¿Podremos disfrutar del cielo sabiendo que seres queridos están en el infierno?

[dropcap]E[/dropcap]l cielo es demasiado perfecto, ampliamente impecable, demasiado distinto como para imaginarlo con nuestras mentes caídas. Nuestros reiterados intentos de pintarlo sobre un lienzo han terminado siendo representaciones de querubines sobre las nubes, colores idílicos de una aurora, Cristo como una luz cegadora o una muchedumbre de adoradores sin rostro. Algunos de estos intentos para captar los esplendores del cielo son muy hermosos e incluso cautivadores, sin embargo, también sabemos que son incompletos. Son, en el mejor de los casos, el más mínimo reflejo de lo que se espera. Nuestra imaginación siempre se queda corta en cuanto a lo que son verdaderamente las gloriosas perfecciones del cielo. Apocalipsis 21:4 nos asegura que en el cielo Dios mismo enjugará nuestras lágrimas, que no habrá muerte, ni tristeza, ni llanto, ni dolor. Existe una certeza profundamente reconfortante sobre nuestro futuro: una certeza de alegría, de felicidad, de consuelo, de paz, de amor y de perfección. Sin embargo, para aquellos de nosotros con familiares y amigos no creyentes puede que encontremos que esta certeza es un área de lucha intensa. ¿Por qué? Porque sabemos que no todos estarán con nosotros. Muchos de los que hoy amamos tendrán una experiencia eterna de dolor, de tormento y de separación. ¿Cómo podríamos disfrutar el cielo si nuestros seres queridos están en el infierno? R.C. Sproul abordó este cuestionamiento en una conferencia de Ligonier Ministries años atrás y le estoy muy agradecido por su respuesta. Sproul comenzó relatando un momento gracioso de sus días cuando cursaba en el seminario. Después de asistir a un evento en el que un orador despreció la doctrina reformada, el joven Sproul, perturbado por lo que oyó, bromeó luego ante su profesor en el seminario: “Si Juan Calvino hubiese oído ese sermón, habría regresado a su tumba”. El profesor le respondió con seriedad: “Joven, ¿no sabe que no hay nada que pueda alterar la felicidad que Juan Calvino está experimentando en este mismo momento?” Reflexionó un poco sobre su interacción, pero poco después escuchó una respuesta del mismo profesor a la pregunta sobre cómo un cristiano puede disfrutar del cielo sabiendo que tiene seres queridos en el infierno: “En ese momento serás tan santificado que podrás ver a tu propia madre en el infierno y regocijarte sabiendo que la perfecta justicia de Dios está siendo llevada a cabo”. La reacción espontánea de Sproul fue burlarse, incluso reír, por la locura de tal declaración. A primera vista, la respuesta de su profesor sonaba mal, incluso insensible. Sin embargo, si podemos estar seguros de que nuestro futuro en el cielo será de gozo imperturbable y que al ver la perfecta justicia de Dios nuestros corazones exclamarán en adoración, entonces nada, ni siquiera el justo destino de un amigo o miembro de la familia podrán estorbar nuestra alegría en absoluto. ¿Por qué, entonces, nuestra reacción espontánea es similar a la de Sproul de este lado de la eternidad? Sproul ofrece tres respuestas: No conocemos a Dios. Es decir, realmente no conocemos a Dios. No lo conocemos como es en realidad. Sobre todo, no lo conocemos como el Dios santo, santo, santo. De hecho, a menudo nos ofendemos por su santidad, como si fuera un rasgo despreciable o caprichoso. No podemos imaginar cómo podríamos estar contentos en el cielo mientras nuestros seres queridos están en el infierno debido a que nuestro conocimiento de Dios es demasiado pequeño. No nos conocemos a nosotros mismos. No conocemos a Dios como debemos, pero tampoco nos conocemos a nosotros mismos como debemos. Por mucho que lo hagamos, permanecemos ajenos a lo verdaderamente hediondo de nuestro pecado, cuán inmensamente inmundos somos ante los ojos de Dios, y cuán increíble es nuestra salvación. Es tan humano para nosotros pecar que incluso podemos sentir como si alguna manera Dios está obligado a perdonarnos. Necesitamos un mejor autoconocimiento, la clase de conocimiento que Dios da por Su Espíritu a través de Su Palabra. No podemos imaginar cómo podríamos estar contentos en el cielo mientras los seres queridos están en el infierno porque no nos conocemos tan bien como deberíamos. No sabemos lo que significa glorificación. El último eslabón de la Cadena Dorada de Romanos 8:28-30 es la glorificación. Aunque tendemos a concentrarnos más en la predestinación y la justificación, éstos son simplemente los medios para ese gran final de la glorificación. Debemos anhelar el día en que seremos glorificados, cuando nosotros y todos lo demás estemos purificados de todos los rastros del pecado. El cielo es mucho más que la ausencia de la muerte y del deterioro, es también la ausencia del pecado. ¿Puedes imaginar un lugar donde no haya pecado? ¿Esperas un lugar sin pecado? ¡Esa es nuestra esperanza! No podemos imaginar cómo podríamos estar contentos en el cielo mientras los seres queridos están en el infierno porque pensamos demasiado poco en la belleza de la glorificación. Hasta que no seamos glorificados, nuestras simpatías se depositarán más fácilmente en los seres humanos que en Dios, en Su gloria y en Su justicia perfecta. Pero como Sproul explica en su charla, “una vez que el pecado sea removido de mi vida … y ame al Señor mi Dios con todo mi corazón y toda mi alma en una perfección sin diluciones, entonces mi compasión, mi amor, y mi preocupación serán mucho más enfocadas hacia la vindicación de la santidad de Dios que hacia mis corruptos parientes perdidos”. Así que entonces, oramos por los perdidos, compartimos el evangelio con ellos e imploramos por sus almas. Y todo el tiempo confiamos en el Dios que es bueno y que solamente hace lo bueno. Este artículo fue publicado originalmente en inglés en Challies.com.

Tim Challies

Tim Challies es uno de los blogueros cristianos más leídos en los Estados Unidos y cuyo BLOG ( challies.com ) ha publicado contenido de sana doctrina por más de 7000 días consecutivos. Tim es esposo de Aileen, padre de dos niñas adolescentes y un hijo que espera en el cielo. Adora y sirve como pastor en la Iglesia Grace Fellowship en Toronto, Ontario, donde principalmente trabaja con mentoría y discipulado.

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