[dropcap]P[/dropcap]robablemente hayas oído decir que se necesita toda una aldea para criar a un hijo. La paternidad es tan difícil, tan compleja, tan persistente, que es más de lo que dos personas cualesquiera pueden manejar con éxito. Los hijos florecen bajo la responsabilidad de padres amorosos, pero también bajo la mirada vigilante de una comunidad protectora. Siempre he creído en la sabiduría de este proverbio, pero he llegado a apreciarlo aún más a medida que mis hijos crecen. Y en tanto que he llegado a apreciarlo más, creo que he llegado a apreciarlo mejor. Cuando estaba comenzando la paternidad, yo suponía que este proverbio, cuyas raíces están en África, significaba algo como esto: yo voy a criar a mis hijos y espero que la comunidad a mi alrededor —especialmente la comunidad cristiana— mantenga la mirada en ellos. Si se descontrolan, se pasan de la raya, o se escabullen hacia algún lugar, les doy a estas personas la potestad para hacérmelo saber o para intervenir directamente. Incluso puede corresponderles darles una severa charla a mis hijos. Yo vi este tipo de cosas ejemplificadas en la comunidad donde crecí. Más de una vez vi a adultos involucrarse cuando los hijos de otras personas se estaban saliendo de control. Muy bien todo, hasta donde es posible. Pero conforme pasa el tiempo, he visto una implementación mucho más activa del proverbio. El proverbio exige más que permitir a otros que intervengan en la mala conducta de mis hijos. Invita a los demás a proveer opiniones respecto al desarrollo de su carácter. Invita a los demás a interesarse activamente en ellos, a hablarles, desafiarlos, aconsejarlos, hacer amistad con ellos, amarlos. Invita a los demás creyentes a preguntarles a mis hijos acerca de su fe y sus temores, sus pruebas y tentaciones, sus dramas y sus dudas. Invita a otros cristianos a ejercer una significativa influencia en ellos, y todo por su bien y para la gloria de Dios. Se necesita toda una aldea para criar a un hijo. Realmente se necesita toda una iglesia para criar a un hijo porque es en la iglesia donde nuestros hijos encuentran toda una comunidad de adultos que los aman, se preocupan profundamente por ellos, y están entusiastas por verlos venir a la fe y crecer en el carácter piadoso. Esta «aldea» no está ahí solo para alinearlos cuando se ponen rebeldes, sino para experimentar la alegría de verlos crecer en Dios y crecer para Dios. (En consecuencia, quiero concluir expresando mi gratitud a algunas de las personas que han sido leales «aldeanos» para mis hijos: Paul, John, Janis, Chloe, Linda, Janelle, Julian, y sin duda muchos más. Qué alegría es conocer su involucramiento en la vida de mis hijos; qué bendición es saber que ellos pueden comunicarse con ustedes en cualquier momento para recibir consejo y cuidado. Ustedes han sido de gran bendición para ellos y para mí.