Hoy se cumplen siete años de matrimonio para mí y mi esposa, Faye. Desde el día de nuestra boda, he aprendido que el séptimo año se ha convertido en una especie de hito para los matrimonios (en gran parte, al parecer, gracias a una película de 1955, The Seven Year Itch [La comezón del séptimo año]). La «comezón del séptimo año» se refiere al momento en que uno o ambos cónyuges se cansan del matrimonio y comienzan a anhelar algo nuevo. Aunque los estudios nunca han demostrado que siete sea el número exacto, varios estudios han señalado que las estadísticas de divorcio aumentan y alcanzan su punto máximo entre los cinco y diez años. Sin embargo, no estoy seguro de que necesitáramos realmente estudios sofisticados para decirnos lo que la mayoría de los matrimonios saben por experiencia: el matrimonio es más difícil de lo que esperamos. Y si buscamos razones para dejarlo, tenemos muchas para elegir. ¿Acaso, no es por esta razón que hacemos votos? «Los votos matrimoniales», nos recuerda Tim Keller, «no son una declaración de amor presente, sino una promesa mutuamente vinculante de amor futuro» (El significado del matrimonio, 79). «Te tomo, a partir de hoy, en lo bueno y en lo malo, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, para amarte y cuidarte, hasta que la muerte nos separe». Ser tuyo puede costar más de lo que nunca pensé que podría dar, más de lo que ahora puedo imaginar, pero prometo no dejarte nunca. Los votos vinculan la futura fragilidad y dificultad del matrimonio a la propia belleza de la ceremonia. En su introducción a La familia cristiana de Herman Bavinck, James Eglinton escribe: “En este mundo caído, no hay promesas de que el matrimonio, con toda su capacidad de ser bello y enriquecedor, sea una serie de deleites físicos crecientes durante toda la vida. En realidad, un matrimonio sano probablemente se apoyará más en el Sermón de la Montaña que en el Cantar de los Cantares”. (xiii) Después de siete años, el matrimonio ha sido mucho más duro de lo que ninguno de los dos esperaba, y mucho más dulce. Seguimos amando y apoyándonos en el Cantar de los Cantares: los matrimonios sanos, por difíciles que sean, son romances cautivadores dignos de esa poesía. Pero también hemos aprendido, tal vez aún más, a subir la montaña y a sentarnos más tiempo a los pies de Jesús.
Siete palabras para siete años
El matrimonio no es el tema central del Sermón de la Montaña ―sólo se aborda explícitamente en 2 de los 107 versículos―, pero los tres capítulos proporcionan algunos consejos profundos para los matrimonios, jóvenes y maduros. Después de siete años con Faye, los mandatos, las advertencias y las promesas de Jesús adquieren un nuevo peso y relevancia para el drama evangélico que nos ha tocado vivir juntos. Las siguientes siete palabras, en particular, se me han quedado grabadas al dar nuestros primeros pasos en el octavo año.
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Cuida el lugar donde construyes tu casa.
“Por tanto, cualquiera que oye estas palabras Mías y las pone en práctica, será semejante a un hombre sabio que edificó su casa sobre la roca” (Mateo 7:24). Comenzaremos donde Jesús termina. Después de enseñar sobre la ira, la lujuria, la ansiedad, la integridad, la venganza, el perdón, la entrega, el ayuno, la oración y otras cosas, termina con una vívida imagen de dos tipos de casas: una construida sobre la arena y otra sobre la roca. Las vidas (y los matrimonios) construidos sobre la arena caerán. Las vidas (y los matrimonios) construidos sobre roca se mantendrán: en lo bueno y en lo malo, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, es decir, en lo que pueda ocurrir. «Y cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y azotaron aquella casa; pero no se cayó, porque había sido fundada sobre la roca» (Mateo 7:25). ¿Qué significa construir un matrimonio sobre la roca? Significa construir nuestros matrimonios sobre la obediencia a Jesús. «Cualquiera que oye estas palabras mías y las pone en práctica, será semejante a un hombre sabio que edificó su casa sobre la roca». Significa poner activamente a Jesús y Sus palabras en el centro de nuestros ritmos, de nuestro romance e incluso de nuestros conflictos. ¿Seguimos buscando formas creativas de atraerlo más a nuestros matrimonios? ¿Leer juntos, orar juntos, cantar juntos, agradecerle juntos, disfrutar juntos? Todos los matrimonios aprenden rápidamente que se necesita una intencionalidad especial, llena del Espíritu, para no deslizarse de la roca. En cuanto a los conflictos, ¿qué pasaría si, cuando surgen tensiones en nuestro matrimonio, el factor decisivo fuera más a menudo lo que Jesús quiere más? Sin duda, no siempre sabremos con exactitud lo que quiere Jesús, pero un compromiso de confiar y obedecerle por encima de todo, y en cada situación, resolvería muchas tensiones en muchos matrimonios, ¿no es así? Cuando el pronóstico se oscurece, y las nubes se arrastran, y los vientos comienzan a aullar, y los chubascos empiezan a caer, sentimos si nuestro amor está construido sobre tierra firme (o no). ¿Estamos más comprometidos a obedecer a Jesús que a salirnos con la nuestra? ¿Ganan Sus palabras o nuestros sentimientos? ¿Estamos dispuestos a dar los duros y costosos pasos que Él nos llama a dar? ¿Nuestra casa está construida sobre roca o sobre arena?
