Nuestro canto y la adoración celestial

Los cristianos han afirmado durante mucho tiempo lo que llamamos “la comunión de los santos”.

Hace muchos años, una noche tranquila, estaba sentado en el porche de nuestra vieja casa familiar, cuando oí la música de las gaitas. Curioso, seguí el sonido, que me llevó hasta la orilla del lago. En algún lugar, al otro lado del agua, pude oír al gaitero que tocaba su instrumento. La noche era tranquila y el lago estaba sereno, y el sonido se transmitía tan bien que podía escuchar cada nota inquietante con perfecta claridad. Aunque no podía verlo, era como si estuviera tocando a mi lado.  Me senté un rato a escuchar, cantando en silencio de vez en cuando mientras él tocaba canciones que contaban las grandes hazañas de Escocia la valiente, canciones que rememoraban The Bonnie Banks o’ Loch Lomond [Las hermosas orillas del lago Lomond] e, inevitablemente, canciones que contaban la asombrosa Sublime Gracia de Dios. Aquella noche fue solo la primera de las muchas veces que nos ofreció conciertos improvisados, y cuanto más le oía tocar, más curiosidad sentía por saber quién era y dónde estaba. Por fin, una noche decidí encontrar a este misterioso gaitero, así que me subí a mi canoa y empecé a remar por el lago. Supuse que, por el volumen y la claridad de la música, debía estar cerca, pero por mucho que intentara avanzar, él seguía estando un poco más lejos. La música, al parecer, se extendía casi sin cesar por la plácida superficie del lago.  En el último año, ningún lugar ha estado más en mi corazón y ningún tema ha estado más en mi mente que el cielo. Conozco el cielo desde mi más tierna infancia y he creído en él desde que creía en algo. Pero mi conocimiento siempre ha sido abstracto y mi interés siempre ha sido distante. El cielo era para más adelante, no para ahora, un tema que debía preocuparme solo cuando fuera mayor, solo cuando yo mismo estuviera a punto de morir. Y eso era cierto hasta que un solo momento hizo que el cielo fuera tan real y tan urgente.  Todavía me impacta escribir estas palabras: tengo un hijo en el cielo. Hay muchas cosas misteriosas sobre el cielo, muchas cosas que permanecen opacas cuando estudiamos las Escrituras con nuestros ojos nublados y mentes debilitadas. Pero una cosa que podemos saber con absoluta certeza es que el cielo es un lugar de música, un lugar de canto, un lugar de grandes orquestas y poderosos coros. En la revelación que hace Juan de lo que es y lo que será, él ve a los músicos y describe su música. Escucha cómo los coros de hombres y ángeles cantan sus alabanzas a Dios. Se maravilla cuando las naciones se reúnen para postrarse y cantar con júbilo en adoración. Se regocija al oír la voz de una inmensa multitud que canta “¡Aleluya! Porque el Señor, nuestro Dios, el Todopoderoso reina”. Independientemente de lo que ocurra en el cielo, es ciertamente un lugar de música.  De todas las cosas “normales” a las que me resultó difícil volver tras la muerte de Nick, el canto estaba en primer lugar, y en particular cantar con la iglesia local. Hay algo en el hecho de unir las voces y los corazones con otros cristianos que es muy conmovedor. Cuando cantamos juntos, a menudo se me hace un nudo en la garganta y se me saltan las lágrimas. Es raro que pueda terminar las canciones sin que me sobrecoja la emoción. Y no puedo evitar pensar que la razón es que el canto que hacemos en nuestra pequeña congregación no es simplemente un anticipo de nuestra adoración en esa gran congregación celestial, sino una verdadera participación en ella. Hay un sentido en el que nuestra adoración se extiende más allá de las cuatro paredes de nuestro pequeño edificio y llega hasta las mismas puertas del cielo.  