El debate como un deber cristiano 

Para muchos cristianos, parece una pregunta razonable preguntarse si vale la pena participar en los debates públicos.
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Para muchos cristianos, parece una pregunta razonable preguntarse si vale la pena participar en los debates públicos. ¿Quién ha cambiado de opinión debido a algún debate público? ¿Por qué disputar acerca de algo? Las logomaquias o discusiones superficiales solo provocan dolor la cabeza.  En contraste con esto, quiero argumentar que tal posición quietista no solo es incompatible con la enseñanza de las Escrituras, sino que va directamente en contra de ella. Estamos llamados a hablar con los no creyentes en la plaza pública, y debemos hacerlo de una manera que incluye la respuesta a sus objeciones. Estamos llamados a prevalecer en los debates de este tipo (de manera particular). Cuando hacemos esto bien, lo que ocurre es el debate público, el tipo de debate que puede ser muy útil.  Pero antes de hacer el caso para esto, hay que decir en primer lugar que los que quieren evitar “espectáculos indecorosos para Jesús” tienen un punto a su favor. Hay algunos debates que no sirven para nada, y la Biblia nos dice expresamente que hay que evitarlos. Pero cuando las Escrituras nos dicen que no perdamos nuestras batallas de una manera particular, no debemos inferir de esto un deber imaginario para no pelear esas batallas en absoluto.  Dicho esto, quisiera comenzar por señalar algunos lugares donde a los cristianos se les dice no realizar trifulcas verbales. Si bien no hemos de evitar todos los debates, tenemos que evitar algunos debates.  Que no injurien a nadie, que no sean contenciosos, sino amables, mostrando toda consideración para con todos los hombres. 3 Porque nosotros también en otro tiempo éramos necios, desobedientes, extraviados, esclavos de deleites y placeres diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles y odiándonos unos a otros (Tito 3:2-3).  No hemos de ser “alborotadores”.  Pero rechaza los razonamientos necios e ignorantes, sabiendo que producen[b] altercados. Y el siervo del Señor no debe ser rencilloso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido, corrigiendo tiernamente a los que se oponen, por si acaso Dios les da el arrepentimiento que conduce al pleno conocimiento de la verdad, y volviendo en sí, escapen del lazo del diablo, habiendo estado cautivos de él para hacer su voluntad (2 Timoteo 2:23-26).  Se nos dice que nos mantengamos fuera de los debates estúpidos y sin fruto, donde el tema que se discute está garantizado a ser una espiral en caída acabando en gritos sin sentido. El siervo del Señor no debe ser contencioso. Pero incluso en este caso, tenga en cuenta que el siervo del Señor debe “instruir a aquellos que se oponen”. En otras palabras, la regla de Pablo aquí es “no es este tipo de debate”, y no, “no debatir”.   Hay que evaluar la situación y tantear el ambiente. Hay momentos en que no hay que descender a su nivel (Prov. 26:4). Pero, puesto que la sabiduría no es opcional, hay veces en que debemos dar un paso en su mundo con el fin de ejecutar la reductio (Prov. 26:5).  Así que tomando en cuenta estas precauciones, ¿por qué debemos debatir? Bueno, para empezar por donde todos cristiano siempre debe empezar, echemos un vistazo a la vida de Jesús. Preguntar si es legítimo debatir es como preguntar si es lícito hablar en parábolas. Jesús habló en parábolas constantemente, y él también se dedicaba en público a señalar y a objetar constantemente.  Jesús respondió hábilmente una pregunta acerca de Su autoridad con una pregunta acerca de Juan el Bautista (Mat. 21:27). Jesús calló a los Saduceos en un debate acerca de la resurrección (Mateo 22:29). Jesús debatió el altamente cargado tema de impuestos (Marcos 12:17). Jesús debatió al diablo (Lucas 4:4). Jesús debatió la cuestión de las curaciones en sábado (Lucas 5:22). Y Jesús lleva a sus oponentes sobre la cuestión de su propia identidad (Juan 8:14). Hay muchos otros ejemplos. De hecho, hay tantos ejemplos de intercambios polémicos en los evangelios que las preguntas sobre la conveniencia de intercambios polémicos solo pueden surgir si la gente es ignorante de los evangelios, o si vienen a los evangelios con una idea fuerte, preconcebida acerca de Jesús que aprendieron en otro lugar.  Esto es extraño, pero no sorprendente, porque hay una fuerte tradición no bíblica que etiquetan a Jesús como el hippie original, enseñándonos a todos a hacer la paz. Esto va directamente en contra de todas las enseñanzas que el Señor hizo del fuego del infierno, y él ganó los numerosos debates con teólogos establecidos, y, como Sayers o Chesterton dijeron una vez, no debemos olvidar de la vez que tiró las mesas por las escaleras del templo. Un Jesús gentil, manso y humilde, no.  