¿Qué Hago Cuando en mi Iglesia no se Predica la Sana Doctrina? | Café y Teología

Un joven se quejaba de que muchos de sus amigos han adoptado un pragmatismo enfermizo haciendo cosas mundanas para “llamar” jóvenes a la iglesia. El hermano me preguntó: ¿qué debo hacer?

Recientemente recibí un mensaje de un joven creyente en México compartiendo su frustración con la predicación y la enseñanza de su iglesia local. El hermano me preguntó: ¿qué debo hacer? También se quejaba de que muchos de sus amigos han adoptado un pragmatismo enfermizo haciendo cosas mundanas para “llamar” jóvenes a la iglesia. Esta situación lamentablemente no es exclusiva de este hermano de México. Es algo que les está ocurriendo a muchos hermanos en varios países latinoamericanos. Sucede que muchas iglesias han sido infectadas con doctrinas malas, como el llamado evangelio de la prosperidad o un moralismo que distorsiona el mensaje bíblico. En algunos casos son líderes no regenerados por el Espíritu Santo y, en otros, por no haber tenido un fundamento sólido en el evangelio y en sanas doctrinas, les ha ocurrido lo que el apóstol Pablo advirtió a los colosenses: “Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo” (Col. 2:8). En ese contexto, gracias a Internet y a otros medios, muchos jóvenes han podido ser expuestos a las buenas enseñanzas de pastores como John Piper, John MacArthur o Mark Dever, entre otros. Diversos recursos audiovisuales y el acceso a buenos libros han permitido a muchas personas entender mejor el poder del evangelio, conocer acerca de la inerrancia de las Escrituras y ser conscientes de la importancia de la predicación expositiva, entre otras cosas. Claro, este “fenómeno” también trae sus riesgos. Así que antes de responder a la pregunta del joven de México me gustaría compartir algunas observaciones y preocupaciones que tenemos por el testimonio y forma de algunos jóvenes.

Las dos fases de las doctrinas de la gracia

La mayoría de las personas que han sido expuestas a las enseñanzas de hombres como los tres mencionados anteriormente, han abrazado las doctrinas de la gracia o la teología reformada. Un problema un tanto común con muchos de estos jóvenes es que entienden las doctrinas de una manera meramente cognitiva, pero no en términos afectivos. Pareciera que las doctrinas de la gracia solo se quedan en el cerebro y no llegan al corazón, lo que produce una persona orgullosa, arrogante y poco amorosa. En algunos casos el deseo se reduce a querer debatir con todo el mundo, etiquetando a las personas de “pelagianas”, quizás sin conocer la historia y la realidad del término. Esta situación nos indica que en realidad no ha habido un entendimiento correcto de esas doctrinas. Si has sido justificado a través del arrepentimiento de tus pecados y la fe en la persona y obra de nuestro Señor Jesucristo, y sabes que esa salvación ha sido por gracia, debes de ser un poco más humilde. Cristianos, NUNCA se nos puede olvidar que Dios nos dio vida cuando estábamos muertos en nuestros delitos y pecados, en los cuales anduvimos en otro tiempo, “siguiendo la corriente de este mundo… haciendo la voluntad de la carne… y éramos por naturaleza hijos de ira… Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos)” (Ef. 2:1-5). El pastor y teólogo puritano Richard Sibbes estaba en lo correcto cuando dijo: ¿cómo podemos ser orgullosos cuando Dios se humilló en la cruz? Cuando en realidad entendemos las doctrinas de la gracia, somos más humildes porque sabemos de donde Dios nos rescató, y más amorosos porque sabemos el infinito costo de su amor sacrificial.

