«La soberanía de Dios es la almohada sobre la que el hijo de Dios apoya su cabeza por la noche, entregándole una paz perfecta.» Así lo dijo el inimitable Charles Spurgeon. ¿O no? Podría haber dicho, «Cuando pasas por una prueba, la soberanía de Dios es la almohada donde apoyas tu cabeza». O tal vez dijo ambas cosas, o tal vez dijo algo parecido. En cualquier caso, está claro que en las horas oscuras de Spurgeon, él encontró consuelo en un atributo particular de Dios: su soberanía. La soberanía habla de poder y del derecho a reinar. Gregg Allison dice que es «el atributo divino de ser todopoderoso como el Rey y Señor y que ejerce un gobierno supremo sobre toda la creación». Continúa explicando que esta regla suprema incluye, entre otras cosas, los decretos de Dios con respecto a «la creación, la providencia, la redención y la consumación; la infalible y meticulosa elaboración de ese plan en todos y cada uno de sus aspectos; y la segura salvación de los verdaderos cristianos». La soberanía de Dios es una doctrina amplia que toca cada aspecto de la vida, en cada momento de la creación y en cada rincón del universo. No hay momento, ni lugar, ni acto, ni muerte que caiga fuera de esta. La soberanía de Dios, de hecho, ha ofrecido consuelo en estos días oscuros. Nos ha asegurado que no había ningún poder terrenal, ningún poder demoníaco, ningún poder de arriba o de abajo, que se haya salido con la suya con respecto a nuestro hijo, que haya interrumpido y reemplazado el plan de Dios para él. No hubo ningún momento en el que Dios le diera la espalda, se distrajera con otros asuntos, o se quedara dormido. No hubo ninguna anormalidad médica o genética (o cualquier otra cosa que pudiera causar que un joven se derrumbara y muriera) que Dios hubiera pasado por alto. La soberanía de Dios nos ha asegurado que, en última instancia, no fue la voluntad de nadie más sino la de Dios que Nick viviera sólo 20 breves años. El joven Nick, como el viejo Enoc, caminó con Dios y partió, porque Dios se lo llevó. La soberanía de Dios ofrece consuelo, pero sólo si conocemos algo de su carácter. Después de todo, Dios puede ser soberano y caprichoso. Puede ser soberano y egoísta. Puede ser soberano y arbitrario. Puede ser soberano y malvado. Así que por esta razón hemos tenido que mirar más a Dios. Hemos tenido que preguntarnos, «¿Qué más es verdad sobre Dios?» Si apoyamos nuestras cabezas sobre cualquier almohada en estos días, es la almohada del carácter de Dios, y especialmente la bondad de Dios. Seguimos diciéndolo: «Dios es bueno». Podemos estar diciéndolo con tristeza y perplejidad y algo menos que una fe plena. Podríamos estar diciéndolo como una pregunta: «Dios es bueno, ¿verdad?» Pero lo decimos. No entendemos necesariamente cómo Dios es bueno en esto, o por qué tomar a nuestro hijo es consistente con su bondad, pero sabemos que debe serlo. Si la muerte de Nick no fue un descuido en la soberanía de Dios, tampoco fue un descuido en su bondad. Si no hubo un momento en el que Dios haya dejado de ser soberano, no hay un momento en el que haya dejado de ser bueno, bueno con nosotros, bueno con Nick, bueno según su perfecta sabiduría. Dios no puede no ser bueno. Wayne Grudem dice que “la bondad de Dios significa que Dios es la norma final del bien, y todo lo que Dios es y hace es digno de aprobación». Lo que es bueno es lo que Dios considera bueno, adecuado, y apropiado. Para que algo sea bueno, tiene que contar con la aprobación de Dios y para que algo cuente con la aprobación de Dios, tiene que ser bueno. Si ese es el caso, entonces ¿quiénes somos nosotros para declarar malo lo que Dios ha declarado bueno? ¿Quiénes somos para condenar lo que Dios ha aprobado? Nos corresponde a nosotros alinear nuestra comprensión de lo que es bueno con la de Dios, depender del entendimiento de Dios sobre el bien para informar el nuestro. En última instancia es estar de acuerdo en que si Dios lo hizo, debe ser bueno, y si es bueno debe ser digno de aprobación. Decir «hágase tu voluntad» es decir «muéstrese tu bondad». Hace muchos años Aileen y yo pusimos nuestras vidas, nuestras almas, nuestras eternidades en las afirmaciones de la fe cristiana. Declaramos que este Dios no sólo era Dios, sino nuestro Dios. Reconocimos su soberanía y su bondad, su derecho a gobernar de la manera que él considere buena, de la manera que él considere mejor. Nunca hemos dudado de que la soberanía y la bondad de Dios se hicieron evidentes al darnos a nuestro hijo. Estamos luchando ahora mismo para no dudar nunca de que la soberanía y la bondad de Dios se pusieron en evidencia al quitarnos a nuestro hijo. Fue un regalo que recibimos con tanta alegría, tanta gratitud, tanta alabanza. Fue un regalo que estamos entregando con tanto dolor, tanta tristeza, tanta pena. Pero, en la medida de lo posible, lo entregamos con la confianza de que de alguna manera su muerte es una expresión de la bondadosa soberanía de un buen Dios. Este es el Dios que hace todo lo que le place, y para quien todo lo que le place es bueno. Así como lo bendijimos en el dar, lo bendeciremos en el tomar.