Jerry Bridges brindó muchos regalos a la iglesia, entre ellos su libro Pecados Respetables en el 2007. En este libro acuñó un término que describe toda una categoría de pecados que son susceptibles de escapar a nuestra atención. Los «pecados respetables» son comportamientos que los cristianos (a veces individualmente y a veces colectivamente) consideran aceptables aunque la Biblia los describa como pecaminosos. Son tan sutiles o refinados que incluso podemos disfrazarlos para convertirlos en una especie de virtud. Bridges ofrece muchos ejemplos: ansiedad y frustración, descontento, desagradecimiento, impaciencia e irritabilidad, mundanalidad, entre otros. Un aspecto escabroso de esta lista de pecados respetables es que su contenido puede cambiar con el tiempo. Lo que fue respetable en una época puede ser escandaloso en otra antes de volver a convertirse en respetable. En esta oportunidad me gustaría ofrecer algunas sugerencias de pecados que podemos considerar respetables hoy, en el año 2020, con un enfoque especial en los pecados que se promueven y difunden en línea. La sospecha. Esta es una época polarizada que se ve agravada por los medios de comunicación y las redes sociales, las cuales son muy buenas elogiando a las personas de su propio entorno mientras difaman a los de afuera. El ideal de la objetividad ha sido reemplazado por el principio de la sospecha. Aunque la Biblia alaba la sabiduría y el discernimiento, rechaza la sospecha, especialmente hacia nuestros hermanos creyentes. No tenemos derecho a dudar de los demás por defecto o a desconfiar cautelosamente de ellos, como si fueran culpables hasta que se demuestre su inocencia. No podemos permitirnos desconfiar de las acciones, los motivos o la salvación de los hermanos y hermanas en el Señor. Después de todo, el amor se muestra no sólo en nuestras acciones, sino también en nuestras actitudes, porque «el amor todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (1 Corintios 13:7). A la vez que debemos mantenernos en guardia contra la falsa enseñanza y los falsos maestros dentro de la iglesia, también debemos mantenernos en guardia contra la sospecha dentro de nuestros corazones. No hay nada respetable en ello. El Chisme. Nuestros siempre presentes dispositivos digitales y las redes sociales nos han dado la habilidad de comunicarnos con una velocidad y alcance sin precedentes. Pero con este gran poder viene una responsabilidad muy seria, ya que la Biblia a menudo advierte sobre el poder de nuestras palabras y nuestra tendencia a usarlas mal. Muerte y vida están en poder de la lengua, y los que la aman comerán su fruto (Proverbios 18:21). Somos responsables no sólo de decir la verdad acerca de los demás, sino también de dar la espalda a los que no lo hacen. Después de todo, se necesitan dos para chismear y, así como es pecado hablar mal de los demás, también es pecado escuchar sin discernimiento. Sin embargo, el mundo cristiano, y tal vez especialmente el mundo cristiano reformado, está absolutamente lleno de chismes. Comenzando desde el púlpito hasta las bancas de la iglesia, desde la sala de entrevistas en las conferencias hasta la transmisión en vivo de las mismas, el chisme anda rampante. Se susurra en nombre de la información importante y se bloguea en nombre del discernimiento, —ambas son formas de adornar el chisme con ropa respetable. Si no es cierto, si no es edificante y si no es necesario, entonces es un chisme. Verdaderamente, el chisme puede ser el pecado acosador del movimiento reformado y un gran contribuyente a su actual o próximo colapso. Las calumnias. Estrechamente conectado a los chismes está la calumnia. Cuando calumniamos a otra persona, hacemos declaraciones falsas para dañar su reputación. La forma en que podemos hacer “respetable” este pecado es insistir en que estamos advirtiendo a los demás de un falso maestro y protegiendo a las ovejas ingenuas e indefensas. ¡Sólo estamos dañando la reputación de esa persona porque tenemos mucho amor y preocupación por los demás! Lo que tendemos a hacer, entonces, es difundir la información que hemos escuchado a través de los canales del chisme, pero que no hemos verificado o validado. Y así seguimos el ejemplo de personas que han fabricado información por las motivaciones más aborrecibles que podamos pensar y la difundimos como si fuera cierta. Aunque nuestros motivos puedan ser buenos (o, al menos, no totalmente depravados) nuestras acciones siguen siendo