Hay algo dentro del corazón humano, incluso el corazón humano regenerado, que disfruta de la maldad. Hay algo en nosotros que está atraído, casi como un magnetismo a veces, hacia aquellas cosas que son inapropiadas o hasta completamente viles. A veces cada uno de nosotros quiere mirar, tocar, probar, o experimentar lo que Dios prohíbe. Queremos ver cosas que glorifican la maldad, para participar en lo que esta fuera de los límites, para experimentar lo que Dios dice que es impropio. Una de las responsabilidades de cada cristiano, y especialmente líderes en iglesias cristianas, es entrenarnos a nosotros mismos para abrazar lo que es bueno y rechazar lo que es malo. Somos responsables de llenar nuestros corazones y mentes con lo que es bueno y vaciarlas de lo que es malo. Cuando el apóstol Pablo escribió a la iglesia en Roma dijo: “Pero quiero que seáis sabios para lo bueno e inocentes para lo malo” (Romanos 16:19). El bien pudo haber estado haciendo eco de lo que Jesús dijo a sus discípulos “Sed astutos como serpientes e inocentes como las palomas” (Mateo 10:16 LBLA). En otro momento Pablo dijo a la iglesia: “Sed niños en la malicia, pero en la manera de pensar sed maduros” (1 Corintios 14:20). En la medida en la que unimos estos pasajes y otros como estos, el punto se vuelve muy claro. Dios nos ha llamado a tener un amplio conocimiento del bien y un mínimo conocimiento del mal. Él nos llama a tener el juicio para identificar lo que es malo y la inocencia que viene de negarse a sumergirnos en él o incluso a exponernos a él. Debemos ser sabios y entendidos, pero debemos aprender de Adán y Eva que fueron antes que nosotros, a que nuestra sabiduría y conocimiento deben llevarnos a vivir dentro de los límites. Debemos reconocer que donde nuestro llamado es a ser astutos como serpientes e inocentes como las palomas, nuestra tendencia es a ser sabios como palomas e inocentes como serpientes (Según Kent Hughes). Este énfasis en la protección de la inocencia y el peligro del conocimiento es crucial en al menos dos áreas: teología y moralidad. En ambas áreas podemos estar tentados a ganar conocimiento que, al final, sirve solo para hacernos daño. En ambas áreas yo he presenciado devastación. En el campo teológico, he visto amigos y conocidos desarrollar una fascinación con los extremos doctrinales, errores, e incluso completas herejías. Ellos conocían la verdad como la proclama la Biblia, pero, quisieron agregar a su conocimiento un entendimiento exhaustivo del error. “Yo quiero estar seguro de que realmente lo entendí” o “Yo no creo en su afirmación, pero me gusta como argumenta sus puntos y construye su caso”. Y de alguna manera, con el tiempo ese error se vuelve menos y menos repulsivo, más y más atractivo. Eventualmente y para su propia sorpresa se encuentran a ellos mismos atraídos por el error, convencidos por él. Yo perdí a uno de mis amigos más cercanos por su bien intencionada lectura de Bart Ehrman. El aprendió, para su destrucción espiritual, lo que MacArthur insiste: “Mientras más voluntariamente nos asociemos con el mal, más bajo nos arrastrara a su nivel”. Eso lo hundió, lo destruyo, a él y a millones como él. En el campo de la moralidad, he visto a personas tan inmersas en la cultura pop y del entretenimiento que comienzan a imitar y a parecerse a las personas que admiran. Comenzaron con el deseo de ver cosas que eran un poco menos inocentes de lo que estaban acostumbrados y encontraron que en lugar de satisfacer sus apetitos, esto simplemente los estimulaba. Lo hicieron desde el deseo de expresar la libertad cristiana o el deseo de ser culturalmente informados y relevantes. Ellos van de película en película, de rating en rating hasta que nada es demasiado repulsivo, nada estaba fuera de los límites. La inocencia que una vez los protegió dio paso al conocimiento que los daño y hasta los destruyo. Y nosotros quienes presenciamos ese descenso vimos como los cambio, como los afecto. Nosotros deseabamos que entendieran lo que Mounce dijo una vez: “Dios nunca tuvo la intención de que sus hijos tengan amistad con la maldad para comunicar el evangelio a aquellos que están al alcance de ella”. Dios llama a cada uno de sus hijos a tener un extenso conocimiento de todo lo que es verdadero, puro y honorable. Él llama a cada uno de sus hijos a no tener un extenso conocimiento de lo que es falso e indecente y aborrecible. Él advierte que un profundo conocimiento del mal puede eventualmente traer con ello un deseo de disfrutar y abrazar ese mal, y que un profundo deseo por un amplio conocimiento del mal puede tener su raíz en motivos viles. Como cristianos necesitamos ser conscientes del mal, conscientes de su existencia, de sus formas y apariencia, sin desarrollar una obsesión con él. Necesitamos saber lo suficiente acerca del mal para discernir y resistirlo, sin detenernos a conectar nuestras mentes para llenarlas de él. Debemos ser, en palabras de Grotius “Muy buenos como para engañar, muy sabios como para ser engañados”. Nuestra experiencia es no estar en lo que es malo sino en lo que es bueno. De hecho, son aquellos con mayor experiencia en todo lo bueno, puro y amable quienes están mejor equipados para identificar y huir de aquello que es malo, inmundo y desagradable.
Publicado originalmente en Challies.com | Traducido por Gabriela Milano