¡Quiero comprar tu teléfono más barato!

Creo que el smartphone (teléfono inteligente) es uno de los dispositivos más extraordinarios jamás creados.

Hace unas semanas entré a una tienda Best Buy cercana, me acerqué al mostrador y dije: «Quiero comprar su teléfono más barato». El tipo me miró extrañado un momento, luego se dirigió a la estantería y volvió con una caja etiquetada como «Polaroid A300».  «Cuarenta y nueve dólares. ¿Es lo suficientemente barato?».  «Hagámoslo».  Entonces cambiamos la tarjeta SIM de mi iPhone y la colocamos en el nuevo teléfono. Desde entonces no se ha movido.  Creo que el smartphone (teléfono inteligente) es uno de los dispositivos más extraordinarios jamás creados. Sin duda, también es uno de los más potentes y cautivadores. Con cada nueva iteración amplía sus capacidades y extiende su indispensabilidad. Cada vez es más  difícil recordar la vida antes de él y aún más difícil imaginar la vida sin él. Razón de más para intentarlo, digo yo.  Durante algún tiempo había estado luchando contra la creciente convicción de que mi teléfono había ocupado un lugar desproporcionado en mi vida. Esto se manifestó de varias maneras, pero ninguna más preocupante que la forma en que había llegado a llenar casi cada una de las pequeñas grietas de la vida. En casi cualquier momento libre en el que estuviera de pie, esperando o haciendo una pausa, revisaba mi teléfono sin pensar y empezaba a pulsar, teclear y deslizar el dedo. En casi cualquier contexto de aburrimiento, descubría que de algún modo se había materializado en mi mano, casi como por arte de magia. Es como si no pudiera evitarlo. Como si simplemente no quisiera. Este pequeño rectángulo brillante se había convertido en mi compañero casi constante. Tuve que empezar a preguntarme: ¿Este teléfono me pertenece o yo le pertenezco? ¿Quién es el sirviente y quién el amo?   Me encanta mi smartphone por todas las formas en que mejora mi capacidad para tener éxito en las cosas de la vida que son más importantes para mí. Quiero escribir y me ayuda a escribir. Quiero viajar con seguridad y eficacia, y me ayuda a hacerlo. Quiero mantenerme en comunicación con mis hijos y me ayuda a mantenerme en comunicación con mis hijos. En estos aspectos y en otros, es una gran bendición.  Pero odio mi smartphone por todas las formas en que deteriora mi capacidad para tener éxito en aquellas cosas de la vida que son más importantes para mí. Quiero leer buenos libros, pero me ofrece un mundo de alternativas más entretenidas. Quiero pensar en profundidad, pero me distrae con sus interminables pitidos y zumbidos. Quiero llevar una vida moderada, pero me atrae hacia la indulgencia. En estos aspectos y en otros, es una tremenda maldición. Me da con una mano y me quita con la otra. Promete ayudarme a vivir la vida que quiero, pero en realidad me aleja de ella.  El problema con el que me sigo enfrentando es que parece casi imposible tener la bendición sin la maldición. No veo un camino claro para disfrutar de todas las ventajas del teléfono inteligente sin cargar también con el costo de todos sus inconvenientes. Amo mi teléfono cuando es mío; lo odio cuando le pertenezco. Y aún no he descubierto cómo ser el que sigue al mando.  Y esa es la cuestión: el smartphone está cuidadosamente diseñado para seguir mandando. Ni el creador del dispositivo ni los creadores de sus aplicaciones ganan dinero gracias a mi moderación. Mantienen sus acciones en alza gracias a mi indulgencia y hacen todo lo posible para fomentarla. Hacen que sus líneas de tiempo se desplacen sin parar para que nunca pueda llegar hasta el fondo. Me obligan a desplegar para actualizar, convirtiendo sus aplicaciones en máquinas tragamonedas en miniatura que quizás —¡sólo quizás! — esta vez me recompense. Hacen que sus notificaciones sean coloridas y atractivas para que casi no pueda resistirme a responder. Su gran fortaleza es aprovecharse de mis grandes debilidades.  Pero es demasiado fácil echarles toda la culpa. En muchos sentidos, sólo me dan lo que quiero. Quiero sentirme importante, así que me recompensan con corazones, sus «me gusta»»y elogios. Quiero sentirme informado, así que me alimentan constantemente con noticias y titulares. Quiero estar en contacto, así que me incitan a iniciar, contestar y responder. Me dan lo que quiero. Pero cuanto más lo consigo, más infeliz me siento. Es un círculo vicioso.  Por ahora he interrumpido el círculo adquiriendo este antiguo/nuevo teléfono. Y a lo largo de las semanas he empezado a sentir como si una niebla se disipara lentamente, como si cosas que eran opacas comenzaran a aclararse. He empezado a sentir que me desperté de un largo sueño. He empezado a recordar cómo era la vida antes de que el iPhone y sus millones de imitadores invadieran mi vida. Empiezo a ver lo que me ha ofrecido y lo que me ha costado. Hay algunas cosas que echo de menos, como mapas, música y Uber. Pero hay muchas más que no me importa si nunca las vuelvo  a ver.  Así que éste es el plan: Conservaré este teléfono hasta que me haya curado de ese reflejo subconsciente de sacar el teléfono en cada uno de los momentos tácitos de la vida. Hasta entonces soy el adicto que cambia  su ruta a casa para no pasar por delante de su camello, soy el glotón que prohíbe todos los tentempiés hasta que haya establecido el autocontrol. Y cuando ese reflejo esté curado, recuperaré mi iPhone, pero sólo si está despojado de las redes sociales, el correo electrónico y las odiosas notificaciones que exigen mi atención. Y entonces quizá le pase ese pequeño teléfono plegable a otra persona para que pueda usarlo para despertarse y recordar.  Este artículo se publicó originalmente en Challies. 

Tim Challies

Tim Challies es uno de los blogueros cristianos más leídos en los Estados Unidos y cuyo BLOG ( challies.com ) ha publicado contenido de sana doctrina por más de 7000 días consecutivos. Tim es esposo de Aileen, padre de dos niñas adolescentes y un hijo que espera en el cielo. Adora y sirve como pastor en la Iglesia Grace Fellowship en Toronto, Ontario, donde principalmente trabaja con mentoría y discipulado.

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