¿Por qué trabajamos? Cinco o seis días a la semana, la mayoría de nosotros pasamos al menos la mitad de nuestras horas de vigilia haciendo un trabajo. Nos tomamos un tiempo alejados de nuestra familia y nuestros placeres mundanos para dedicarnos a una ocupación. Es simplemente lo que los humanos hacemos. Pero ¿por qué? Algunos dicen que trabajamos para no tener que trabajar. Los libros éxito de ventas nos enseñan a «escapar del horario de 9 a 5», a hacernos ricos rápidamente y disponernos para décadas de vacaciones sin trabajo al final de nuestra vida. Trabajamos todo lo posible ahora para trabajar lo menos posible en la jubilación. Otros dicen que el trabajo es meramente para provisión. El trabajo simplemente paga las cuentas y lleva comida a la mesa. Según esta mirada, el trabajo tiene poco valor aparte de su recompensa financiera. Estas razones para el trabajo no son completamente erróneas. Es sabio trabajar ahora para prepararse para los años que vienen cuando no seremos capaces de trabajar. Es bueno, como veremos, trabajar arduamente para proveer para nuestra familia y los demás en la comunidad. Sin embargo, estas razones por sí solas no son suficientes. Cuando vemos el diseño de Dios para nosotros y nuestro trabajo, vemos que trabajamos porque fuimos hechos para trabajar. En esta serie hemos estado analizando búsquedas piadosas para los hombres cristianos. Y, amigo mío, si vas a correr para ganar, debes seguir tu vocación. Trabajo caído Dios te hizo para trabajar. Tu creación y función están inextricablemente vinculadas. En el momento mismo en que Dios anunció su intención de crear a la humanidad, describió la función que llevaríamos a cabo en este mundo: «Y [Dios] dijo: “Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza. Que tenga dominio sobre los peces del mar, y sobre las aves del cielo; sobre los animales domésticos, sobre los animales salvajes, y sobre todos los reptiles que se arrastran por el suelo”» (Génesis 1:26). Fuiste creado para llevar a cabo la importante tarea de trabajar en el mundo de Dios como representante de Dios. El trabajo que Dios le dio a la humanidad era bueno y dignificaba. Él dio las tareas de explorar su creación, de descubrir y explotar sus recursos, y de dispersarse sobre ella. Los humanos debían formar familias, plantar iglesias, fundar ciudades y construir civilizaciones. Habían de establecer universidades, emprender negocios e inventar tecnologías. Debían usar la creatividad y el ingenio que Dios les había dado para ejercer dominio. Aquello que había sido creado en un estado incompleto o inacabado debía ser completado por la humanidad. El hombre debía poner orden al caos, comenzar en aquel pequeño huerto y ampliar sus márgenes hasta que el mundo entero estuviera dominado. En un mundo perfecto, el trabajo era fácil y satisfactorio. Pero el mundo no permanecería perfecto por mucho tiempo. Pronto interfirió el pecado, y ahora el trabajo que Dios había asignado en un mundo sin pecado sería realizado en un mundo transformado por la depravación. Por causa del pecado, el trabajo se volvió extenuante en vez de satisfactorio. «Por cuanto le hiciste caso a tu mujer, y comiste del árbol del que te prohibí comer, ¡maldita será la tierra por tu culpa! Con penosos trabajos comerás de ella todos los días de tu vida. La tierra te producirá cardos y espinas, y comerás hierbas silvestres. Te ganarás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la misma tierra de la cual fuiste sacado. Porque polvo eres, y al polvo volverás» (Génesis 3:17-19). El trabajo que antes había sido fácil ahora sería difícil. Cardos y espinas competirían con las cosechas de los agricultores, ojos cansados y mentes desobedientes competirían con las lecciones del profesor, las interrupciones y la fatiga competirían con las palabras del escritor. El trabajo aún era necesario y la labor aún dignificaba, pero sería agotadora y exasperante. En un mundo perfecto, el trabajo representaría y glorificaría a Dios. Pero poco después que el pecado entró al mundo, el trabajo se volvió una fuente de orgullo, envidia y odio (Génesis 4:3-7). En lugar de usar el trabajo para servir a los demás, lo humanos comenzaron a aplastar a los demás con el trabajo (Éxodo 1:11). Ellos idolatraron el trabajo, viviendo esclavos de su recompensa (Mateo 6:24). O evitaron el trabajo, escogiendo las comodidades del ocio antes que los cardos y espinas (2 Tesalonicenses 3:6). Trabajo redimido No obstante, el pecado del mundo no anuló el propósito de Dios. Aun en este mundo pecaminoso, la dignidad y la necesidad del trabajo permanecen. Aun en este mundo pecaminoso, el trabajo tiene tres grandes e importantes propósitos: obediencia, provisión, y