Casi al final de su clásico libro La democracia en América, Alexis de Tocqueville dijo lo siguiente: “Ahora que estoy llegando al final de esta obra, en la que he hablado de tantas cosas importantes hechas por los americanos, pensando en a qué debe atribuirse principalmente la singular prosperidad y la creciente fuerza de ese pueblo, debo responder: a la superioridad de sus mujeres”. (576) No se trata de hacer ninguna afirmación sobre la naturaleza esencial de los americanos, que son pecadores como todos los demás, ni de hacer que las personas en nuestros días se tropiecen con la palabra superioridad. La cuestión es más bien sencilla: se trata de destacar el hecho de que durante una época crítica en el desarrollo de nuestra nación, las mujeres tuvieron un impacto notable y de que (dada la época) la potencia de su virtud tenía poco que ver con muchos de los trucos que hoy utilizamos para «empoderar a las mujeres».
Dos tipos de esposas
Esta realidad concuerda con muchas cosas que se encuentran en las Escrituras. «La mujer virtuosa es corona de su marido, mas la que lo avergüenza es como podredumbre en sus huesos» (Proverbios 12:4). «Mujer hacendosa, ¿quién la hallará? Su valor supera en mucho al de las joyas» (Proverbios 31:10). «Engañosa es la gracia y vana la belleza, pero la mujer que teme al Señor, esa será alabada» (Proverbios 31:30). Una esposa piadosa no solo se adorna a sí misma, sino que adorna a su marido. Ella es una corona de gloria. Lo hace como una mujer virtuosa, y esto es precioso, en parte, debido a su rareza comparativa. Si fuera fácil, más mujeres estarían contentas por ser virtuosas. Así que, en el corazón de una esposa adornada y decorada está su profundo y permanente temor a Dios. Pero lo que está diseñado para ser glorioso se vuelve particularmente odioso cuando no logra su fin diseñado. La mujer fue hecha para ser la gloria de su marido (1 Corintios 11:7). ¿Qué aspecto tiene cuando no lo es? Tenemos un claro indicio en uno de los versículos ya citados: o es una corona para su marido o es podredumbre en sus huesos. Proverbios nos presenta tanto la sabiduría como la locura bajo la figura de una mujer. La Biblia repite una advertencia sobre las esposas contenciosas de diferentes maneras. “Es mejor habitar en tierra desierta que con mujer rencillosa y molesta” (Proverbios 21:19). “Gotera continua en día de lluvia y mujer rencillosa, son semejantes” (Proverbios 27:15). “El que trata de contenerla refrena al viento, y recoge aceite con su mano derecha” (Proverbios 27:16). “Mejor es vivir en un rincón del terrado que en una casa con mujer rencillosa” (Proverbios 21:9; cf. Proverbios 25:24; 14:1).
La esposa agraciada
Uno de los deberes centrales asignados a las esposas es el del respeto (Efesios 5:33). No debemos olvidar lo que es el respeto bíblico. Consiste en una forma de vida casta, acompañada de temor (1 Pedro 3:2, 6), un espíritu tierno y sereno (1 Pedro 3:3-4) y una humildad absoluta en el comportamiento (1 Timoteo 2:9). No se trata de un respeto despreocupado y casual; la palabra griega es phobeo, que significa reverencia o temor (Efesios 5:33). La Biblia también describe a una mujer piadosa como agraciada con sabiduría y bondad. «La mujer agraciada alcanza honra, y los poderosos alcanzan riquezas» (Proverbios 11:16). Así como las riquezas fluyen hacia un hombre fuerte, también el honor fluye hacia una mujer agraciada. Por lo tanto, una mujer es la corona y la gloria de su marido en la medida en que sea una mujer agraciada. Si lo es, entonces conserva el honor como alguien que ha cumplido con su vocación. Haciendo esto, ella completa a su esposo: Dios ha dicho que no es bueno para él estar solo, pero también que sería mejor para él estar solo que tener una esposa sin gracia. Una mujer agraciada completa a su marido. Ella reverencia a su marido, lo que no es un temor servil, sino una reverencia sana y piadosa. Cualquiera que piense que esto degrada a las mujeres necesita salir más. Ella no lo honra como un siervo honra al rey, sino que lo honra como una corona honra a un rey. Una mujer agraciada honra a su marido. Viviendo así, hace el bien a su marido. Como él le provee, ella administra bien su casa. «Ella le trae bien y no mal todos los días de su vida» (Proverbios 31:12). Una mujer agraciada enriquece a su marido.
La corona de un marido
Como indica la cita de Tocqueville, cuando las mujeres son virtuosas, la gente lo nota. ¿De dónde viene esto? El apóstol Pablo nos dice que el hombre que ama a su mujer se ama a sí mismo (Efesios 5:28). El matrimonio piadoso está diseñado de tal manera que le resulte imposible a un hombre dar más que su esposa. Esto no se debe a que él sea el egoísta, sino que es por la misma razón que un agricultor industrioso no puede dar más que su campo. Si un hombre se sacrifica por su esposa, como lo hizo Cristo por la iglesia, descubrirá que ella es suya treinta, sesenta y cien veces. Como su gloria, ella saca a relucir sus fortalezas. En ella es donde se manifiestan sus fuerzas y vuelven hechas bendición.