Un gran amor por la iglesia local

Uno de los problemas con las predicaciones de Internet es que solo escuchamos las enseñanzas de ciertos líderes pero no vemos sus vidas en el día a día en sus iglesias. Yo puedo hablar del caso de Mark Dever, quien es un amigo y a quien agradezco mucho en mi formación ministerial. En Dever he podido ver cómo la sana doctrina se traduce en doctrina afectiva. Mark es un hombre que ama a la iglesia. Ora diariamente por los miembros de su congregación. Llora cuando una de sus ovejas sufre o cae en pecado; pero también se regocija cuando hay gozo. Dever, al igual que Piper, es un hombre de iglesia. Son líderes que se someten a la autoridad de la congregación. Son hermanos que respetan la autoridad de sus compañeros pastores. Y son maestros que nunca dejan de ser estudiantes. Por tanto, no solo aprendamos de sus predicaciones y conferencias, también aprendamos de sus testimonios. En la iglesia y fuera de ella, recordemos que “el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido; que con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les concede que se arrepientan para conocer la verdad, y escapen del lazo del diablo, en que están cautivos a voluntad de él” (2 Ti. 2:24-26).

La iglesia y un llamado al discipulado

Uno de los espíritus de nuestra generación es un rechazo a la autoridad. Queremos ser llaneros solitarios y vivir bajo el manto del individualismo. No obstante, cuando leemos la Biblia vemos que Dios rechaza este estilo y actitud. La vida cristiana es una llamado al discipulado y a hacer discípulos (Mt. 28:19-20). El llamado al discipulado es una realidad en ambos testamentos. En el Antiguo Testamento vemos como el Señor le ordenaba a su pueblo que se discipularan uno a otros, recordándose unos a otros sobre la fidelidad de Dios y sus grandes obras. Cuando alguno se descarriaba le recordaban el Éxodo, cómo Dios los había redimido y las promesas del pacto. En una ocasión escuché a mi amigo Jonathan Leeman decir que discipular es amar de vida a vida en palabra y hecho. Esto nos enseña que no podemos ser discípulos al margen de una iglesia local. El verdadero discípulo no deja de congregarse (He. 10:25).

Respondiendo a la pregunta

Lo que hemos dicho no significa que debamos quedarnos callados cuando se corrompa la Palabra o cuando la predicación no sea sana. Más bien, como le dice Pablo a Timoteo, debemos de corregir con mansedumbre. A la vez es importante decir que la división puede ser pecaminosa. Corriendo el riesgo de caer en el reduccionismo de la generalización podemos decir que un ejemplo de una división sana y necesaria fue la Reforma Protestante; y un ejemplo de una división pecaminosa es el hermano que comienza a criticar a los líderes porque ahora solo cantan dos himnos en vez de cinco como antes. Una de las limitaciones a la hora de responder a una pregunta tan específica es que no conocemos todos los detalles del caso en particular. Es por eso que le respondo al hermano compartiendo algunos principios que pueden ser de ayuda:

  • Ora. Ora mucho por tus líderes y por ti mismo. Pídele a Dios que les muestre sus errores, y pídele que proteja tu propio corazón.
  • Ama. La verdad y el amor son dos caras de una misma moneda. No puedes amar verdaderamente sin la verdad, y la verdad verdadera siempre viene acompañada de amor. Cristo es la Verdad y Él es amor.
  • Da buen testimonio. Vive y modela el evangelio. Pídele a Dios que te ayude a ser consistente al vivir el evangelio que predicas.
  • Ten paciencia. Sé paciente y prudente. Los cambios muchas veces toman tiempo.
  • Haz memoria. Recuerda que tú también creías lo mismo que ellos pero Dios, en su gracia y misericordia, te sacó de la oscuridad y te permitió entender mejor su Palabra.
  • Busca una iglesia sana. Si después de orar y conversar directamente con tus pastores, entiendes que ellos no se someten a la autoridad de la Biblia, entonces busca otra iglesia donde puedas someterte y respetar la autoridad de los líderes y crecer en el conocimiento de Cristo.

Publicado anteriormente en 9Marks

Edgar Aponte

Es Vicepresidente de Movilización para la Junta de Misiones Internacionales. Previamente sirvió como Director de Desarrollo de Liderazgo Hispano en el Southeastern Baptist Theological Seminary en Wake Forest, North Carolina. Le acompañan en su ministerio su esposa Sara y dos hijos. 

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