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Guarda tu fidelidad con vigilancia.
“Bienaventurados los de limpio corazón, pues ellos verán a Dios” (Mateo 5:8). Quizás la palabra más clara sobre el matrimonio en el Sermón de la Montaña viene en Mateo 5:27-32. «Ustedes han oído que se dijo: ‘No cometerás adulterio’. Pero Yo les digo que todo el que mire a una mujer para codiciarla ya cometió adulterio con ella en su corazón» (Mateo 5:27-28). En otras palabras, no te limites a evitar la cama de la mujer prohibida; evita, incluso, imaginarte en su cama. Haz lo que sea necesario para guardar el jardín de tu pureza e intimidad. “Si tu ojo derecho te hace pecar, arráncalo y tíralo. Porque te es mejor que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno” (Mateo 5:29). ¿Acaso ese tipo de celo y vigilancia llenos del Espíritu rodean nuestro lecho matrimonial? ¿Hablamos alguna vez de cómo cada uno de nosotros está luchando contra la tentación sexual? ¿Hay hombres y mujeres en nuestras vidas a quienes les rindamos cuenta? La felicidad conyugal más profunda llega a los que luchan juntos por la pureza, porque llegamos a ver más de Dios juntos: «Bienaventurados los puros de corazón, porque ellos verán a Dios». Esta búsqueda fiel de la pureza viene también con el compromiso de no dejarlo nunca, ni en el año cinco, ni en el siete, ni en el cincuenta y siete. «Pero Yo les digo que todo el que se divorcia de su mujer, a no ser por causa de infidelidad, la hace cometer adulterio» (Mateo 5:32). Sin duda, los matrimonios destrozados por la infidelidad requerirán un cuidado, un consejo y una gracia especiales, pero Su palabra sigue siendo clara: «lo que Dios ha unido, ningún hombre lo separe» (Mateo 19:6). Lo dice precisamente por lo fácil que se sentirá a veces la separación.
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Corríjanse unos a otros con humildad.
“Bienaventurados los humildes, pues ellos heredarán la tierra” (Mateo 5:5). Todos sabemos que el matrimonio es santificante, tal vez más santificante que cualquier otra relación humana (aunque los padres a veces se sorprendan). El matrimonio nos santifica por al menos dos grandes razones: (1) un esposo y una esposa ven más el pecado del otro que cualquier otra persona, y (2) el pacto nos une incómodamente durante toda la vida, con pecados y todo. Vemos lo peor del otro y, sin embargo, no tenemos dónde ir. La forma en que mi esposa responde a mis pecados tiene un efecto desproporcionado en cómo me veo a mí mismo y a mi pecado (y viceversa). Como cónyuges, nos sentamos en una ventana crítica, sensible y a veces dolorosa del alma del otro. La cuestión es cómo manejaremos esa carga y ese privilegio. Jesús nos dice cómo: “¿Por qué miras la mota que está en el ojo de tu hermano, y no te das cuenta de la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo puedes decir a tu hermano: ‘Déjame sacarte la mota del ojo’, cuando la viga está en tu ojo? ¡Hipócrita! Saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás con claridad para sacar la mota del ojo de tu hermano” (Mateo 7:3-5). ¿Qué tan diferentes podrían ser nuestros matrimonios si simplemente pusiéramos en práctica estos tres versículos? Cuanto más tiempo nos quedemos mirando una mota ―meses, años, incluso décadas―, más difícil puede ser ver nuestros propios troncos. En la vulnerabilidad del matrimonio, es aún más importante enfrentarse y corregirse mutuamente con humildad ―con una paciente conciencia de nuestros propios fallos y pecados y una paciente esperanza de cambio y crecimiento―.
