John Newton pasó de ser un traficante de esclavos a compositor de himnos. Un hombre que experimentó una transformación milagrosa que le hizo dejar atrás una vida de inmoralidad y depravación para dedicarse a la vocación de ministro del evangelio. La sorprendente gracia que había “salvado inesperada, pero permanentemente a un infeliz como yo” fue su gozo y su meditación durante el resto de sus días, el tema de mil sermones, himnos, oraciones y cartas.
Newton era un pastor con discernimiento y experto en escudriñar el alma humana. Al reflexionar sobre su vida antes de ese encuentro con la gracia salvadora del Señor, escribió un poema o himno titulado In Evil Long I Took Delight [Durante mucho tiempo me deleité en el mal]. En esa canción confiesa: “Durante mucho tiempo me deleité en el mal / sin que la vergüenza o el miedo me intimidaran”. Durante muchos años de su vida había sido alocado y disoluto, viviendo solo para su propio placer, al menos “hasta que un nuevo objeto cautivó mi atención/ Y detuvo mi alocada carrera”. El objeto que atrapó su mirada fue “Uno colgado en un madero/ sufriente y ensangrentado”. Este himno describe todo lo que llegó a ver y aprender sobre el Hijo de Dios: que los propios pecados de Newton lo habían colgado allí, que Cristo estaba sufriendo por los pecados de este miserable pecador. Y entonces, Newton identifica algo que todo cristiano ha experimentado al meditar en la cruz, que en la vida cristiana hay momentos en que experimentamos una “pena deleitosa y un gozo triste”.
Con una pena deleitosa y un gozo triste,
Mi espíritu ahora está lleno,
Que yo destruyera una vida así,
Y al mismo tiempo viviera por Aquel que maté.
Allí, con los ojos clavados en Jesucristo, Newton llora con alegría y dolor: dolor porque su pecado ha llevado a este hombre a sufrir un dolor tan grande, y alegría porque este hombre estaba dispuesto a morir para que él, Newton, pudiera vivir. Esta es la maravilla de la cruz, ese lugar donde en un solo acto lloramos y nos alegramos, y nos maravillamos y adoramos.
Hace varios años tuve el privilegio de asistir a un servicio conmemorativo en el Pregnancy Care Centre [Centro de Atención al Embarazo] de Toronto, una organización que he llegado a conocer y amar, y me encontré reflexionando entre lágrimas sobre la pena deleitosa y el gozo triste de quienes han encontrado la libertad del perdón. Este servicio conmemorativo es un momento para reconocer los pecados pasados y, al confesarlos, proclamar y experimentar el perdón. Es un momento para que las madres y los padres confiesen que intencionalmente han quitado la vida a su propio hijo y, sin embargo, proclamen que la gracia del Señor es suficiente para cubrir incluso este pecado. En obediencia a Santiago 5:16, la vergüenza del pecado privado es traída a un escenario público: “Por tanto, confiésense sus pecados unos a otros, y oren unos por otros para que sean sanados”.
Cada uno de los participantes tuvo la oportunidad de hablar ante el grupo reunido esa tarde. Algunos identificaron por nombre a su hijo, le leyeron una carta o un poema, pidieron o suplicaron su perdón y proclamaron su confianza en que habían encontrado el perdón a través de la buena noticia del evangelio de Jesucristo. Mientras hablaban, se les entregaba una flor, una rosa, una pequeña y simbólica muestra del amor de Dios por ellos. Hubo algunas que no pudieron decir nada, que solo pudieron permanecer en silencio y llorar por lo que habían hecho y lo que habían perdido. Estas mujeres también recibieron una flor. Muchas de ellas colocaron una carta sellada en una cesta que habían escrito a su hijo, pero que les era imposible leerlas. Esas cartas siguen selladas hoy, una interacción privada entre una mujer, su hijo y el Señor.
Sin embargo, incluso entre todas las lágrimas y hasta en las expresiones de tanto dolor y arrepentimiento, seguía habiendo alegría. Era la alegría de la libertad, porque estas mujeres no solo confesaban el pecado, sino que proclamaban y aceptaban el perdón. Las lágrimas de vergüenza se mezclaban a partes iguales con las de alegría porque estas mujeres no lloraban como quienes no tienen esperanza, sino como quienes se han llenado de esperanza, una esperanza nueva que ha llegado a través de una vida nueva.
El aborto es una promesa de libertad. Ofrece libertad de la vergüenza de un embarazo no planificado, de la responsabilidad de criar a un niño, de la carga de mantener a un bebé. Pero, como todo pecado, promete demasiado y no cumple. Donde promete libertad, produce esclavitud, esclavitud a la vergüenza, al remordimiento y al conocimiento de haber hecho algo malo. El aborto es una mentira, un pecado que solo puede ser engendrado por el padre de la mentira (Jn 8:44).
Pero toda la vergüenza del aborto, la maldad y el peso del mismo se quiebra ante la cruz. Ante la cruz todos estamos invitados a arrodillarnos, a confiar, a confesar, a llorar con ese dolor grato y ese gozo sufriente, y allí encontrar la libertad del perdón.
La mayoría de los Centros de Ayuda al Embarazo de Norteamérica ofrecen apoyo después del aborto, casi siempre a través de estudios bíblicos grupales e individuales. Si te resulta útil, puedes visitar OptionLine para encontrar un centro cerca de ti.
Este artículo se publicó originalmente en Challies.