de capacitar a nuestras congregaciones para cantar. Nuestras bandas practican y nuestros coros ensayan, pero rara vez instruimos a toda la congregación. Rara vez creamos oportunidades para enseñar nuevas canciones, para enseñarles a cantar esas canciones en partes, para ayudarles a crecer en su habilidad. El canto es una de las pocas partes del servicio de adoración en el que todas las personas participan y sirven, y no obstante rara vez entrenamos a nuestras congregaciones para que participen y sirvan adecuadamente en este ministerio clave. Si te gustaría que tu iglesia tuviera un excelente programa musical, quizá valdría la pena preguntarse esto: ¿de qué manera estamos capacitando a nuestra iglesia para que cante?