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No os matéis los unos a los otros.
“Bienaventurados los que procuran la paz, pues ellos serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5:9). Podemos suponer que la inmoralidad sexual ha acabado con más matrimonios que cualquier otra amenaza, y seguramente ha aplastado y devorado a muchos. Sin embargo, me pregunto si la ira desenfrenada ha acabado con más. “Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: ‘No matarás’ y: ‘Cualquiera que cometa homicidio será culpable ante la corte’. Pero Yo les digo que todo aquel que esté enojado con su hermano será culpable ante la corte” (Mateo 5:21-22). Jesús no da cabida a la ira injusta; la eleva junto al asesinato. Y, sin embargo, ¿cuántas veces le hemos dado cabida en nuestros hogares? ¿Cuántas veces nos hemos sentido justificados mientras nuestros sentimientos heridos ardían en nuestro interior? ¿Y cuántas veces hemos respondido a la ira injusta con más ira injusta? Por supuesto, protege tu lecho matrimonial del adulterio y la pornografía, pero también protégelo de tu propia ira. Cuídate de la ira, y cuando se produzca un incendio, no lo dejes sin atender. Jesús continúa: “Por tanto, si estás presentando tu ofrenda en el altar, y allí te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí delante del altar, y ve, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda” (Mateo 5:23-24). Diferentes matrimonios tendrán diferentes ritmos para la reconciliación; lo importante es tener uno. ¿Las ofensas se abordan sistemáticamente en tu relación, o no? ¿Se corrigen mutuamente con amor? ¿Son rápidos para admitir cuando se equivocan o para confesar cuando han fallado? ¿Se perdonan mutuamente con gusto? Las parejas que evitan las conversaciones difíciles se pierden algunos de los momentos más dulces del matrimonio.
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Disfruten de perdonarse el uno al otro.
“Bienaventurados los misericordiosos, pues ellos recibirán misericordia” (Mateo 5:7). Como todo matrimonio es una unión entre pecadores, el perdón será nuestro invitado constante. Los hijos pueden ir y venir, los trabajos pueden ir y venir, las casas pueden ir y venir, pero la necesidad de perdón permanecerá. Entonces, ¿el perdón será un invitado bienvenido y celebrado en tu casa, o uno no bienvenido y rechazado? Jesús nos advierte, incluso a los maridos y a las esposas: «Si ustedes perdonan a los hombres sus transgresiones, también su Padre celestial les perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los hombres, tampoco su Padre les perdonará a ustedes sus transgresiones» (Mateo 6:14-15). ¿Hay alguna relación que ponga a prueba nuestra disposición a perdonar ―y a perseverar en el perdón― como el matrimonio? Jesús dice que la falta de voluntad de perdonar es espiritualmente letal. La misericordia, en cambio, genera seguridad y alegría: «Bienaventurados los misericordiosos, pues ellos recibirán misericordia». El perdón es costoso y, en cierto modo, lo es aún más en el matrimonio. El matrimonio revela más de nosotros de lo que queremos mostrar, y nos abre a más dolor que la mayoría de las relaciones. E inevitablemente, debemos perdonar los mismos pecados una y otra vez (setenta veces siete nos parece correcto). Es bueno recordar que este amor, tanto como cualquier otro en la tierra, está destinado a parecerse a la cruz (Efesios 5:25), así que no debería sorprendernos que a veces se sienta como una cruz. De hecho, ese sentimiento puede ser una prueba de que estamos haciendo algo bien.
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Cubre tu matrimonio con la oración.
