Una explicación bíblica del arrepentimiento

Ahora, parece haber una confusión acerca de la doctrina del arrepentimiento. ¿Qué significa arrepentimiento? ¿Cómo se hace? ¿Es un requisito para la salvación? ¿Es un trabajo? Es importante para nosotros que tengamos un entendimiento correcto del arrepentimiento, pero para hacer eso, necesitamos entender primero el problema del pecado.

El problema del pecado

Hablando en general, la palabra pecado es un término de tiro con arco que significa «una falla al golpear la marca»—para el “pecado” su meta es fallar al blanco. Sin embargo, lo entendemos como una palabra religiosa, reflejando una falla moral o ética. Por cuanto la justicia de Dios puede ser entendida como el centro de ese proverbio que es el blanco, cualquier falla que golpee el centro es pecado. En estos días, sin embargo, a menudo tratamos al pecado como si fuera algún desgaste inocuo en el continuo cósmico. Tendemos a no tomar en cuenta el pecado como algo serio. Mal interpretamos su significado y subestimamos su poder. Más aun, lo que percibimos como un pequeño pecado es, en realidad, un ataque salvaje al carácter justo de Dios. Y eso, Dios lo castiga, incluso la más pequeña infracción con un juicio severo y justo—una eternidad en el infierno. La Biblia enseña que “Porque la paga del pecado es muerte” (Rom. 6:23 LBLA), y además, que “por cuanto todos pecaron” (Rom.3:23); nadie es justo verdaderamente. Una vez más, si el centro del blanco es la perfecta santidad de Dios, entonces la meta del pecado es fallar en alcanzar Su justo estándar. Pero aún más simple que fallar al blanco, el apóstol Juan nos dice que “el pecado es infracción de la ley (1 Jn. 3:4). Además, “el pecado consiste en hacer, decir, pensar, o imaginar, cualquier cosa que no esté conforme con la mente y la ley de Dios”. Más de ser simplemente una serie de defectos, tropiezos, pecadillos, o un error, el pecado es un afronte serio a la bondad y santidad de Dios. Es un ataque al trono del Rey. Para Dios, no es algo ligero; es un mal inmenso que está destinado a ser juzgado y erradicado. Pero, si todos somos culpables de pecar contra Dios, y Su única acción es la condenación divina, ¿Cómo puede haber esperanza? Aquí entra Jesucristo.

El perdón de pecados a través de Cristo

El Señor Jesucristo, quien es en sí mismo Dios en forma de hombre (Juan 1:1-3,14), vino a la tierra y vivió en perfecta obediencia a cada ley de Dios, y así completo el estándar divino perfectamente. Jesús vivió sin pecado (2 Cor. 5:21; Heb. 4:15; 1 Ped. 2:22), y de este modo se dio a sí mismo para ser asesinado en un sacrificio expiatorio—una propiciación—para el pecado (1 Juan 2:2). Ser el único sacrificio aceptable para el pecado, Jesucristo murió en el lugar de los pecadores como sustituto (1 Ped. 2:24), pagando un rescate al Padre; redimiéndonos de la maldición de la ley (Gál. 3:13). A través de la muerte sacrificial de Jesús, podemos ser perdonados de nuestros pecados por Dios (Col. 2:13), y somos justificados—declarados perdonados y justos por Dios, aunque somos culpables e injustos (Rom. 3:28; Gál. 2:16). Ese es el trabajo de Jesucristo en la cruz que hace que el perdón de pecado sea posible para nosotros. Y no solo el perdón, sino que reconciliación para con Dios—la restauración de la relación. Pablo escribe, “Pero Dios demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Entonces mucho más, habiendo sido ahora justificados por su sangre, seremos salvos de la ira de Dios por medio de Él. Porque si cuando éramos enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, habiendo sido reconciliados, seremos salvos por su vida” (Rom. 5:8-10). ¿Cómo recibimos Su perdón? Viene a través del arrepentimiento.

La necesidad del arrepentimiento

En el antiguo testamento, una palabra comúnmente usada para el arrepentimiento es “shub”, significa “cambiar el curso de una acción, de alejarse, o de volver atrás”. La palabra era a menudo usada para referirse a un retorno geográfico, como el retorno del pueblo de Dios del exilio. Sin embargo, también era usado para articular un retorno espiritual a Dios. En el nuevo testamento, la palabra arrepentimiento es la palabra griega metanoia, la cual significa literalmente “ocurrencia tardía”, y tiene que ver con un cambio de mente. Sinclair Ferguson define el arrepentimiento como “un cambio de mente que se dirige hacia un cambio de estilo de vida”. El puritano Thomas Watson nota que “el arrepentimiento es gracia del Espíritu de Dios por el cual un pecador se humilla interiormente y se reforma visiblemente”. John MacArthur ofrece una definición aún más matizada: “es la redirección de la voluntad humana, una decisión con propósito a abandonar toda la injusticia y en cambio, perseguir la justicia”.

