[dropcap]E[/dropcap]n las últimas semanas, he estado tomando un día a la semana para contar cómo he llegado a mis diferentes convicciones teológicas. Lo he hecho contando por qué no soy lo que no soy: no soy ateo, católico romano, liberal, ni arminiano. Hoy quiero decir por qué no soy paidoautista. Pero primero, desde luego, las definiciones son necesarias. Si bien todos los protestantes afirman la necesidad del bautismo, existen dos perspectivas generales acerca de quién debería ser el receptor de este acto, y ambas están dentro de los límites de la ortodoxia cristiana. Algunos adhieren al bautismo de creyentes (credobautismo) y señalan que solo deben ser bautizados aquellos que hacen una profesión de fe creíble. Otros adhieren al bautismo de infantes (paidobautismo) y creen que los hijos de los creyentes deben ser bautizados. El Catecismo Menor de Westminster defiende esta postura: «…los párvulos de los que son miembros de la Iglesia visible, han de ser bautizados». El mismo catecismo dice: «El bautismo es un sacramento, en el cual. el lavamiento con agua, en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, significa y sella nuestra unión con Cristo, nuestra participación en los beneficios de la alianza de gracia y nuestro comprometimiento de ser del Señor». Por derecho, yo debería ser un paidobautista convencido. Fui bautizado en una iglesia anglicana por padres que pronto desarrollaron convicciones presbiterianas. Pasé la mayor parte de mi infancia en una iglesia reformada holandesa que afirmaba el Catecismo de Heidelberg, el cual pregunta: «¿Se ha de bautizar también a los niños?». Y responde: «Naturalmente, porque están comprendidos, como los adultos, en el pacto, y pertenecen a la iglesia de Dios. Tanto a éstos como a los adultos se les promete por la sangre de Cristo, la remisión de los pecados y el Espíritu Santo, obrador de la fe; por esto, y como señal de este pacto, deben ser incorporados a la Iglesia de Dios y diferenciados de los hijos de los infieles, así como se hacía en el pacto del Antiguo Testamento por la circuncisión, cuyo sustito es el Bautismo en el Nuevo Pacto». Así fue como entendí yo el bautismo cuando era niño, cuando pasé a la adultez, cuando me casé, y cuando me convertí en padre. Cuando nació nuestro primer hijo, Aileen y yo nos preparamos para bautizarlo. Pero justo antes que llegara el día, se desarrolló una serie de sucesos que nos detuvieron. Pasarían catorce años antes de que él fuera bautizado y, aun entonces, solo después de profesar su fe en Cristo. Para entonces, yo era pastor de una iglesia bautista reformada. Esto es lo que sucedió. Nick nació a comienzos del 2000 y pronto comenzamos a planificar una fecha para su bautismo. Sin embargo, para ese entonces mis padres se habían mudado a Estados Unidos, y queríamos esperar su próxima visita para que pudieran celebrar con nosotros. No deben haber pasado más que algunas semanas después de su nacimiento cuando uno de nuestros ancianos, un hombre agradable y piadoso se nos acercó para preguntarnos acerca de nuestros planes. Le dijimos que queríamos esperar hasta que nuestros padres pudieran estar con nosotros. Él lo informó a los demás ancianos y su reacción nos sorprendió y confundió. Ellos nos comunicaron su expectativa de que lo bautizáramos de inmediato. Amábamos y confiábamos en aquellos hombres, así que quedamos perplejos. ¿Por qué la prisa? Si el bautismo es simplemente una señal y sello que no comunica gracia salvadora, ¿por qué la urgencia? ¿Qué diferencia harían algunas semanas? En ese momento, por primera vez, entró en mi mente un atisbo de duda. Les pedí a los ancianos que nos concedieran un poco de tiempo. Una semana de reflexión me había mostrado que, si bien podía explicar a la perfección el bautismo de infantes, no podía defenderlo satisfactoriamente a partir de la Biblia. Comenzaba a preguntarme