La mansedumbre es fuerza tierna. Sin el corazón tierno, la fuerza podría causar daño. Sin la mano fuerte, la ternura podría resultar ineficaz.
Así, la mansedumbre es una función realizada por la fortaleza. No hay nada áspero ni débil en la mansedumbre, sino más bien compasión del corazón y poder de la mano combinados de manera atractiva y efectiva. Si bien desconoce cualquier severidad desalmada, tampoco es una mera indulgencia sentimental.
Cuando Cristo quiso atraer a los hombres hacia Sí, se describió a Sí mismo como “manso y humilde de corazón” (Mt 11:29–30). Esta es una virtud que combina la humildad y la accesibilidad, la suavidad y la amabilidad en su esfera y expresión adecuadas. No es rápida para condenar o golpear, no prohíbe de manera injusta o amenazante, sino que es atractiva y acogedora. Nociones similares incluyen las ideas de paciencia y misericordia.
La mansedumbre se ve, por ejemplo, en el cuidado sacrificial de una madre lactante (1Ts 2:7) o en la belleza incorruptible de un espíritu verdaderamente femenino (1P 3:4). Sin embargo, es tanto una virtud masculina como femenina. En esa primera referencia, Pablo la utiliza para describir en parte su disposición pastoral y su trabajo hacia los tesalonicenses. Pablo no se avergüenza en absoluto de usar el paralelo femenino, al igual que Cristo no se avergüenza de usar la noción misma de mansedumbre.
Falsas oposiciones
Sin embargo, como ocurre tan a menudo, cuando se trata de virtudes bíblicas, no debemos crear falsas dicotomías ni establecer oposiciones vacías. El amor de Dios no significa que no pueda odiar; de hecho, ¡significa que debe odiar! Si ama lo que es verdaderamente bueno, debe odiar lo que es propiamente malo y, por lo tanto, opuesto al bien que ama. De la misma manera, la mansedumbre puede estar propiamente opuesta a la brutalidad en general, pero no a la agresión santa.
El pastor que recoge en sus brazos tiernos al cordero amenazado por lobos, usa esos mismos brazos para hacer un gran daño a los lobos que amenazan a su amado cordero. El mismo Jesús que podía alzar a un niño en una multitud para hacer una ilustración sin que el niño se sintiera amenazado, podía limpiar un templo de hipócritas y matones de manera tan efectiva que los mantenía a una distancia segura.
La mansedumbre dirige su fuerza hacia los objetos de su amor. De nuevo, la fuerza que es verdaderamente tierna hacia uno puede ser justa y aterradora para otro. Nuestro manso Jesús vendrá a juzgar el mundo en el último día. Algunos corren hacia Él con deleite mientras otros huyen en busca de refugio a las rocas y colinas. El mismo Pablo que era tan sacrificialmente manso como una madre, también era claramente directo como un padre. Aquí no hay tensión, ni oposición.
Una disposición como la de Cristo debe caracterizar a todos los santos. Está el grupo de los frutos del Espíritu: “Amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio” (Ga 5:22–23). La mansedumbre es una manifestación de la sabiduría celestial, evidenciada en la forma en que usamos nuestras palabras. Esta sabiduría es primero pura, luego pacífica, amable, dispuesta a ceder, llena de misericordia y buenos frutos, sin parcialidad y sin hipocresía (Stg 3:17).
Es lo que Pablo suplica a los Efesios que manifiesten en su andar, “una manera digna de la vocación con que han sido llamados… con toda humildad y mansedumbre, con paciencia, soportándose unos a otros en amor” (Ef 4:1–2). Entre las exhortaciones que da a los Filipenses está la siguiente: “La bondad [en otras versiones ‘mansedumbre’] de ustedes sea conocida de todos los hombres”. Quizás también deberíamos tomar nota de que Pablo hace una conexión inmediata con el hecho de que están viviendo a la luz del regreso de Cristo: “El Señor está cerca” (Fil 4:5).
Una virtud pastoral
No es sorprendente que la mansedumbre sea una virtud distintivamente pastoral. Cristo la asume con gusto. Pablo describe su trabajo con este lenguaje, refiriéndose repetidamente a ella en las epístolas pastorales. Los ancianos deben ser mansos (2Ti 3:3). Timoteo, como hombre de Dios, debe evitar el orgullo y la codicia, huir de “envidias, pleitos, blasfemias, malas sospechas” (1Ti 6:4) y, en cambio, debe seguir “la justicia, la piedad, la fe, el amor, la perseverancia y la amabilidad [o ‘mansedumbre’]” (1Ti 6:11).
De hecho, un siervo del Señor “no debe ser rencilloso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido… reprender tiernamente a los que se oponen” (2Ti 2:24–25), para que incluso aquellos contra quienes se enfrenta por el bien de Cristo no sientan instintivamente como si hubieran sido atacados vengativamente o maltratados con crueldad, sino que más bien puedan volver en sí y escapar de las trampas del diablo. Este espíritu de mansedumbre caracteriza al Príncipe de los pastores de las ovejas y debe identificar las actitudes y acciones de sus pastores.
¿Nosotros mismos nos refugiamos en la mansedumbre de Cristo? ¿Nos sentimos seguros en Sus brazos poderosos, protegidos por Sus manos fuertes? Aprendemos la mansedumbre al disfrutarla; aprendemos tanto su ternura como su fuerza en nuestra experiencia de salvación.
¿Reflejamos la mansedumbre de Cristo? ¿Nuestros cónyuges e hijos, los miembros de nuestra iglesia, jóvenes y ancianos, nuestros amigos y vecinos, conocen nuestros corazones y manos hacia ellos? ¿Están confiados de que nuestras fuerzas están dirigidas a atacar todo lo que pueda dañarlos, y son invertidas en abrazarlos, consolarlos y ministrarlos positivamente?
Un auto examen
En conclusión, necesitamos examinarnos y hacernos preguntas acerca de esta importante virtud. Aquellos de nosotros que somos o querríamos ser verdaderos pastores, ¿mostramos un espíritu así? Las personas atribuladas, ¿ven en nosotros alguien accesible? Los quebrantados de espíritu, ¿acuden a nosotros con facilidad? Los que han sido maltratados por otros, ¿nos consideran confiables? Los niños de la congregación, ¿huyen de nosotros o vienen hacia nosotros? Los tímidos, ¿nos encuentran tiernos? Los preocupados, ¿nos encuentran amables?
¿Sabe nuestra gente que lucharíamos por ellos contra todos los que injustamente los afligen, que pondríamos nuestros cuerpos y almas entre ellos y aquellos que quisieran hacerles daño? ¿Están convencidos de que lucharemos con uñas y dientes, no contra ellos, sino por ellos, y de una manera que obligue a aquellos que se les oponen a sentir el amor santo que tenemos por todos los que están bajo la influencia de Satanás? ¿Saben los necesitados que, cuando están en problemas y angustias, nuestros corazones y nuestros hogares están abiertos para ellos?
Si es así, entonces realmente estamos aprendiendo de Aquel que es manso y humilde de corazón.
Este artículo se publicó originalmente en Banner of Truth.