Dicho esto, no es de extrañar que encontremos instrucciones que revelan cómo el choque público es en realidad un deber pastoral.  “Reteniendo la palabra fiel que es conforme a la enseñanza, para que sea capaz también de exhortar con sana doctrina y refutar a los que contradicen. Porque hay muchos rebeldes, habladores vanos y engañadores, especialmente los de la circuncisión, a quienes es preciso tapar la boca” (Tit. 1:9-11).  Esto no sólo requiere pastores para debatir a los falsos maestros, requiere que ganen esos debates.  “Cuando él quiso pasar a Acaya, los hermanos lo animaron, y escribieron a los discípulos que lo recibieran; y cuando llegó, ayudó mucho a los que por la gracia habían creído[a], 28 porque refutaba vigorosamente en público a los judíos, demostrando por las Escrituras que Jesús era el Cristo” (Hechos 18:27-28)  Poniendo todo esto junto, vemos las razones bíblicas para el debate. Los vemos tanto en el ejemplo de Jesús, y en las instrucciones dadas a los pastores en el primer siglo. El punto de debatir es callar a los contumaces, habladores y pensadores. Cuando esto sucede, a veces no es evidente para el falso maestro que ha sido silenciado; a pesar de que es evidente para todo el mundo. Este es el valioso servicio que Apolos ofrecía: él era una ayuda a los creyentes en la forma en que refutó a los judíos de si Jesús era el Mesías. Traducido a un entorno moderno, si un creyente refuta efectivamente a alguien que argumenta a favor del matrimonio homosexual, o a un ateo negando a   Dios, el debate sobre el escenario no podría ser resuelto en absoluto. Sin embargo, hay muchos creyentes en la audiencia que han escuchado esos mismos argumentos en numerosas aulas, y ahora sabemos que estos argumentos pueden ser efectivamente contrarrestados. Apolos era una gran ayuda para los creyentes.  En un debate piadoso, estás tratando de ganar a los hombres y no los argumentos, y hay que recordar que muchos de los que estás tratando de ganar están en el público. En las grandes cuestiones públicas del día, hay un gran número de personas en la valla. Los debates pueden tener un impacto enorme en “las audiencias indecisas”. Yo quisiera decir que cuando observamos que tan poco efectivos son nuestros debates, sería mucho mejor ponerles atención a las escrituras y lamentar que tan inefectivos son nuestros debatientes. Esta es una actividad que debe ser alentada, honrada y alabada, y debemos proporcionar la formación necesaria para los que son llamados a la misma. Y los programas de formación deben rechazar esos tipos belicosos que sólo quieren unirse a un “¿a quién vas a llamar?” Caza herejes.  En conclusión, me gustaría decir algunas cosas sobre uno de los grandes terrenos que requiere excelentes habilidades para el debate, y que serían las aulas de las universidades seculares. ¿Hasta qué punto deberían los cristianos sólo mantener la cabeza abajo? Y si llegan hablar en alto, ¿cómo deben hablar en alto?  Me permito sugerir tres cosas a los estudiantes en esa posición. La primera es que, si quieres desafiar a un profesor, debes hacerlo con una ética establecida. Con esto, quiero decir que no seas un estudiante deficiente que sólo lee la mitad de la lectura, y que luego se dirige al maestro impulsivamente, y luego, cuando te hagan callar, huyes llorando. Gana tu derecho a hablar, y hazlo siendo el mejor de la clase -o sea el mejor de la clase antes de decidir abrir la boca. Si tus calificaciones caen después de eso, esa será cuestión del profesor.  En segundo lugar, deja que la mayoría de tus oportunidades vayan por ti. Si tu retas todo lo que tú podrías desafiar (dependiendo de la clase) lo vas a hacer cada diez minutos. Si tú estás en un ambiente rico en objetivos, entonces es probable que ataques uno cada 25. Tú probarás suficiente y efectivamente tu punto de vista y en este escenario —confía en mi— un poquito da para mucho.  Y por último, como estudiante, no eres un profesor. Eso significa que no debes predicar, o intentar secuestrar la conferencia. Hay un lugar para la declaración del evangelio, pero este no lo es. Una vez dicho esto, no está fuera de lugar para un estudiante el hacer preguntas. Eso no es inapropiado – que es el llamado de un estudiante y vocación. Y si haces las preguntas correctas para las cuales el profesor no tiene respuestas, entonces no tienes que sacar conclusiones.  Puede hacer eso en conversaciones con otros estudiantes después de clase. Mantén los debates (en este contexto) en la interrogativa.  Si aprendes a hacer esto bien, puede ser una indicación de que estás llamado a un ministerio apologético después de la graduación. Si esto sucede, tendrás más herramientas disponibles que como un humilde estudiante.  Blog Original inglés: //bit.ly/2Pdmj3b 

Douglas Wilson

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