Nota editorial: Este artículo pertenece a una serie titulada Proyecto Reforma, 31 publicaciones de personajes que fueron instrumentos de Dios durante la Reforma Protestante. Puedes leer todos los artículos aquí


Martín Bucer pudiera bien ser el reformador más importante que hayas escuchado. Él obró a la sombra de los otros gigantes alemanes, Lutero y Melanchthon; no obstante, llevó el timón de lo que se convertiría, al menos por un tiempo, en la capital del mundo protestante. Bucer nació cerca de Estrasburgo el 11 de noviembre de 1491. A la edad de quince años se unió al claustro de dominicos, un grupo monástico de predicadores católico romanos. Frailes como Bucer llevaban votos de pobreza, castidad y obediencia; sin embargo, a diferencia de los monjes, lo hacían entre el pueblo, sirviendo a la comunidad, no en aislamiento.

El fraile más popular de Alemania

Martín Bucer escuchó por primera vez de Martín Lutero en abril de 1518 (Bucer tenía 26; Lutero, 34). Lutero lo cautivó, especialmente su convicción de que somos justificados solamente por la fe sin ninguna contribución o mérito propio. Tres años más tarde, no solamente abandonó la orden de dominicos para predicar el evangelio, sino que también abandonó sus votos monásticos y decidió casarse, convirtiéndose repentinamente, quizás, en el fraile más popular (y radical) de Alemania. Se casó con una monja (nada menos) llamada Elizabeth. Aunque fue Lutero quien introdujo a Bucer a la Reforma, él no estaba de acuerdo con su padre espiritual en algunos aspectos; en parte porque Bucer ya había sido profundamente influenciado por Erasmo de Rotterdam, a quien apreciaba y admiraba a pesar de sus diferencias teológicas. La inclinación de Bucer a ser más inclusivo y ecuménico, providencialmente lo posicionaron para desempeñar un papel importante en el movimiento.

Reforma en moderación

Estrasburgo se convirtió en el centro del Protestantismo en gran parte debido a que Bucer y otros líderes permanecieron abiertos a los temas más controversiales y que eran causas de división. Por ejemplo, en 1529 Bucer auspició un histórico—aunque hostil—encuentro entre Lutero y Zuinglio acerca de la Cena del Señor. Siendo él mismo simpatizante de ambas posiciones, unió ambos bandos con la esperanza de lograr algún tipo de acuerdo que pudiera catalizar una unión entre las dos principales corrientes de la Reforma. A pesar de que el encuentro fracasó en lograr un acuerdo sobre la Cena del Señor, ilustra el rol que el antiguo fraile desempeñó—entre Lutero y Zuinglio, entre los principales Protestantes y los Anabaptistas más radicales, incluso entre los Reformadores y los Católicos. En lugar de formar y liderar un movimiento distinto y propio—los Buceranos, pudiéramos llamarle—, aspiró a unir los movimientos existentes en un inmenso crisol cristiano, bajo las enseñanzas claras de las Escrituras. Bucer se percató y apreció el gran poder de la solidaridad.

Los primeros grupos pequeños

Al igual que los extraños resultados de la labor de Lutero y de Erasmo, la Reforma de Bucer tomó un cariz distintivo y ecléctico. Inicialmente, destacó simultáneamente que la justificación es solamente por la fe, y al mismo tiempo predicó la disciplina empoderada por el Espíritu y las buenas obras en la vida cristiana. Todo bien hasta ahí. Sin embargo, años más tarde, habló de una especie de «doble justificación» que era al menos confusa, si no es que borraba la línea de la «fe sola». De una manera u otra, Bucer se preocupaba por la conducta cristiana. Como resultado, persistentemente procuró medios para que se practicara la disciplina eclesiástica. En primer lugar, fue a los oficiales de Estrasburgo, pidiendo que esta se aplicara con mayor rigurosidad. Cuando el gobierno se rehusó, formó grupos voluntarios de creyentes dentro de las iglesias locales con el propósito de practicar la rendición de cuentas con regularidad, así como la disciplina eclesiástica. Así, Bucer puede bien haber sido el (reacio) padre de los grupos pequeños modernos. Luego de su exilio, Juan Calvino fue testigo del tipo de disciplina eclesiástica que se practicaba en Estrasburgo, y cuando regresó a Ginebra, obró bajo los mismos principios. Calvino vivió algunos de sus años más felices aprendiendo de Bucer en Estrasburgo, cuando pastoreaba una congregación de franceses refugiados.

El pegamento alemán

La primera esposa de Bucer murió como consecuencia de la plaga en 1542, luego de veinte años de matrimonio. En su lecho de muerte, ella animó a Martín a casarse con Wibrandis Rosenblatt. Wibrandis, a quien más tarde se le daría el apodo de «la novia de la Reforma», ya había contraído matrimonio y enterrado a tres líderes de la Reforma: Ludwing Keller,  Johannes Oecolampadius y Wolfgang Capito (también de Estrasburgo). Justo siete años después, enterraría al cuarto. El antiguo fraile abrió el camino al matrimonio para los monjes convertidos; también abrió la puerta para el divorcio, aunque únicamente como «un último recurso y en casos extremos, parecido a la pena de muerte por adulterio» (Reformation [Reforma], 660). Sus excepciones se convirtieron en un agudo filo que abrió libertades similares en la Europa Protestante. En 1549, cuando el Interim de Augsburgo forzó a los protestantes en Estrasburgo a volver a adoptar las prácticas y creencias católicas, Bucer aceptó la invitación de Tomás Cranmer a refugiarse por un tiempo en Cambridge, Inglaterra, como Profesor Regio de Divinidad. Murió justo dos años después, en 1551, antes de poder regresar a Estrasburgo. Muchos han pasado por alto al menos conocido Martín, probablemente porque no tuvo un momento de brillantez como Lutero o Zuinglio, ni tampoco la precisión característica de Melanchthon y Calvino; prefiriendo por el contrario crear un puente y facilitar la unidad entre los Reformadores. Y es precisamente cómo deberíamos recordarlo—como el pegamento alemán de la Reforma Protestante.

Marshall Segal

Marshall Segal

Marshall Segal es un escritor y editor para desiringGod.org. Es graduado del Bethlehem College & Seminary. Él y su esposa tiene un hijo y viven en Minneapolis.

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