si el paidobautismo siquiera estaba en la Biblia. Los ancianos sintieron que esta vacilación era un rechazo tanto de nuestra profesión de fe como de los votos de nuestra membrecía en la iglesia. Parecía que Aileen y yo íbamos a ser puestos bajo la disciplina de la iglesia. Afortunadamente, llegamos a un acuerdo. Por ese tiempo, recibí una oferta de trabajo en un pueblo distante y, dado que pronto íbamos a dejar la iglesia de todos modos, les pedí a los ancianos si estarían dispuestos a poner término a nuestra membrecía por ese motivo. Ellos lo hicieron, y partimos de la iglesia como amigos. (Debería añadir que Aileen y yo éramos lo bastante jóvenes y necios y sin duda a veces manejamos esta situación inadecuadamente, y no nos consideramos intachables. No tenemos otra cosa que amor y respeto por aquella iglesia y sus ancianos). Cuando nos mudamos a nuestra nueva casa, comenzamos a asistir a iglesias bautistas. Finalmente nos establecimos en una y, a fin de convertirnos en miembros, yo debía ser bautizado como creyente. Para entonces mis convicciones habían crecido y se habían profundizado lo suficiente, de modo que creí que era lo correcto. Desde ese día, mis convicciones han crecido aún más. Así que, ¿por qué no soy paidobautista? No soy paidobautista sencillamente porque no puedo ver el bautismo de infantes claramente prescrito ni descrito en el Nuevo Testamento. Veo el bautismo de creyentes, y lo mismo hace cada paidobautista. Juntos concordamos en que debemos predicar «crean y bautícense» y extender ese bautismo a aquellos que han hecho una profesión de fe. Eso está totalmente claro. Y, de hecho, Aileen fue correctamente bautizada siendo una creyente adulta en una iglesia paidobautista. La pregunta apremiante es si la Biblia llama a un segundo tipo de bautismo, el bautismo de los hijos de los creyentes. Es este el bautismo que no veo, a pesar de mis esfuerzos. El Nuevo Testamento no contiene ningún mandato explícito de bautizar a los hijos de los creyentes y asimismo no contiene ningún ejemplo explícito de ello. (Para ser justo, tampoco prohíbe expresamente el bautismo de niños ni muestra a un cristiano de segunda generación siendo bautizado como creyente). Más bien, la doctrina debe ser extraída de lo que entiendo como una inapropiada continuidad entre el antiguo y el nuevo pacto y de la suposición de que los niños formaron parte de los distintos bautismos de casas completas (Hechos 16:15; 18:8; 1 Corintios 1:16). Supongo que soy credobautista más bien que paidobautista por la misma razón que la mayoría de los paidobautistas no son credobautistas: estoy siguiendo mi mejor comprensión de la Palabra de Dios. Mi postura me parece tan completamente obvia como la otra postura les parece obvia a quienes la sostienen. Qué extraña realidad que Dios permita que haya desacuerdo incluso en una doctrina tan crucial como el bautismo. Qué alegría, no obstante, que podamos afirmar que ambas posturas están correctamente dentro de los márgenes de la ortodoxia y que podamos trabajar de buena gana juntos por causa del evangelio.   Si nunca has considerado tu postura ni la opuesta, considera leer o escuchar este diálogo (en inglés) entre R. C. Sproul y John MacArthur. Mientras afirman mutuo amor y respeto, cada uno defiende muy bien su postura. Es un ejemplo de desacuerdo amistoso sobre un asunto que es importante, pero no crucial.  

Tim Challies

Tim Challies es uno de los blogueros cristianos más leídos en los Estados Unidos y cuyo BLOG ( challies.com ) ha publicado contenido de sana doctrina por más de 7000 días consecutivos. Tim es esposo de Aileen, padre de dos niñas adolescentes y un hijo que espera en el cielo. Adora y sirve como pastor en la Iglesia Grace Fellowship en Toronto, Ontario, donde principalmente trabaja con mentoría y discipulado.

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