Sin Biblia no hay desayuno. ¿Has escuchado alguna vez esta frasecita? ¿Alguien te ha dicho que la obedezcas? Es una letanía con la que he tropezado varias veces las últimas semanas. En un caso reciente, un popular líder cristiano la presentó como un lema necesario para el creyente, una característica básica de la obediencia cristiana. Al parecer él sugería que las personas piadosas no toman desayuno mientras no hayan leído la Biblia. Él contó que él sigue esta regla e insistía en que sus seguidores debían hacer lo mismo. Sentí escalofríos cuando lo dijo. Me ocurre casi siempre que escucho «sin Biblia no hay desayuno». Por lo que entiendo, la frase se originó con el evangelista chino Leland Wang. Él escribió una vez: «He vivido según la norma “sin Biblia no hay desayuno” durante cuarenta y cuatro años». Él explicó que había instituido esta norma personal después de convencerse de que muy a menudo estaba dispuesto a pasar por alto su lectura de la Biblia con el fin de ganar algunos minutos de sueño. «Encontré un… efectivo modo de asegurar mi lectura matinal. Si no leía al menos un capítulo para comenzar el día, no tomaba desayuno. “Sin Biblia no hay desayuno” se convirtió en mi lema». Se volvió su lema personal y pretendía asegurar que priorizara tiempo en la Palabra de Dios. De esta forma, la letanía no es distinta a ninguna de las normas o principios que tú y yo podríamos implementar para afrontar nuestras debilidades y promover nuestra santificación. «Sin Biblia no hay desayuno» puede ser justo lo que necesitamos para asegurarnos de que la Palabra de Dios cobre su debida prioridad en nuestra vida. Pero como cualquier otra norma o principio, debemos tener mucho cuidado con cómo lo aplicamos. Debemos ser cautelosos con cuánto peso le asignamos. El motivo por el que a menudo siento escalofríos al escuchar este lema es que algunos cristianos bienintencionados lo han convertido en una regla que comienza a atar la conciencia de otros creyentes como si fuera una señal inequívoca de piedad. En ningún lugar de la Biblia Dios insiste en que debamos pasar tiempo leyendo su Palabra antes de nuestra primera comida del día. De hecho, aunque se nos dice que debemos hacer de la Biblia una prioridad en nuestra vida, ni siquiera hay un mandato clave que nos diga que debemos tener un tiempo de devoción personal diario. Por este motivo, tenemos que hablar cautelosa y pastoralmente al usar frases como «sin Biblia no hay desayuno», no sea que nos expongamos a la crítica que hizo Jesús a las autoridades religiosas de su tiempo: «Atan cargas pesadas y las ponen sobre la espalda de los demás» (Mateo 23:4). Lo que la Biblia no nos exige puede resultar ser una pesada carga para los demás. También podemos olvidar que la regla no existe porque seamos piadosos sino impíos; Wang creó la regla porque de lo contrario descuidaba una responsabilidad importante. Es tanto un indicador de impiedad como lo es de piedad. El propio Wang parece haber entendido el potencial peligro de esta norma. Él insistía en que la había instituido, «no como una ley que me atara, sino como un lema recordatorio. Porque “no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”». Esta era su regla para tratar su conciencia y su debilidad. Él la recomendaba a otros, pero al parecer entendía que habría estado extralimitándose en su autoridad si se la exigía a ellos. ¡Esto es sensato! Todos podemos beneficiarnos al escuchar la manera en que otros aplican la verdad de Dios a sus vidas y las medidas que toman para promover la piedad personal. Pero el beneficio se esfuma cuando insistimos en que los demás deben tomar las mismas medidas. La prioridad bíblica no es «leer antes de comer», sino la preeminencia de la Palabra de Dios en la vida del cristiano. Para algunas personas, esta prioridad se expresa mejor al leer la Biblia antes de tomar desayuno. Pero para otros esta es una dificultad o una imposibilidad, y para ellos la misma regla puede causar una duda innecesaria o vergüenza injusta. Lo que para unos representa libertad, para otros representa esclavitud. Así que atiende a la norma si puedes hacerlo en libertad. Incluso recomiéndala a otros si piensas que les traerá beneficio. Pero, como Wang, asegúrate de que no sea una ley que te ate sino un lema que te recuerde.