Hoy continúo la serie titulada «Por qué no soy…», y en estos artículos estoy diciendo lo que sí creo mirando lo que no creo. Hasta aquí he contado por qué no soy ateo, por qué no soy católico romano, y por qué no soy liberal. Hoy quiero decir por qué no soy arminiano. (si no estás seguro de lo que quiero decir con «arminiano», Theopedia tiene un breve pero excelente artículo en inglés que explica sus principios clave). Yo fui criado en la tradición reformada, salí de ella siendo joven adulto, y regresé algunos años después. Quiero explicar cómo y por qué sucedió esto. Durante la mayor parte de mi infancia, mi familia estuvo involucrada en la Iglesia Reformada Canadiense. Esta denominación surgió en la década de 1950 luego de una oleada de migración de posguerra desde Holanda. Cuando nosotros asistíamos, la membrecía aún era casi exclusivamente holandesa y nosotros estábamos entre las muy pocas excepciones. No obstante, nos dieron una cálida bienvenida y durante muchos años fuimos cómodamente parte de esas iglesias, primero en Toronto y luego en Ancaster. Las iglesias reformadas canadienses tomaron como su fundamento las Tres Fórmulas de Unidad: el Catecismo de Heidelberg, la Confesión Belga, y los Cánones de Dort. Estos documentos estaban entretejidos con la vida y la urdimbre de la iglesia. Cada domingo por la noche el pastor predicaba un sermón basado en el Catecismo de Heidelberg o uno de los otros documentos. Aprendimos doctrina e historia reformadas en las escuelas de la denominación e incluso asistimos a clases de catecismo los martes por la noche. Con el tiempo llegué a ser completamente versado en doctrina reformada. Sin embargo, al llegar a la adultez, comencé a tener cierto recelo de ella. Con todas las fortalezas de las iglesias reformadas holandesas, estas mostraban poca preocupación por la evangelización y —no es de sorprender— había pocas conversiones. Yo deseaba formar parte de una iglesia que llegara a la comunidad circundante y comencé a creer que dentro de la teología reformada había algo que se oponía a la evangelización. Después de todo, mi experiencia fundamental de esa teología fue a través de esta tradición holandesa. Comencé a escuchar la radio cristiana y escuché a predicadores no reformados como Charles Stanley, quien tenía un amor por los perdidos que remecía el alma. Comencé a escuchar música cristiana y oía canciones que me hablaban, me alimentaban, aun cuando claramente provenían de una perspectiva arminiana. Mis horizontes comenzaron a expandirse un poco cuando encontré a arminianos que estaban predicando, cantando y celebrando la verdad. Hagamos aquí una pausa para un breve paréntesis. Necesito afirmar que en algún punto entre el catolicismo romano y el arminianismo hemos cruzado una línea importante. La iglesia católica romana niega que la salvación llegue por la sola gracia mediante la sola fe, y por ese motivo enseña un falso evangelio. Los arminianos enseñan que la salvación llega solo por la gracia mediante la sola fe, y por ese motivo enseña el verdadero evangelio. Aun cuando explico por qué no soy arminiano, necesito afirmar que estoy mirando una diferencia entre hermanos y hermanas en Cristo. En el 2000, ahora casado y con un hijo pequeño, conseguí un empleo en Oakville, Ontario, y Aileen y yo nos mudamos a esta nueva comunidad. Cuando nos dispusimos a buscar una iglesia, buscamos deliberadamente fuera de la tradición reformada, en parte debido a estas inquietudes y en parte por los motivos que contaré cuando diga por qué no soy paidobautista. Cuando supimos que una nueva iglesia bautista (que resultó ser bautista del sur) estaba comenzando en nuestro barrio, decidimos visitarla en su día de lanzamiento. Nos quedamos durante seis años formativos. Hasta este punto, mi teología reformada en gran medida no fue puesta a prueba. No había encontrado una alternativa convincente. Pero ahora, finalmente, sería desafiada. Durante algún tiempo, estábamos entusiastas por lo que vimos y experimentamos. Vimos diversidad, comunidad, y conversiones. Fue