Una forma sencilla de iniciar cada día en oración

¿Qué significaría iniciar el día de forma diferente, más precisamente, orando de acuerdo con la verdad?
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Cada día se empieza con una oración, de una manera u otra

En su libro The Common Rule [La regla común], Justin Earley explica que, a menos que creemos nuevos hábitos de oración evangélica por la mañana, empezaremos el día con algún tipo de «oración» que hemos tomado prestada del mundo. Ya sea un lamento cargado de ansiedad o una decisión autosuficiente, algo llena nuestra mente en cuanto nos despertamos, dirigiéndonos a mirar más allá de nosotros mismos, o al menos más adentro. Y aquí está el asunto: a menos que tengamos la intención de que nuestras oraciones concuerden con la verdad, no lo harán. ¿Qué significaría iniciar el día de forma diferente, más precisamente, orando de acuerdo con la verdad? Significaría, para empezar, que no nos limitamos a mirar más allá de nosotros mismos (y ciertamente no al interior), sino sólo a Dios. Eso parece bastante sencillo: empezar cada día orando a Dios según la verdad. Sin embargo, pronto nos damos cuenta de que orar la verdad como hábito diario puede resultar complicado. Por un lado, orar regularmente la verdad significa que decimos muchas de las mismas palabras una y otra vez. Nos dirigimos a Dios de la misma manera, declarando las mismas realidades. No las decimos en vano, pero las repetimos. Por ejemplo, Dios es verdaderamente nuestro Padre en el cielo cada vez que oramos, y así lo decimos, si no cada vez, al menos repetidamente. Y a menos que sólo pidamos a Dios varias cosas, nuestra oración implicará adorar a Dios por Sus atributos (que nunca cambian) y agradecerle Sus dones (que son constantes), y esto también significa repetición. Pero al repetir las mismas verdades, ¿qué pasa si caemos en una especie de formalismo de paja? ¿Y si acabamos repitiendo lo mismo?

Un problema tras otro

Esto es un peligro. Los hábitos, por definición, se convierten en una segunda naturaleza para nosotros; los hacemos casi involuntariamente, sin necesidad de hacer trabajar nuestra voluntad. Pero si a eso nos lleva orar de forma sincera, ¿significa eso que nuestras oraciones son poco sinceras (o menos sinceras)? ¿Nos hemos metido en un agujero más profundo? Para remediar el primer problema de no orar diariamente de acuerdo con la verdad, ¿hemos creado un segundo problema de formalismo de paja? Aunque el formalismo de paja es posible, también deberíamos considerar el peligro alternativo de confiar en la creatividad y la espontaneidad para llevar nuestra vida de oración. ¿Cuán creativos y espontáneos suponemos que debemos ser? ¿Imaginamos que nuestra oración a Dios debe seguir los mismos patrones de nuestro diálogo con los amigos? ¿Debemos acercarnos a Él sin ninguna agenda, ya sea la Suya o la nuestra? Tal vez supongamos que debemos orar guiados por lo que parezca surgir durante nuestro tiempo juntos, como si estuviéramos sentados frente a un confidente de confianza, con una taza de café en la mano. Por muy romántica y auténtica que pueda parecer esta idea, el problema de este tipo de oración creativa —al menos para muchos de nosotros— es su falta de practicidad. Nos hace especialmente vulnerables a lo que D.A. Carson llama «desviación mental», lo que tiene mucho sentido si tenemos en cuenta una diferencia obvia entre Dios y nuestro amigo del café: Dios es invisible (1 Tim 1:17). No es fácil mantener una conversación con una persona invisible. Hace falta encerrar en nuestras mentes y corazones una energía inusual, que tiende a decaer. Una de las razones por las que las crisis mejoran nuestra vida de oración es que nos enfocan, al menos durante una temporada.

Desviación mental

Carson describe lo que quiere decir con «desviación mental» en su libro Praying with Paul [Orando con Pablo], y es seguro decir que la experiencia resuena con todos nosotros. Da el siguiente ejemplo: “Querido Señor, te agradezco la oportunidad de llegar a Tu presencia por los méritos de Jesús. Es una maravillosa bendición llamarte Padre… (Me pregunto dónde habré dejado las llaves del coche). Padre celestial, he comenzado pidiendo que cuides de mi familia, no sólo en el ámbito físico, sino en la dimensión moral y espiritual de nuestras vidas… (Vaya, el sermón del domingo pasado fue muy malo. Me pregunto si podré escribir el informe a tiempo). Padre, dale verdadera fecundidad a esa pareja de misioneros que apoyamos, cualquiera que sea su nombre… (¡Oh! Casi había olvidado que prometí arreglar la bicicleta de mi hijo hoy)” (2). El riesgo de esta experiencia es que nos desanimemos tanto, e incluso seamos tan cínicos, que dejemos de orar. Se nos da tan mal que intentarlo nos parece una pérdida de tiempo. Pero si entendemos que la falta de oración es el mayor peligro, entonces la mente divagante o las repeticiones sin sentido se vuelven de repente más normales, parte de nuestra humanidad en esta época. Es una humanidad redimida en el sentido de que oramos, pero sigue siendo humana en el sentido de que orar es una lucha.

