¿De dónde viene el pecado? De una necesidad no satisfecha en Dios

Somos tentados con aquello que nos hace falta. Pero ¿por qué no buscamos que Dios satisfaga nuestras carencias?
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Sun Tzu, el antiguo autor de El arte de la guerra, creía que la clave para ganar una batalla era conocer tanto a tu enemigo como a ti mismo. “Si te conoces a ti mismo, pero no al enemigo, por cada victoria obtenida sufrirás una derrota. Si no conoces ni al enemigo ni a ti mismo, sucumbirás en cada batalla”.

En cuanto a nuestra batalla contra el pecado, debemos conocer a nuestro enemigo y a nosotros mismos. Nuestro enemigo, Satanás, está siniestramente activo en nuestra lucha contra el pecado (1P 5:8). Satanás tienta, engaña, miente y devora.

Pero ¿qué pasa con nuestra relación con el pecado? Las líneas entre las acciones de Satanás y las nuestras están, a veces, estrechamente vinculadas en la Biblia. Satanás llenó el corazón de Ananías para mentir al Espíritu Santo (Hch 5:3). Satanás puede tentar debido a la falta de autocontrol (1Co 7:5). Satanás puede engañarnos para que nuestros pensamientos se desvíen (2Co 11:3).

¿Cómo funciona esta interacción entre las tentaciones de Satanás y nuestras acciones? Si queremos entender a nuestro enemigo y a nosotros mismos, debemos responder a esta pregunta.

En cuanto a nuestra batalla contra el pecado, debemos conocer a nuestro enemigo y a nosotros mismos. / Foto: Unsplash

Picazón antes de la tentación

Quizás nuestra mejor guía para entender cómo funcionan la tentación y la acción juntas es Santiago 1:14: “Cada uno es tentado cuando es llevado y seducido por su propia pasión”. Aunque puede sorprenderte el énfasis que él hace en nosotros mismos en lugar de nuestro enemigo, Santiago enseña un hecho importante sobre cómo funciona el pecado al decirnos que el deseo precede a la tentación. No es la tentación en sí misma, sino el deseo de nuestro corazón por algo lo que nos lleva al pecado (Stg 4:1-2).

No puedes ser tentado a hacer algo que no deseas. No puedo tentarte a comer una taza de piedras. No importa cuánto lo agite tentadoramente frente a tu cara y te seduzca con dulces palabras sobre su textura y sabor, no lo encontrarás tentador. ¿Por qué? Porque no tienes deseo de comer piedras.

Solo podemos ser seriamente tentados por lo que deseamos. La tentación, entonces, no es algo que nos sucede; es algo que ocurre dentro de nosotros. Como dice Santiago, nuestros propios deseos nos atraen y seducen al pecado. Nuestros deseos son nuestro principal tentador. Esto debería ser un gran llamado de atención para nosotros. La forma de combatir el pecado no es principalmente tratando de resistir la tentación. La forma más efectiva de combatir el pecado es cambiando nuestros deseos.

La tentación, entonces, no es algo que nos sucede; es algo que ocurre dentro de nosotros. / Foto: Unsplash

¿De dónde vienen los deseos?

Para cambiar nuestros deseos, debemos saber de dónde provienen. El deseo solo puede existir donde falta algo. Los deseos nacen de una necesidad, percibida o real, que busca ser satisfecha (Gn 3:6). Deseamos comida cuando nuestros estómagos están vacíos. Deseamos calor cuando nuestros cuerpos están fríos. Los deseos nacen cuando nos falta algo.

Los deseos pecaminosos, entonces, deben provenir de la sensación de que nos falta algo. ¿Por qué alguien abusaría u oprimiría a otra persona? Porque carece de una sensación de poder o autoridad. ¿Por qué alguien trabajaría en exceso a expensas de su familia? Porque carece de una sensación de propósito o logro. ¿Por qué alguien engañaría a su cónyuge? Porque carece de una sensación de satisfacción. La tentación es la oferta que el pecado hace a tus deseos para llenar los lugares que están vacíos.

Pero ¿por qué elegimos el pecado sobre algo más para llenar esos lugares que nos faltan? ¿Por qué haríamos lo que Isaías 55:2 claramente desaconseja: “¿Por qué gastan dinero en lo que no es pan, y su salario en lo que no sacia?”. La respuesta nos lleva a la raíz de todo pecado.

Los deseos pecaminosos deben provenir de la sensación de que nos falta algo. / Foto: Envato Elements

Todo pecado proviene de la incredulidad

La incredulidad es la raíz de todo pecado (Ro 14:23). Elegimos el pecado para llenar los lugares que faltan en nuestras vidas porque no creemos que Dios pueda realmente llenarlos. Jesús enseñó este principio en el Sermón del Monte. Dijo que nos ponemos ansiosos porque no creemos algo sobre quién es Dios para nosotros. Jesús nos dice que, dado que Dios cuida de las aves y las flores, nos cuidará a nosotros mucho más (Mt 6:25-34).

Cuando no creemos esta verdad sobre la provisión de Dios, pecamos a través de la ansiedad. La reacción en cadena que Jesús asume en Su enseñanza sobre la ansiedad se puede seguir de la siguiente manera:

  • Incredulidad: no creemos en la provisión de Dios (“Hombres de poca fe”).

  • Carencia: nos falta una sensación de seguridad y protección (“¿Qué comeremos?”).

  • Deseo: deseamos sentirnos protegidos y en control (“Los gentiles buscan ansiosamente todas estas cosas”).

  • Tentación: el pecado nos tienta a descubrir cómo lo arreglaremos nosotros mismos (“No se preocupen”).

  • Pecado: cometemos preocupación innecesaria (“¿Quién de ustedes, por mucho que se afane, puede añadir a su estatura un codo?”).
Elegimos el pecado para llenar los lugares que faltan en nuestras vidas porque no creemos que Dios pueda realmente llenarlos. Foto: Envato Elements

Cómo combatir el pecado

Entonces, ¿cómo nos ayuda el conocernos a nosotros mismos y a nuestro enemigo a combatir el pecado? Si queremos combatir un pecado, tenemos que cambiar una creencia.

Considera el pecado de la preocupación ansiosa de la que habló Jesús. ¿Cómo dejamos de estar ansiosos? Bueno, no es solo diciendo no a sus tentaciones. Es cambiando lo que creemos sobre cómo Dios provee. Recuerda que, dado que Dios cuida de “las aves del cielo” (Mt 6:26) y de “los lirios del campo” (Mt 6:28), cuidará de ti, que eres de “más valor” que las aves (Mt 6:26). No combatimos la ansiedad tratando de dejar de estar ansiosos. Combatimos la ansiedad “buscando primero el reino de Dios y Su justicia”, sabiendo que todo lo demás que necesitamos “nos será añadido” (Mt 6:33).

Cuanto más ponemos nuestra fe en la verdad de quién es Dios para nosotros en Cristo, más llenará Él los lugares dentro de nosotros en los que hay alguna carencia. A medida que hace esto, el Espíritu Santo crea nuevos deseos dentro de nuestros corazones (Ro 8:1-11). Estos nuevos deseos cortan las piernas de la tentación, nos alejan del pecado y nos llevan hacia la santidad.


Artículo publicado originalmente en Desiring God.

David Bowden

Es un poeta de la palabra hablada y autor de “Rewire Your Heart”.Es fundador y presidente de Spoken Gospel (Evangelio Hablado), una organización sin fines de lucro dedicada a crear contenido centrado en el evangelio.David y su esposa Meagan tienen un hijo.

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