“…Y en su ley medita de día y de noche”. (Salmo 1:2b)
¿Cuál es tu último pensamiento antes de ir a la cama? ¿En qué es lo primero que piensas al levantarte? Lo más probable es que, como yo, al final del día estés agotado ya sea por el trabajo, los estudios y los quehaceres familiares. Asimismo, al levantarnos muchas veces lo primero que pensamos es lo que nos espera en ese día, y lo primero que revisamos es el celular o el periódico.
Es por esto que pienso que una de las prácticas más olvidadas en la vida cristiana es la meditación. Con esto no me refiero a una actividad mística por medio de la cual nos viene alguna iluminación especial. Tampoco me refiero a practicar el yoga o a la repetición de cierto mantra. Ni siquiera a algún tipo de meditación oriental con inciensos o música de fondo.
Es más, en una época como la nuestra, en la que hemos sido acostumbrados a rechazar todo lo que sea “lento”, o aun la idea de quietud, la idea de una meditación bíblica es extraña. Hemos sido acostumbrados a que todo sea rápido. Los comerciales, las películas, videojuegos e incluso las redes sociales, casi todo está caracterizado por la acción o rapidez sin reflexión. En medio de todo esto, ¿qué significado tiene la meditación bíblica?
¿Qué es la meditación bíblica?
Me encanta como el reconocido teólogo J.I. Packer la define en su libro El Conocimiento del Dios Santo:
“La meditación es la actividad que consiste en recordar, pensar y reflexionar sobre todo lo que uno sabe acerca de las obras, el proceder, los propósitos y las promesas de Dios. Es la actividad del pensar consagrado, que se realiza conscientemente en la presencia de Dios, a la vista de Dios, con la ayuda de Dios, y como medio de comunión con Dios”.
Es decir, la meditación bíblica es la actividad por la cual hablamos con nosotros mismos sobre Dios, sus obras, sus promesas, su persona y sus bendiciones. ¿Su propósito? Nuevamente, Packer nos dice: “…aclarar la visión mental y espiritual que tenemos de Dios y permitir que la verdad de la misma haga un impacto pleno y apropiado sobre la mente y el corazón”.
Sin esta práctica, nos quedamos con una mente la cual posee conocimiento pero, como el puritano Charles Bridges decía, termina siendo una mente llena de “una muchedumbre de ideas” sin impacto profundo alguno. Sin esta práctica, tendremos una mente iluminada por las verdades de las Escrituras, nuestro entendimiento fortalecido, nuestra imaginación ejercitada y nuestra memoria llena…pero un corazón desnutrido.
El descuido de esta práctica, junto a la de la oración, nos ha llevado a tomar decisiones, llevar a cabo acciones, y pensar cosas contrarias a lo que las Escrituras nos enseñan. Meditamos o reflexionamos más en las situaciones de nuestro día a día, en lo que pudo haber sido, en lo que será, y en muchas otras cosas, cayendo así en ansiedad, amargura, duda y desesperación o incluso ilusiones.
Sin embargo, cuando miramos la Palabra de nuestro Dios, y con detenimiento nos acercamos a ella, notaremos que los hombres de Dios continuamente reflexionaban y meditaban en quién Dios es y Sus obras para con ellos (o sus antepasados). Dios mismo esperaba que su pueblo hiciera esto.
“Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien”. (Josué 1:8)
“Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, Oh Jehová, roca mía, y redentor mío”. (Salmo 19:14)
“En mi corazón he guardado tus dichos, Para no pecar contra ti”. (Salmo 119:11)
“En tus mandamientos meditaré; Consideraré tus caminos”. (Salmo 119:15)
“¡Oh, cuánto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi meditación”. (Salmo 119:97)
“Mi boca hablará sabiduría, y la meditación de mi corazón será entendimiento”. (Salmo 49:3, LBLA)
¡Wow! Dios nos pide, nos llama y nos muestra (a través del salmista) cómo desea que Su santa Palabra more en nosotros más y más. No meramente leerla, no meramente escucharla, sino reflexionar y meditar en ella, día y noche.
Toma el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, mira sus promesas, lee con atención sus Palabras, recuerda la hermosa salvación que tenemos a través de Él por la cual tenemos comunión con el Padre, y reflexiona. Piensa en estas verdades y medita, ¿Por qué el Dios todopoderoso, puro y santo, te provee salvación y vida eterna a través de Su Hijo? ¿Por qué somos objetos de tan grande amor? Sí, las Escrituras dan estas respuestas, pero, ¿te has puesto a pensar la profundidad de estas verdades?
Un amigo recientemente me dijo, “nuestros ídolos son aquellas cosas en las que pensamos antes de dormirnos”. Aunque pudiéramos presentar algunas objeciones a tal declaración, pero definitivamente en algo nos pone a pensar… ¿en qué meditamos continuamente? ¿Son la Palabra, las obras y el carácter de Dios objetos de nuestra meditación?
“Traigo a la memoria los tiempos de antaño: medito en todas tus proezas, considero las obras de tus manos”. (Salmo 143:5 NVI)