Dios tiene un lugar especial en Su corazón para los débiles, los cansados, los oprimidos y los quebrantados. “Venid a mí, todos los que estáis cansados y cargados”, dice y “traed acá a los pobres, los mancos, los ciegos y los cojos”. Su bendición especial recae sobre los pobres de espíritu, los mansos y los afligidos, los injuriados y los perseguidos. La fe que le honra es la fe de un niño y Su poder se perfecciona en la debilidad más que en la fortaleza. Él elige deliberadamente a lo que es necio en el mundo para avergonzar a los sabios y lo que es débil en el mundo para avergonzar a los fuertes. Allí donde nosotros tendemos a deshacernos de lo que está roto, Dios lo atesora. Allí donde el instinto humano se dirige a los que son seguros, asertivos y autosuficientes, la mirada divina se dirige a los que son humildes, contritos de espíritu y que tiemblan ante la Palabra de Dios. Mientras el mundo se fija en los que son emocionalmente sanos y fuertes, Dios se fija en los débiles y heridos, porque Su especialidad es sacar mucho de lo poco, belleza de las cenizas, fortaleza de la debilidad. Dios hace mucho con cosas rotas. Fue con hojas rotas de especias dulces que los sacerdotes mezclaron el incienso para el tabernáculo, con jarras de barro rotas que Gedeón obtuvo su gran victoria sobre los ejércitos de Madián, con la mandíbula rota de un burro que Sansón triunfó sobre mil filisteos, y con panes y peces rotos que Jesús alimentó a una multitud de cinco mil personas. Fue en cuerpos quebrantados por la enfermedad que el Señor desplegó Su poder milagroso y con un frasco de alabastro roto que María lo ungió para Su entierro. Fue a través del partimiento del pan que Jesús profetizó Su sufrimiento y Su muerte, pues Su cuerpo debía ser quebrado para que Dios salvara las almas de Su pueblo. Fue la voluntad de Dios que el Hijo eterno asumiera la carne mortal y Su cabeza fuera abierta por afiladas espinas, Su espalda por brutales latigazos, Sus manos y pies por crueles clavos, Su costado por una salvaje lanza. Su cuerpo quebrado fue depositado en una tumba, pero a través de la ruptura de las rocas y el desgarro de una cortina, Dios declaró que había aceptado el sacrificio. No habría redención, ni salvación, sin el cuerpo quebrado del gran Salvador. La historia de la iglesia cristiana sigue mostrando que Dios se deleita en utilizar cosas rotas. Fue en piezas rotas de un barco que Pablo y sus compañeros escaparon a tierra y con un cuerpo herido por una “aguijón” que Pablo fue librado de la presunción. Fue a través de la persecución que separó a un hombre de su congregación, que la iglesia recibió el Progreso del Peregrino; a través de un naufragio que separó a los padres de sus hijos, que los adoradores fueron beneficiados con el himno “Estoy bien con mi Dios”; y a través de lanzas que destrozaron a hombres en una playa ecuatoriana, que una generación de misioneros se unió a la causa. Fue a través de la devastación del cuerpo de Helen Roseveare, de la parálisis de Joni Eareckson Tada, de la ceguera de Fanny Crosby, del encarcelamiento de Marie Durand, de la paralización de Amy Carmichael, de la masacre de Betty Stam, que innumerables cristianos han recibido fuerza para sostenerse en medio del dolor y el sufrimiento. Los huesos de Wycliffe fueron triturados y arrojados al río Swift, pero su traducción siguió viva. El cuello de Tyndale fue aplastado en la estaca, pero Dios respondió a su última oración y en poco tiempo incluso el humilde arador estaba leyendo la Palabra de Dios. Los cuerpos de Ridley, Latimer y Cranmer fueron quebrados y quemados, pero las llamas que los consumieron encendieron un fuego por el evangelio que nunca se ha apagado. Y así parece que Dios a menudo prefiere usar lo que se ha roto en lugar de aquello que está entero. Quebranta nuestras voluntades para que nos alejemos de nosotros mismos y acudamos a Él en arrepentimiento y fe. Rompe nuestros planes para redirigir nuestros caminos y asegurar que Su plan que es mucho más excelente, continúe no sólo a nuestro alrededor, sino a través de nosotros. Quiebra nuestros cuerpos para mostrar que Su poder se perfecciona en la debilidad. Y sí, rompe nuestros corazones. Nos rompe el corazón con la pérdida para demostrarnos que el Evangelio es realmente una ganancia. Rompe nuestros corazones con el dolor para aumentar nuestro anhelo por el lugar donde se secará toda lágrima. Nos rompe el corazón con la decepción para demostrarnos que este mundo nunca puede satisfacernos realmente. Nos rompe el corazón con la pérdida para apartar nuestros dedos de un mundo que, de otro modo, podría seducirnos y atraparnos con sus encantos. No es de extrañar, pues, que seamos tan pocos los que pasamos por la vida sin alguna gran prueba, alguna gran adversidad, alguna circunstancia en la que exclamamos: “Estoy deshecho. Estoy roto”. ¿Qué puede hacer Dios con corazones quebrantados? Tal vez la mejor pregunta sea ¿qué puede hacer Dios con corazones que no han sido quebrantados? Porque Dios se deleita en utilizar lo que está roto. Se deleita en mostrar Su poder a través de lo que es débil, en mostrar Su fuerza a través de lo que es pequeño, en mostrar Su gloria a través de lo que ha sido destrozado. Su quebrantamiento nunca es inútil, porque no es arbitrario ni cruel. Su quebrantamiento nunca es inútil, porque es demasiado sabio para equivocarse y demasiado bondadoso para ser insensible. Nos quebranta para formarmos. Nos quebranta para moldearnos. Nos quebranta para utilizarnos. Es a través del quebrantamiento que nos hace aptos para Sus propósitos. Es a través del quebrantamiento que nos convierte en una bendición. Es a través del quebrantamiento que nos hace completos.