[dropcap]L[/dropcap]o he dicho a menudo, y lo dije hace poco, que la oración siempre ha sido para mí una lucha. No es que no ore —¡lo hago!—, sino que me resulta una batalla poner mi teología en acción día tras día y vivir mis más profundas convicciones acerca de la oración efectivamente orando. Experimento poco de la alegría y la sensación de plenitud de la que hablan muchos de los grandes «oradores». La mitad de las veces tengo que confiar en los hechos objetivos de lo que creo acerca de la oración más que en cualquier sentimiento subjetivo o satisfacción. La semana pasada recibí un remezón cuando leí It Happens After Prayer, de H. B. Charles Jr. Si puedo leer todo un libro y quedarme con una gran aplicación o un gran desafío, lo considero un libro que vale el tiempo invertido en él. Hubo varias ideas provechosas del libro de Charles, pero a la que quiero apegarme es esta: «Las cosas por las que oras son las cosas que confías que Dios se encarga de ellas. Las cosas por las que dejas de orar son las cosas que confías que puedes encargarte tú mismo de ellas». En cierto nivel es una idea obvia, pero entonces, las mejores ideas normalmente lo son. Debí haberlo sabido, y, de hecho, creo que sí lo sabía. Pero necesitaba que me lo expresaran claramente en este momento de mi vida. Mientras oraba hace algunos días, y mientras me dedicaba a la preparación de un sermón, me impactó una idea similar: la falta de oración es egoísmo. Había estado pasando tiempo orando según las utilísimas pautas de Mike McKinley y me encontré orando que yo pudiera crecer en amor por aquellos que escucharan el sermón, que tuviera sabiduría para aplicar el texto a sus vidas, que pudiera ver de qué manera el pasaje confronta la incredulidad de aquellos que lo oyeran, etc. Y me impactó el hecho de que, si yo no orara, y no orara fervientemente, durante el proceso de preparación del sermón, sería el colmo del egoísmo. Estaría confiando en que yo podría encargarme de la elaboración del sermón y hallar las aplicaciones adecuadas por mi cuenta. Efectivamente le estaría negando al Señor la oportunidad de hacer su obra a través del sermón. «Ve tú y haz otra cosa; ¡esta es mi parte!». El propio texto me dio una ilustración. Estaba predicando el primer capítulo de Jonás y ahí vemos a Jonás a bordo de un barco en medio de una tormenta tan potente que amenaza con destruir la nave y a todos los tripulantes. Solo hay un hombre en ese barco que teme a Dios, solo un hombre que tiene la capacidad de clamar al Dios que realmente existe y realmente tiene el poder para calmar la tempestad. Y él es el hombre que rehúsa clamar a su Dios, el hombre que va abajo y se queda dormido. Aun cuando el capitán lo despierta y lo regaña por no orar, no se nos señala que él ore. Su falta de oración es egoísmo y pone en mayor riesgo a la tripulación del pequeño barco. Si, yo creo que la oración funciona, si creo que la oración es un medio por el cual el Señor actúa, si creo que Dios elige actuar mediante la oración de formas poderosas y de formas que quizá no realice sin la oración, entonces es egoísta de mi parte no orar. Orar es amar; no orar es ser autocomplaciente, ser indiferente, ser egoísta. La falta de oración es egoísmo para el pastor que no ora a través del proceso de preparar un sermón. Él expresa amor por su iglesia cuando ora e implora la sabiduría y la inteligencia del Señor. La falta de oración es egoísmo para el padre que no ora por sus hijos, por su seguridad, su santificación, su salvación, su obediencia, y cada una de sus necesidades. La falta de oración es egoísmo para el miembro de la iglesia que no ora para que la gracia del Señor se extienda a sus amigos, por aquellos que están batallando con un pecado específico y ven tanto victorias alentadoras como desalentadores fracasos. La falta de oración es egoísmo para el cristiano que no ora por sus vecinos, que el Señor los salve y que el Señor lo use para compartir con ellos las buenas nuevas del evangelio. La falta de oración es egoísmo para cada uno de nosotros cuando dejamos de orar por nuestros hermanos y hermanas alrededor del mundo que enfrentan persecución. Descuidar la oración por ellos es decirle al Señor que igualmente puede permitir que sigan sufriendo. Y si la falta de oración es egoísmo, entonces una de las maneras en que puedo amar profundamente a mi iglesia, mi familia, mis amigos, mis vecinos y mis hermanos y hermanas distantes es ponerme de rodillas e interceder a su favor.