un tiempo emocionante y satisfactorio. Pero después de algunos años, nos encontramos lidiando con una creciente sensación de inquietud. Los líderes de la iglesia me habían pedido que leyera libros de Rick Warren, Bill Hybels, y otros como ellos, y esos libros no eran muy sólidos. El pastor predicó a través de Romanos y no tenía explicaciones convincentes en ciertos textos clave. La iglesia comenzó a demostrar que era poco saludable y estaba construida sobre un fundamento teológico inestable. Llevé mis inquietudes a esta relativamente nueva plataforma llamada internet e incluso comencé a explorar mis interrogantes e inquietudes a través de un blog. Aquellas viejas doctrinas que había aprendido en la infancia y la adolescencia no me querían soltar. Entonces llegó ese día trascendental cuando entré casualmente a una librería cristiana y seleccioné dos libros que, por derecho, no tenían motivo para estar allí: Ashamed of the Gospel, de John MacArthur, y Whatever Happened to the Gospel of Grace?, de James Montgomery Boice. El primer libro interpelaba la estructura y el propósito de la iglesia a la que asistíamos y el segundo su teología. Compré Putting Amazing Back Into Grace, de Michael Horton, ¿Qué es la teología reformada?, de R. C. Sproul, y Justification, de James White. Y eso fue todo. Me di cuenta de que al abandonar la teología reformada no solo me había alejado de un sistema teológico, sino de la verdad. Fue en este tiempo cuando descubrí Grace Fellowship Church, una congregación que era bautista y reformada. Esta iglesia amaba la teología reformada pero también amaba llegar a los perdidos. Resulta que este pastor también estaba predicando a través de Romanos y tenía profundas y convincentes explicaciones para los textos clave. Pronto nos retiramos de la otra iglesia —y de la teología arminiana— en términos amistosos. Nunca hemos mirado atrás. Así que, ¿por qué no soy arminiano? No soy arminiano porque la teología reformada es respaldada por la Biblia. Cuando examiné honestamente tanto la doctrina reformada como la arminiana a la luz de la Biblia, vi evidencia de la teología reformada dondequiera que miraba. La teología reformada no solo depende de versículos clave sino de toda la trama y urdimbre de la Biblia. Ofrece una explicación mucho más convincente de la Escritura que el arminianismo, tanto en su esquema general como en sus finos detalles. No veo libre albedrío libertario en la Biblia. No veo una gracia preveniente universal, expiación ilimitada, gracia resistible, ni ninguna otra doctrina arminiana clave. Pero sí veo a un Dios absolutamente soberano, quien ha puesto su amor en su pueblo aun en la profundidad de su total depravación, quien los atrae mediante gracia irresistible, y luego los sostiene firmemente por siempre. No soy arminiano porque la teología reformada motiva la evangelización. Llegué a ver que mi experiencia reformada holandesa no era típica de la teología reformada y de hecho totalmente incoherente con ella. En su mejor expresión, la teología reformada proporciona la mayor motivación para compartir el evangelio localmente y hasta lo último de la tierra. Lo hace dándonos la certeza de la soberanía de Dios tanto en la elección como en el llamado. Por lo tanto, nuestra tarea consiste en llevar el evangelio a todo lugar de manera que Dios pueda atraer a su pueblo mediante su medio designado, la predicación del evangelio. Evangelización y teología reformada no son enemigos, sino los mejores amigos. No soy arminiano porque la teología reformada crea las iglesias más saludables. Comenzamos a ver que la teología reformada no comienza ni termina en los cinco puntos, sino que se extiende a toda la vida y la estructura de la iglesia. Proporciona el fundamento para edificar iglesias locales saludables que se multiplican. En suma, no soy arminiano porque lo probé y me pareció deficiente, tanto en mi experiencia como en mi intento de reconciliarlo con la Escritura. No soy arminiano porque la teología reformada es demasiado buena para no ser verdadera.