Lecciones para ser un mejor oyente

La buena comunicación y las relaciones sanas dependen no solo de oír las palabras que dicen otras personas, sino de escuchar atentamente lo que quieren comunicar.

Una cosa es oír y otra escuchar. La buena comunicación y las relaciones sanas dependen no solo de oír las palabras que dicen otras personas, sino de escuchar atentamente lo que quieren comunicar. Escuchar es amar.  Pero si somos sinceros, pocos somos buenos oyentes. Es bastante fácil oír a los demás, pero es muy difícil escucharlos de verdad. Esto puede ser especialmente cierto y particularmente importante en el contexto de la iglesia local, donde estamos llamados a amarnos unos a otros, a cuidarnos mutuamente y a soportar las cargas de los demás. Nada de esto es posible a menos que escuchemos bien. David Mathis aborda este problema en su excelente libro Hábitos de Gracia y ofrece seis lecciones para escuchar bien.  Para escuchar bien se requiere paciencia. No debemos escuchar de forma apresurada o descuidada, sino estar dispuestos a escuchar con paciencia y atención. Debemos enfocarnos en la persona que está hablando y no en las distracciones inevitables de nuestra mente o de nuestro entorno. Debemos escuchar de tal manera que no estemos pensando ya lo que vamos a decir para refutar al que habla o para defendernos. «Para escuchar bien», dice Mathis, «hay que poner el teléfono en silencio y no interrumpir el argumento, sino escuchar atenta y pacientemente».  Escuchar bien es un acto de amor. Cuando escuchamos mal, solo estamos esperando la oportunidad de alejarnos de la otra persona para poder seguir con nuestra vida. «Escuchar mal es una forma de rechazo; escuchar bien es una forma de aceptación. Cuando escuchamos de forma incorrecta, estamos subestimando a los demás, mientras que al escuchar bien reconocemos que existen y que son importantes». Escuchar bien es la clave para cumplir muchos de los mandatos éticos de la Biblia, el mayor de los cuales es el amor.   Escuchar bien implica hacer preguntas inteligentes. Los Proverbios nos presentan muchos desafíos en este sentido. Advierten que el necio no quiere escuchar, sino que solo quiere expresar sus propias opiniones, y que responde mucho antes de escuchar sinceramente. «El buen oyente hace preguntas abiertas y reveladoras, que no se limitan a dar respuestas afirmativas, sino que remueven las capas con delicadeza y exploran bajo la superficie. Observa atentamente la comunicación no verbal, pero no interroga ni hurga en los detalles que el interlocutor no quiere compartir. Los saca a relucir gradualmente y ayuda a que el interlocutor encuentre nuevas perspectivas a través de preguntas cuidadosas pero genuinas». En otras palabras, escucha lo suficientemente bien como para hacer preguntas que le permitan escuchar aún más.  Escuchar bien es un ministerio. Ministramos a los demás cuando los escuchamos bien. «Habrá días en los que nuestro ministerio más importante será acercarnos a alguna persona dolida, extender los brazos, inclinarnos hacia delante, establecer contacto visual y escuchar su dolor más profundo». A veces las personas no necesitan nuestras respuestas, sino más bien nuestra atención y nuestra disposición a escuchar hasta que terminen. A veces la terapia que ofrecemos no es otra cosa que escuchar bien.  Escuchar bien nos prepara para hablar bien. Es decir, escuchar bien nos permite responder con sabiduría. Nuestro silencio al escuchar nos prepara para la sabiduría al hablar. «Mientras que el necio «da una respuesta antes de escuchar» (Pro 18:13), la persona sabia trata de no estar a la defensiva, y de escuchar desde una postura no crítica, entrenándose para no formular opiniones o respuestas hasta que se haya completado la narración y se haya escuchado toda la historia».  Escuchar bien refleja nuestra relación con Dios. Hay una conexión entre escuchar descuidadamente a otros seres humanos y escuchar descuidadamente a Dios. Bonhoeffer advierte: «Quien ya no puede escuchar a su hermano, pronto tampoco escuchará a Dios; no hará más que parlotear también en presencia de Dios». Si queremos escuchar la voz de Dios que habla a través de la Escritura, debemos entrenarnos escuchando las voces de otras personas. Nuestra falta de voluntad o incapacidad para escucharlas debería advertirnos sobre nuestra falta de voluntad o incapacidad para escucharle a Él.  Mathis concluye: «Escuchar bien es un gran medio de gracia en la dinámica de la verdadera comunión cristiana. No solo es un canal a través del cual Dios sigue derramando Su gracia en nuestras vidas, sino que también es su forma de utilizarnos como medio de gracia en las vidas de los demás. Cultivar el hábito de escuchar bien puede ser una de las cosas más difíciles que aprendamos a hacer, pero encontraremos que vale la pena cada onza de esfuerzo motivado por la gracia». Ciertamente es así. Aprender a escuchar bien puede no ser fácil, pero definitivamente es gratificante.  Este artículo se publicó originalmente en Challies. 

Tim Challies

Tim Challies es uno de los blogueros cristianos más leídos en los Estados Unidos y cuyo BLOG ( challies.com ) ha publicado contenido de sana doctrina por más de 7000 días consecutivos. Tim es esposo de Aileen, padre de dos niñas adolescentes y un hijo que espera en el cielo. Adora y sirve como pastor en la Iglesia Grace Fellowship en Toronto, Ontario, donde principalmente trabaja con mentoría y discipulado.

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