pecaminosas. Ten cuidado: «Y yo os digo que de toda palabra vana que hablen los hombres, darán cuenta de ella en el día del juicio» (Mateo 12:36). El ser entrometido. Neil Postman (autor norteamericano del controversial libro Entreteniéndonos hasta la muerte) una vez hizo esta pregunta: «¿Con qué frecuencia ocurre que la información proporcionada en la radio o televisión matutina, o en el periódico matutino, hace que cambies tus planes para el día, o que tomes alguna acción que de otra manera no hubieras tomado, o te proporcione una visión de algún problema que tengas que resolver?» En la mayoría de los casos la respuesta es «no muy a menudo». Lo mismo se puede preguntar de la información que obtenemos de las redes sociales y de otras fuentes de noticias e información cristiana. ¿Con qué frecuencia hacemos algo al respecto? Y quizás mejor aún, ¿cuántas veces es realmente nuestra responsabilidad hacer algo al respecto? Postman se lamentaba del ciclo impotente en el que «las noticias te suscitan una variedad de opiniones sobre las que no puedes hacer nada excepto ofrecerlas como más noticias, sobre las que no puedes hacer nada». Estoy convencido de que hoy en día experimentamos algo similar, donde recibimos noticias sobre las que no podemos hacer nada, así que lo que hacemos es transmitirlas, difundiendo nuestra opinión, nuestra alegría, nuestra indignación. Pero transmitirlas no es un acto neutral. De hecho, puede ser un acto de intromisión, la obra de un entrometido. Emitir opiniones sobre situaciones que han ocurrido a gran distancia de nosotros, que no nos conciernen, sobre las que no podemos hacer nada y sobre las que sabemos muy poco, parece ajustarse a la definición misma de intromisión. La ociosidad. Cada nueva tecnología trae consigo tanto beneficios como inconvenientes, y las redes sociales no son una excepción. La gente puede usar las redes sociales para ser tremendamente productiva, para desplegar sus dones, talentos, tiempo, energía y entusiasmo por el bien de los demás y la gloria de Dios. Pero la gente también puede usar las redes sociales para ser tremendamente improductivas. Su uso de las redes sociales puede reflejar la ociosidad y la indiferencia. Podemos disfrazar nuestro uso de las redes sociales con el fin de crear plataformas o con el de expresar el discernimiento y brindar estímulo. Pero si somos honestos con nosotros mismos, para muchos de nosotros es un medio de escape del mundo real y de nuestras vidas reales. Es pereza, no productividad, y la Biblia tiene reiteradas y serias advertencias sobre los perezosos (por ejemplo, Eclesiastés 10:18, Proverbios 19:15, 1 Tesalonicenses 5:14). Irónicamente, las personas que son más activas en las redes sociales también pueden ser las más ociosas. La impugnación. Impugnar es disputar la verdad, la validez o la honestidad de los motivos de otra persona. Y estrechamente relacionado con disputar los motivos de otra persona es sugerir que conoces la verdad detrás de ellos. Hay tanto de esto en el mundo cristiano de hoy, y genera tan poco rechazo, que debe ser clasificado como algo respetable. Sin embargo, un poco de introspección bíblica debería decirnos que a menudo ni siquiera conocemos nuestros propios motivos, y si no conocemos los nuestros, ¿cómo podríamos conocer los de los demás? Santiago 3:17-18 nos desafía a que «la sabiduría de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, condescendiente, llena de misericordia y de buenos frutos, sin vacilación, sin hipocresía». 1 Corintios 4:5 advierte que «no juzguéis antes de tiempo, sino esperad hasta que el Señor venga, el cual sacará a la luz las cosas ocultas en las tinieblas y también pondrá de manifiesto los designios de los corazones». Si vamos a asumir algo sobre los motivos de otra persona, debemos asumir lo mejor, no lo peor. Cuando se trata de un hermano o hermana en Cristo, es pecaminoso asumir malos motivos; es pecaminoso no asumir buenos motivos. Cada uno de nosotros es un santo, pero cada uno de nosotros sigue siendo un pecador. Como tales, seguimos siendo atraídos por ciertos pecados e incluso somos propensos a vestirlos con vestimentas respetables. Es una disciplina buena y necesaria examinarnos para evaluar no sólo los pecados que consideramos más feos, sino también los que consideramos más bellos. Lo hacemos sabiendo que incluso el más «respetable» de nuestros pecados es detestable para Dios y, por ello, debe ser igualmente detestable para su pueblo.