Los elementos del arrepentimiento

Mientras definimos arrepentimiento lo cual es útil y necesario, será aún más valioso para nosotros si entendemos los diferentes elementos del arrepentimiento. Es importante notar que simplemente sentirse mal por el pecado no es en sí arrepentimiento. Varias veces, la reacción de dolor de rodillas está atada más al hecho de que la persona ha sido capturada y tiene que sufrir una pena; no es un lamento por el pecado en sí. Y eso, en lugar de pastorearnos a un entendimiento correcto del arrepentimiento, debemos ver que ahí hay tres elementos principales. El primero es intelectual. En cierto punto, uno necesita reconocer que está pecando. El mandato de Dios ha sido transgredido y la rebelión ha tomado su lugar. Es un reconocimiento intelectual; una realización. Esto es lo que significa “entrar en razón” (cf. Lucas 15:17). Después de todo, la palabra griega en el nuevo testamento, metanoia, pertenece más que todo a la mente, así como estar conscientes del pecado y experimentar un cambio en el pensar. El rey David, después de pecar con Betsabé, escribió,  “Te manifesté mi pecado, y no encubrí mi iniquidad” (Salmos 32:5). John MacArthur escribe “el arrepentimiento empieza con el reconocimiento del pecado—el entendimiento de que somos pecadores, que nuestro pecado afronta a un Dios santo y más precisamente, que somos personalmente responsables de nuestra propia culpa”. Uno de los problemas más grandes que enfrentamos es la inhabilidad, incluso renuencia, a reconocer y admitir nuestra propia culpa de pecado. Sin embargo, debemos llamarlo como lo que es y prepararnos para seguir a través de ello con el propósito que tenemos en nuestras mentes. El segundo es emocional. Aquí es donde los sentimientos entran a coalición. Es importante notar que el remordimiento sobre nuestra situación actual no es necesariamente una señal de verdadero arrepentimiento, sino que necesita ser genuina tristeza sobre nuestro pecado (2 Cor. 7:9-11) y sobre transgredir la ley de Dios. Como un creyente cristiano, deberíamos estar profundamente preocupados de que ofendimos a Dios con nuestra transgresión. Además, hemos roto la comunión con Él. Una vez más, David declara al Señor, “Porque no te deleitas en sacrificio, de lo contrario yo lo ofrecería; no te agrada el holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu contrito; al corazón contrito y humillado, oh Dios, no despreciarás” (Salmos 51:16-17 ). Dios nos quiere quebrantados y llorando por nuestro pecado. Esa es la marca de un verdadero arrepentimiento. Pero hay más. El tercero es el libre albedrio. Es un acto de la voluntad. Seguramente el primer paso es la confesión de pecado; trabajando de la mano con la primera parte —el intelecto— para realizar y reconocer el pecado. Louis Berkhof nota que ahí hay “un elemento de libre albedrío, consistiendo en cambiar el propósito, un alejamiento hacia el interior del pecado, y una disposición para buscar el perdón y la limpieza”. Cuando el rey Salomón se dispuso a dedicar el nuevo templo, el Señor vino a él y afirmó su promesa del pacto, si las personas obedecían, recibirían una bendición divina. El Señor le dijo a él, “y se humilla mi pueblo sobre el cual es invocado mi nombre, y oran, buscan mi rostro y se vuelven de sus malos caminos, entonces yo oiré desde los cielos, perdonaré su pecado y sanaré su tierra” (2 Crónicas 7:14). Definitivamente un cambio debió ocurrir, de otro modo no hay evidencia visible de arrepentimiento (ver Mateo 3:8).

Arrepentimiento y fe

Debemos recordar que no por el arrepentimiento es que somos salvos—es por la fe solamente en Jesucristo (Rom. 3:28; Gál. 2:16; Efesios 2:8-9). De hecho, Richard Owen Roberts escribe, “el arrepentimiento no es un pase de entrada al reino de Dios, sino que es una condición de la ciudadanía”. Sin embargo, el enlace entre las dos es inquebrantable, como “arrepentimiento y fe están casados, nunca se divorciarán. El verdadero arrepentimiento no está solo sino que siempre esta enlazado con la verdadera fe”. Por fe, un paso lejos de la rebelión del pecado es un paso también hacia adelante, hacia la obediencia de Dios. Louis Berkhof escribe, El verdadero arrepentimiento nunca existe a excepción de la conjunción con la fe, mientras, que por el otro lado, dondequiera que este la verdadera fe, también hay verdadero arrepentimiento. Los dos son sino diferentes aspectos del mismo cambio,–cambiar de dirección del pecado hacia Dios… no pueden estar separados; son simplemente partes complementarias del mismo proceso. Por fe, reconocemos y confiamos en ese Dios que dice quién es y que lo que ha revelado es bueno, correcto, y verdadero. Por fe, nos arrepentimos de trasgredir su perfecta ley. Por fe, confiamos en lo que Él nos ha prometido a aquellos quienes le obedecen, que es mayor que la patada miope que obtenemos del pecado, ya que toda una vida de pecado no arrepentido nos condena al infierno. Por fe, nos arrepentimos; nuestro arrepentimiento es fruto de nuestra fe. Así no habrá confusión, Robert acertó, “ambos, arrepentimiento y fe son mandatos para la salvación. Debes apartarte de tu pecado en vez de apartarte de Jesucristo. No puedes volver a Cristo antes de que te apartes de tu pecado. Arrepentimiento y fe se pertenecen la una a la otra. Cualquier atentado para separarlos es un error grave”. ¿Cuál es la promesa de Dios para nosotros acerca del arrepentimiento? “Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9). La promesa es doble; Él nos perdonará de nuestros pecados, removiendo nuestras transgresiones de nosotros (cf. Salmos 103:12; Col. 2:14) y nos limpiará, lavándonos de adentro hacia afuera, restaurando nuestras almas (Salmos 51:7; Efesios 5:26-27; Tito 3:5). Mientras que el pecado debe ser confesado porque es una ofensa pura a Dios, Él también tiene gracia al desear perdonarnos y restaurarnos.

Nate Pickowicz

(M.A., Trinity Theological Seminary) es pastor principal de Harvest Bible Church en Gilmanton Iron Works, NH.

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