Los cristianos han afirmado durante mucho tiempo lo que llamamos “la comunión de los santos”. Profesamos que Dios tiene un solo pueblo, no dos. Y aunque durante un tiempo Su iglesia existe parcialmente triunfante en el cielo y parcialmente militante en la tierra, es verdaderamente indivisible, porque todos hemos sido unidos permanentemente a través de nuestro Salvador que vive. Profesamos esta realidad en algunas de nuestras canciones más queridas. Por ejemplo, en Por todos los santos, los que estamos en la tierra hablamos de la unidad que tenemos con los que están en el cielo:  “¡Oh bendita comunión, divina comunión!  Luchamos débilmente, ellos en gloria brillan;  Sin embargo, todos son uno en Ti, porque todos son Tuyos.  ¡Aleluya, aleluya!”.  En Es Cristo de Su iglesia, cantamos de la comunión misteriosa, pero real que disfrutamos.  “Con el Dios Trino vive en permanente unión,  Y con los ya en el cielo en grata comunión;  Oh Dios, que en sus pisadas podamos caminar,  Y al fin con Cristo entremos en el eterno hogar”.  Y en Sagrado es el amor, expresamos la verdad de que aun en el dolor de la separación, nuestra unidad permanece inquebrantable.  “Nos vamos a separar,  mas nuestra firme unión  jamás podrase quebrantar  por la separación”.  Puesto que estamos unidos a Cristo, estamos unidos el uno al otro y podemos tener una confianza segura y firme de que nos volveremos a encontrar. Oh, anhelo encontrarme con mi hijo otra vez. Anhelo verlo, anhelo abrazarlo, anhelo escuchar su voz. Anhelo adorar con él como lo hicimos tantas veces durante tantos años. Me arrepiento de haber pensado poco en el privilegio que fue estar como una familia —una familia completa— adorando a nuestro Dios juntos.  Sin embargo, me gozo de que en un sentido muy real, sigamos adorando juntos, porque estamos unidos por el “bendito vínculo” de nuestro amor en Cristo. He oído decir que cuando cantamos hoy nos preparamos para ocupar nuestro lugar en ese coro celestial. Si bien eso es cierto, no lo es del todo, porque hay un sentido en el que cuando cantamos hoy, ocupamos real y verdaderamente nuestro lugar en esa gran asamblea. Unimos nuestras voces como el único pueblo de Cristo, la única iglesia de Cristo, el único coro de Cristo.  Por eso, cuando me pongo de pie con el pueblo de Dios para cantar las alabanzas de Dios, tengo una nueva comprensión de que no canto solo. Nosotros, como iglesia, no cantamos solos. Más bien, cuando alzamos nuestras voces, las unimos a las voces de los santos de todas las edades. Los terrenales y los celestiales, los militantes y los triunfantes, los que anhelan la presencia de Cristo y los que la disfrutan, cantan como uno solo, porque somos uno. Y mientras canto, también escucho, porque estoy seguro de que en mi corazón empiezo a oír mi voz uniéndose a la de Nick mientras cada uno ocupa su lugar en el mismo coro. Así como la música del gaitero atravesó el lago y llegó a mis oídos, los acordes de la música del cielo atraviesan el tiempo y el espacio para tocar mi corazón y darme esperanza.  Este artículo se publicó originalmente en Challies. 

Tim Challies

Tim Challies es uno de los blogueros cristianos más leídos en los Estados Unidos y cuyo BLOG ( challies.com ) ha publicado contenido de sana doctrina por más de 7000 días consecutivos. Tim es esposo de Aileen, padre de dos niñas adolescentes y un hijo que espera en el cielo. Adora y sirve como pastor en la Iglesia Grace Fellowship en Toronto, Ontario, donde principalmente trabaja con mentoría y discipulado.

Artículos por categoría

Artículos relacionados

Artículos por autor

Artículos del mismo autor

Artículos recientes

Te recomendamos estos artículos

Siempre en contacto

Recursos en tu correo electrónico

¿Quieres recibir todo el contenido de Volvamos al evangelio en tu correo electrónico y enterarte de los proyectos en los que estamos trabajando?

.