¿Qué pasaría si gran parte de los conflictos y el estrés de tu vida se debieran a tu rechazo a planificar? ¿O si muchos de tus problemas fueran estimulados por tu inquietante incapacidad para detenerte, orar, priorizar, planificar “y entonces” correr, servir, trabajar y amar? De ninguna manera esta dinámica explica toda nuestra angustia y dolor, pero muchos de nosotros sufrimos de tensión y confusión constantes porque hemos rechazado el don de Dios de la planificación. Una de mis mayores debilidades en el matrimonio, en mi trabajo y en el ministerio (al menos hasta ahora) ha sido mi renuencia a planificar. No es que me haya negado a planificar, pero he fallado constantemente en planificar y comunicarme bien. Y el fracaso en la planificación significa que, a menudo, fracaso en amar bien a otros. A menudo mis fracasos en esta área aún se sienten, para mí, como un acto de amor, porque estoy trabajando duro. Sin embargo, debido a que no he planificado bien, a veces trabajo en vano (o al menos fallo al hacer las cosas más importantes). Hago muchas cosas, a menudo muchas cosas buenas, pero no lo mejor. Y cuando lo hago, no sólo decepciono a quien dependía de mí, sino que me siento innecesariamente ansioso y culpable por todo lo que no hice. La planificación es vital para administrar e invertir bien nuestros limitado tiempo y energía, especialmente si realmente queremos que nuestras vidas exalten a Dios.
Cuidado con la planificación
Ahora, ninguno de nosotros puede total o verdaderamente planear su vida. El sabio nos dice: «No te jactes del día de mañana, porque no sabes qué traerá el día.» (Pr 27:1). Y Santiago nos advierte, Oíd ahora, los que decís: Hoy o mañana iremos a tal o cual ciudad y pasaremos allá un año, haremos negocio y tendremos ganancia. Sin embargo, no sabéis cómo será vuestra vida mañana. Solo sois un vapor que aparece por un poco de tiempo y luego se desvanece. (Stg 4:13-14) Si pensamos que podemos determinar el mañana a través de una buena planificación, podemos ser aún más tontos que aquellos que se niegan a planificar. Nadie hace los planes para Dios, y nadie sabe todo lo que Él ha planeado. Pero que no sepamos o controlemos lo que nos depara el mañana no significa que no debamos pensar seriamente en el mañana. Significa que hacemos todos nuestros planes con las manos abiertas y nuestra cabeza inclinada. Y oramos para que la realidad supere con creces nuestros planes. ¿Qué tan aburrido sería si nuestras vidas siempre se desarrollaran de acuerdo a nuestros propios planes? Santiago continúa: «Más bien, debierais decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello.» (Stg 4:15). Podría haber dicho, «Así que no hagan planes para mañana», pero no lo hizo. En cambio, asumiendo que haremos buenos planes para el mañana, “viviremos y haremos esto o aquello.”, dijo que recordáramos que Dios puede tener planes diferentes, mejores planes, que los nuestros. Cuando Dios, en su infinita sabiduría y amor insondable, arruina nuestros planes, quiere que su pueblo lo acoja con confianza e incluso con alegría. Así que decimos, «Si el Señor quiere», sabiendo que nuestro Dios decidirá finalmente lo que nos depara el mañana. Pero entonces, ¿Cómo planeamos para el mañana?
La pereza sutil
Sin algún tipo de planificación, inevitablemente no estaremos preparados para vivir y servir bien, es decir, para la gloria de Dios. La falta de preparación es a menudo sólo una sutil y frenética forma de pereza. Alguna pereza yace en el sofá todo el día, negándose a trabajar en absoluto. Otras formas de pereza pueden mantenerse ocupadas, incluso frenéticas, pero se niegan a hacer el trabajo difícil de preparación más temprano. Proverbios confronta al perezoso no preparado, que es un modelo para ambas formas de pereza: “Ve, mira la hormiga, perezoso, observa sus caminos, y sé sabio. La cual sin tener jefe, ni oficial ni señor, prepara en el verano su alimento, y recoge en la cosecha su sustento.” (Pr 6:6-8) Incluso la hormiga tiene la sabiduría y la previsión para planear el futuro, y hacer el trabajo duro ahora que dará frutos dentro de meses. Y, sin embargo, ¿cuántas veces, consciente o inconscientemente, nos negamos a mirar más allá del final del día? La sabiduría sabe que hay que prepararse y planificar bien para el invierno, para el año que viene, para el mes que viene, para el martes que viene. De nuevo, Proverbios dice: «Ordena tus labores de fuera, y tenlas listas para ti en el campo; y después edifica tu casa» (Pr 24:27). La construcción, el trabajo y el servicio efectivos a menudo vienen después de la planificación. De nuevo: » Los proyectos del diligente ciertamente son ventaja, mas todo el que se apresura, ciertamente llega a la pobreza.» (Pr 21:5). A menudo fallamos en la planificación porque tenemos mucha prisa. Se siente como si no hubiera tiempo para planear, porque hay mucho que hacer. Pero aquellos que persisten en hacer, sin planear, eventualmente van a la bancarrota, si no financiera, relacional, emocional y espiritual. Jesús imparte el mismo tipo de sabiduría en la era de la iglesia, cuando les dice a sus discípulos que tomen sus propias cruces (Lc 14:27-30). El principio aquí es: Antes de sumergirte en el seguimiento de Cristo, detente y cuenta el costo. Antes de construir la torre con tus manos, constrúyela en tu mente. Antes de que vayas y hagas, haz una pausa y planifica.