servicio. Tú obedeces a través de tu trabajo. El mandato que Dios le asignó a la humanidad en la creación permanece vigente. Todavía debes ejercer dominio sobre esta tierra, hallando un apropiado equilibrio entre explotar sus riquezas y cuidar sus bellezas. A través de cualquier ocupación legítima, obedeces a Dios y llevas a cabo su mandato. En tanto que sigues tu vocación fielmente, estás actuando como representante de Dios a través de la tierra, mostrando su poder creador y su autoridad. Tú provees a través de tu trabajo. A través del trabajo, provees para tus propias necesidades y las de los demás. Como hombre, se espera que cuides de ti mismo, tu familia, y tu iglesia. Dios te llama a proveer trabajando arduamente y evitando el ocio. En los días de Pablo, la congregación de Tesalónica era conocida por tener un problema con personas que se contentaban con estar ociosas. Así que Pablo les escribió: «Les animamos… a procurar vivir en paz con todos, a ocuparse de sus propias responsabilidades y a trabajar con sus propias manos. Así les he mandado» (1 Tesalonicenses 4:11). El tema de la provisión es muy serio. En su segunda carta a los tesalonicenses, Pablo intensificó su retórica: «El que no quiera trabajar, que tampoco coma» (2 Tesalonicenses 3:10). Cuando le escribió a Timoteo, le dijo: «El que no provee para los suyos, y sobre todo para los de su propia casa, ha negado la fe y es peor que un incrédulo» (1 Timoteo 5:8). Como cristiano, tienes el peso de la responsabilidad del trabajo arduo. Debes poner todo el empeño para ganar lo suficiente para proveer para tus propias necesidades, para las necesidades de aquellos que dependen de ti, e incluso lo suficiente para compartir con los necesitados. Este es un llamado sagrado de Dios mismo. Tú sirves a través de tu trabajo. Es por medio de la vocación que Dios dispensa sus dones al mundo. Por medio del agricultor provee alimento, por medio del doctor provee atención médica, por medio del maestro provee conocimiento. La palabra «vocación» significa que Dios nos llama a cada uno a un trabajo distinto, y que todo trabajo es igualmente digno si se realiza para su gloria. Dios no solo te ha dado habilidades para que puedas proveer para tu familia y la iglesia. Él también te ha dado habilidades para que puedas bendecir a otros que necesitan tu servicio. Esto significa que, si estás en un empleo que provee algún tipo de servicio o bienes a los demás, no es necesario que dejes tu trabajo para servir a Dios. Corre para ganar, y usa cada hora de tu semana laboral para glorificar a Dios. Hazlo ahora Estos son algunos consejos para comenzar.
- ¡Ponte a trabajar! Fuiste hecho para trabajar. Fuiste hecho para representar a Dios en la tierra, para proveer para tu familia y servir a los demás. El primer paso para seguir tu vocación es asegurarte de que estás evitando el ocio y obedeciendo a Dios mediante el trabajo arduo. Por supuesto, muchos hombres pasan por etapas de desempleo, enfermedad o estudio que los sacan del trabajo. Pero el estándar bíblico que tienes por delante es que te dediques al trabajo arduo.
- Sirve a los demás en tu trabajo. Tim Keller provee útiles preguntas para discernir cómo servir a los demás en tu trabajo: ¿qué oportunidades hay en mi profesión para servir a las personas individualmente, servir a la sociedad en general, servir mi campo de trabajo, ser ejemplo de habilidad y excelencia, y testificar de Cristo? Escribe respuestas a estas preguntas y disponte a abordar tu trabajo con un corazón de servicio. Si estás en un empleo que daña a las personas en lugar de ayudarlas, o un empleo que no ofrece bienes ni servicios a la gente, tal vez necesites reconsiderar tu vocación.
- Evita el ocio. Como vimos en «Redime tu tiempo», el ocio es una plaga hoy en día y un medio por el cual Satanás te tienta a pecar. Aprende el valor del trabajo, aprende a disfrutar del trabajo, y quita cualquier distracción que te empuje hacia el ocio. Cuando pasamos nuestras horas de trabajo revisando las redes sociales en lugar de servir a los demás, estamos desobedeciendo el mandato que Dios nos ha dado.
- Comienza a planificar la vida de acuerdo a tu carrera. Muchas personas trabajan arduamente durante los 40 o 50 años de su carrera, pero piensan poco sobre lo que harán cuando esa labor termine. Dado que el propósito de Dios para el trabajo es más que provisión, tu llamado a trabajar permanece aun cuando tus necesidades financieras estén satisfechas en la jubilación. De hecho, en el retiro tendrás más tiempo que nunca para servir a otros y promover el reino de Dios. Comienza a planificar ahora cómo vas a adaptar tu vocación y evitarás el ocio en los años posteriores al retiro.
¡Corre para ganar!