Repetir habitualmente las oraciones auténticas

Carson aborda estas y otras dolencias con varias lecciones sobre la oración, incluyendo, en primer lugar, que debemos planificar la oración; y en segundo lugar, que debemos adoptar formas prácticas para impedir la desviación mental durante esas reuniones. Entre estas formas prácticas menciona vocalizar nuestras oraciones, orar sobre las Escrituras y llevar un diario de nuestras oraciones. Siguiendo la misma línea de pensamiento, yo añadiría repetir habitualmente las oraciones auténticas. En otras palabras, orar las mismas verdades en los mismos momentos cada día. Este método aplica ambos consejos de Carson: convierte la oración en una práctica regular y mantiene nuestras oraciones en el camino correcto. Al repetir habitualmente las oraciones auténticas, matamos unos cuantos pájaros de un tiro: hemos eliminado la falta de oración, hemos mitigado la posibilidad de desviación mental y, en la medida en que estas oraciones repetidas son realmente auténticas, hemos dirigido nuestras oraciones de acuerdo con la verdad, que era nuestro problema desde el principio. La última pieza, y la que es imposible de guionizar, es cómo mantenemos estas oraciones en la realidad. Para ello, necesitamos la gracia continua de Dios. Al mismo tiempo, hay que tener en cuenta que repetir ciertos dichos todos los días no los hace necesariamente poco sinceros. Por ejemplo, yo les digo exactamente lo mismo a mi mujer y a mis hijos todos los días, incluso varias veces al día, y nunca he dejado de ser sincero, aunque a veces lo diga con más ganas que en otras ocasiones. Orar con celo es una esperanza que merece la pena —¡y que Dios la conceda!—, pero nuestro primer objetivo debería ser empezar el día con una oración genuina que esté de acuerdo con la verdad. ¿Cómo se hace eso?

Empezar cada día

Todos los días, en el momento más temprano posible —antes de consultar el teléfono o de que tu mente empiece a prepararse para lo que te espera, pero después de que seas lo suficientemente consciente como para pensar—, considera la posibilidad de recitar una sencilla oración llena de la verdad. En The Common Rule [La regla común], Earley ofrece este ejemplo: «Espíritu, fui hecho para tu presencia. Que este día lo pase contigo en todo lo que haga. Amén». Otro ejemplo es una petición en cuatro partes tomada del Salmo 51, o quizás una del Salmo 143, o muchos otros ejemplos de este tipo que se encuentran en The Book of Common Prayer [El libro de oración común]. Si nuestra vida de oración va acompañada de una vida de lectura bíblica, entonces tenemos nuevas oportunidades cada día de tropezar con otro camino para la oración. Escuchar a Dios es una de las mejores preparaciones para hablar con él. Si es posible, considera hacer de este sencillo hábito de oración un objetivo a lo largo del día, repitiendo diferentes oraciones por la mañana, al mediodía y a la hora de acostarte. Pero empieza por la mañana, ya que marca lo que muchos llaman un «hábito clave». La idea, popularizada por el best-seller de Charles Duhigg El poder de los hábitos, es que no todos los hábitos son iguales. Algunos hábitos tienen el poder de iniciar una reacción en cadena. Duhigg escribe: «Los hábitos que más importan son los que, cuando empiezan a cambiar, desalojan y rehacen otros patrones» (101). Repetir oraciones auténticas, cada mañana, puede tener ese efecto.

Aprender a orar orando

Sin duda, ésta no es la única oración que hacemos, pero es la que seguramente haremos. A menudo, puede convertirse en un salto hacia oraciones más largas y conversas —como les gustaba decir a los puritanos, «oramos hasta que oramos»—. Carson nos recuerda esta persistencia puritana, que significa que debemos orar «lo suficientemente prolongado y honesto, en una sola sesión, para superar la sensación de formalismo e irrealidad» (18). En efecto, ¡ojalá Dios hiciera de eso nuestra costumbre! Si ya lo es, entonces no hagas caso de todo lo que se ha dicho aquí. Pero si esa meta está todavía por delante, compañero redimido, repetir las auténticas oraciones habitualmente, cada mañana, podría ser tu mejor paso siguiente. El difunto J.I. Packer pone todo esto en contexto, como lo cita Carson: “No hay una receta para la oración que pueda funcionar para nosotros como un manual de bricolaje o un libro de cocina, donde se afirma que si sigues las instrucciones no puedes equivocarte. Orar no es como la carpintería o la cocina; es el ejercicio activo de una relación personal, una especie de amistad, con el Dios vivo y Su Hijo Jesucristo, y su desarrollo está más bajo el control divino que bajo el nuestro… Como en otras relaciones estrechas, también en la oración: hay que descubrir por ensayo y error lo que conviene, y se aprende a orar orando” (19).

Jonathan Parnell

Jonathan Parnell es el pastor líder de Cities Church en Minneapolis–St. Paul, Minnesotta, donde vive con su esposa, Melissa, y sus siete hijos e hijas. Él es escritor de Never Settle for Normal: The Proven Path to Significance and Happiness [Nunca te conformes con lo normal: el camino probado hacia el significado y la felicidad].

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