El gran propósito de la buena planificación
Sabiendo que es sabio planear con anticipación y prepararse para el mañana, necesitamos anclar todos nuestros planes a un propósito. Los planes sin ancla pueden enviarnos a navegar por kilómetros, pero en la dirección equivocada. Una vida sin planes casi seguro que fracasará, pero una vida llena de planes equivocados puede ser igual de peligrosa y derrochadora. Haz de 1 Corintios 10:31 tu ancla, tu timón, tu brújula: “Entonces, ya sea que comáis, que bebáis, o que hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios.” La literatura de sabiduría apunta de manera similar a la piedra angular de nuestra pasión, en toda la vida, por Dios y su gloria: “Confía en el Señor con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propio entendimiento. Reconócele en todos tus caminos, y Él enderezará tus sendas.” (Pr 3:5-6) Si el Señor está al principio de nuestra planificación, al final hará que nuestros caminos sean rectos, sin importar cuán enredada se sienta nuestra vida. Nos guiará por los esos estrechos caminos de mucho fruto y amor, y nos protegerá de las distracciones que devoran nuestras vidas y nos alejan de Él. Reconocerlo en todo y buscar su gloria en todo, purificará las decisiones y planes que tomamos. No importa cuánto preparemos y planifiquemos, la eterna voluntad de Dios se cumplirá (¡la cual incluye nuestra planificación!), y cualquier éxito o fruto que experimentemos no nos pertenecerá a nosotros, sino a él. » Se prepara al caballo para el día de la batalla, pero la victoria es del Señor.» (Pr 21:31). Ese es el objetivo fundamental de toda nuestra planificación: no que obtengamos la victoria, sino que la obtenga nuestro Dios. Tenemos la alegría de unirnos a él. No nos limitamos a ceder, sino que cantamos: » No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da gloria, por tu misericordia, por tu fidelidad.» (Sal 115:1). Y no sólo queremos que todos nuestros planes lo honren, sino que nos guíen a más de él. «Mejor es lo poco con el temor del Señor, que gran tesoro y turbación con él» (Pr 15:16). «Mejor es poco con justicia, que gran ganancia con injusticia.» (Pr 16:8). Un poco en la tierra con Dios es siempre mejor que la abundancia sin Él. Los planes efectivos que nos dejan con menos de Dios no son efectivos. Si se sienten efectivos, hemos perdido nuestra ancla, nuestro timón, nuestra brújula, nuestro tesoro: Dios y su gloria.
Encomienda tus planes al Señor
Nuestra planificación puede, por supuesto, ignorar e insultar el poder soberano y los planes de Dios. Eso no significa que la soberanía de Dios elimine la importancia y el beneficio de una buena planificación. Por mucho que Proverbios elogie la sabiduría y la necesidad de planificar, demuestra, aún más, la sabiduría y la soberanía de Dios. » Muchos son los planes en el corazón del hombre, mas el consejo del Señor permanecerá.» (Pr. 19:21). “Por el Señor son ordenados los pasos del hombre, ¿cómo puede, pues, el hombre entender su camino? (Pr 20:24) lo que significa que muchos de nuestros planes no se llevarán a cabo, porque por muy buenos que hayan sido, no estaban en los planes de Dios. Dios maneja cada detalle del universo: «La suerte se echa en el regazo, mas del Señor viene toda decisión.» (Pr 16:33). Ningún pájaro cae a tierra sin que Él lo permita (Mt 10:29). Él coloca cada pétalo sobre cada lirio en cada campo (Mt 6:28-29). Ni siquiera el mal puede escapar a sus planes para bien (Pr 16:4). Por eso le decimos con Job: «Yo sé que Tú puedes hacer todas las cosas, y que ninguno de Tus propósitos puede ser frustrado. » (Job 42:2). Dios sabe infinitamente más que nosotros, y puede hacer infinitamente más que nosotros. ¿Debería sorprendernos en lo más mínimo cuando Él ha planeado de manera diferente a nosotros? Cuenta con ello. Lo ha hecho y lo hará. Pero eso no hace que nuestros planes sean un desperdicio. La planificación fiel florece en esos momentos, porque no se centra en el control, sino en la fidelidad y la adoración, y en Dios. Las interrupciones se convierten en recordatorios de que Dios es real, que es todopoderoso, y que sus planes siempre son más sabios que los nuestros. Así que, » Encomienda tus obras al Señor, y tus propósitos se afianzarán.» (Pr 16:3). Dedica tiempo a la planificación, apunta a hacer todo para la gloria de Dios, y luego encomienda tu persona y tus planes » al fiel Creador, (mientras sigues) haciendo el bien.» (1 Pd 4:19).