“Pidan, y se les dará; busquen, y hallarán; llamen, y se les abrirá” (Mateo 7:7). La oración es tan poderosa e importante fuera del matrimonio como dentro de él. Pero si estamos casados, nada marcará más nuestros matrimonios. De los sueños que teníamos al entrar en nuestros primeros siete años de matrimonio, éste es el que sentimos más desesperados por cultivar en los próximos siete. Anhelo que las palabras «paremos y oremos sobre eso» sean tan comunes como cualquier otra en nuestro hogar. ¿Cuántos matrimonios (el mío incluido) sufren innecesariamente porque nos negamos a aprovechar el omnipotente oído del cielo? ¿Es nuestro matrimonio realmente demasiado difícil para Él? «Porque todo el que pide recibe, y el que busca encuentra, y al que llama se le abre» (Mateo 7:8). ¿Ha empezado a sentirse insostenible tu matrimonio? ¿Has perdido la esperanza de que las cosas mejoren? ¿Has dejado de orar tranquilamente por tu esposo o esposa? Entonces tómale la palabra a Jesús: sigue pidiendo, sigue buscando, sigue llamando. Tu Padre no te dará una piedra. No te dará un escorpión. «Pues si ustedes, siendo malos, saben dar buenas dádivas a sus hijos, ¿cuánto más su Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que le piden?» (Mateo 7:11).
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Buscad a Dios antes que a los demás.
“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, pues ellos serán saciados” (Mateo 5:6). Muchos cónyuges que abandonan un matrimonio no tendrían problemas en quedarse uno o dos días más, pero no pueden imaginarse quedarse treinta o cuarenta años más. Este es precisamente el tipo de pensamiento al que se enfrenta Jesús en Su enseñanza sobre la ansiedad: Por tanto, no se preocupen, diciendo: ‘¿Qué comeremos?’ o ‘¿qué beberemos?’ o ‘¿con qué nos vestiremos?’ [¿O cómo permaneceremos casados?]. Porque los gentiles buscan ansiosamente todas estas cosas; que el Padre celestial sabe que ustedes necesitan todas estas cosas. Por tanto, no se preocupen por el día de mañana; porque el día de mañana se cuidará de sí mismo. Bástenle a cada día sus propios problemas” (Mateo 6:31-32, 34). «Fija tus ojos en Dios hoy, y déjale a Él los próximos diez, o veinte, o cincuenta años». ¿Sientes que has agotado todo lo que podrías dar, sacrificar y soportar en el matrimonio? ¿Te parece imposible estar casado mañana? No te preocupes por el mañana. Fija tus ojos en Dios hoy, en Su justicia, Su reino, Sus promesas, Sus recursos, y, déjale a Él los próximos diez, o veinte, o cincuenta años. Esto no significa que los buenos matrimonios ignoren el futuro. Los maridos, en particular, tienen la responsabilidad de mirar hacia delante y anticiparse a las oportunidades, necesidades y peligros, como haría cualquier buen pastor. Los buenos matrimonios requieren previsión y planificación periódicas. ¿De qué otra manera se podría preservar y alimentar una unión significativa y fructífera? Los matrimonios fieles no ignoran el futuro, pero tampoco están ansiosos por el futuro. Saben que no necesitan toda una vida de fuerza y amor matrimonial hoy; sólo necesitan lo suficiente para otro domingo, y luego otro lunes, y luego otro martes. Dios no nos llama a predecir o soportar nuestros problemas futuros. Nos llama a soportar los problemas de hoy con la gracia y la fuerza que nos proporciona para hoy. Mira las aves del cielo. Mira los lirios del campo. Él guardará y fortalecerá tu matrimonio, e incluso, embellecerá tu matrimonio, cuando cada uno de ustedes se concentre más en buscarlo a Él. «Pero busquen primero Su reino y su justicia», dice Jesús, «y todas estas cosas les serán añadidas» (Mateo 6:33). ¿Quieres la verdadera clave para un matrimonio sano y feliz? La verdadera clave, ya sea en el séptimo año o en el setenta, es perseguir algo antes y por encima del matrimonio, perseguir a alguien antes y por encima de tu cónyuge. Bienaventurados los maridos y las esposas que tienen más hambre y sed de justicia, porque serán fieles, esperanzados y satisfechos.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en https://www.desiringgod.org/articles/the-best-sermon-for-marriage