Cuando las personas traducen el Nuevo Testamento del griego original al español moderno, necesitan tomar decisiones sobre cómo comunicar mejor la intención del autor. El traductor no sólo pregunta «¿qué palabras usó?», sino también, «¿qué quiso decir para comunicarlo mejor a sus lectores?» En Filipenses 1:27, la mayoría de traductores han optado por utilizar la frase «manera digna». Esa es una buena decisión que proporciona mucha claridad a nuestro entendimiento. Pero detrás de la frase «manera digna» está muy literalmente la palabra griega «ciudadano». Así, Pablo literalmente está diciendo: «que su ciudadanía sea digna del evangelio». ¿Por qué diría esto? Podemos hacer un poco de investigación histórica y averiguarlo. Pablo estaba refiriéndose a algo que habría tenido mucho sentido para aquellos cristianos de Filipos. Filipos era una ciudad de Macedonia cuya población era mayoritariamente griega, pero muchos años antes, Filipos se había convertido en una colonia del Imperio Romano. Así que, aunque ellos vivieron en las afueras del corazón del Imperio, ellos habían recibido el privilegio de la ciudadanía romana y todos los beneficios que venían con ella. Ellos estaban muy orgullosos de ser ciudadanos romanos, puesto que no todas las ciudades o colonias fuera del Imperio habían ganado este privilegio. Pablo sabe que la mayoría de los residentes de Filipo son ciudadanos romanos y que están muy orgullosos de esa realidad. Pero cuando él les dice que su ciudadanía sea digna del evangelio de Cristo, él no está hablando acerca de su ciudadanía romana. Al contrario, él está utilizando esta frase como un puente para guiarlos a algo más. Pablo está hablando acerca de su ciudadanía de otro reino. Esto lo vemos en el capítulo 3, versículo 20, donde él dice «nuestra ciudadanía está en los cielos». Él les está recordando que «Si, ustedes son ciudadanos romanos, y eso es un gran privilegio. Pero recuerden que como cristianos, son en última instancia ciudadanos del cielo. Su líder en realidad no es el César, sino Jesucristo». Estas personas habían sido bien enseñadas. Sabían que Dios está haciendo algo extraordinario en este mundo. Está creando lo que esencialmente es un nuevo pueblo, una nueva nación. Está sacando personas de todas las culturas, de todos los grupos étnicos, de todas las naciones, de todas las razas, de todas las generaciones y los está uniendo como ciudadanos de una nueva nación. Cuando Jesús inició Su ministerio público, Él resumió Su mensaje completo de esta manera: «El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepiéntanse y crean en el evangelio», Marcos 1:15. Se ha edificado un nuevo reino, una nueva nación y ahora llamaba a la gente a ser ciudadanos de ella. Pasajes como Apocalipsis 7 nos dan una vislumbre de este reino desde una perspectiva futura. «Después de esto miré, y vi una gran multitud, que nadie podía contar, de todas las naciones, tribus, pueblos, y lenguas, de pie delante del trono y delante del Cordero…» Esta foto nos muestra a ciudadanos de esta nueva nación parados delante del trono donde el juez se sienta. Dios está trayendo personas de todos los grupos posibles, de todos los grupos demográficos posibles y esencialmente, les concede la ciudadanía en esta nueva nación. De este modo, ¡el Evangelio es una cuestión de ciudadanía! Incluso hoy en día, personas de todo el mundo vienen a la fe en Jesucristo y al hacerlo, nos unimos a este nuevo y sorprendente grupo, a está nueva y sorprendente nación que está unida por nuestra fe común. Aún somos ciudadanos de Canadá, ciudadanos de los Estados Unidos de América, de China, de India, de Rusia, pero al mismo tiempo hemos ganado una ciudadanía mayor y más elevada. Podrías preguntarte -y esto es exactamente lo que la gente se preguntaba en los días de Jesús- «Si esta es una nueva nación, ¿dónde está su tierra?». Esa es una gran pregunta. Por ahora, su tierra está en el cielo, su territorio está fuera de esta tierra. Pero se nos dice que al final de los tiempos, Jesús volverá a esta tierra y establecerá Su gobierno aquí mismo. ¡El cielo vendrá a la tierra! Esta tierra será rehecha, refrescada, renovada; todas las demás naciones cesarán y todo este mundo será gobernado por Él. Será el lugar donde habitarán los ciudadanos de Su nación -solo los ciudadanos de Su nación. Entonces, ¿cómo nos convertimos en ciudadanos de esta nueva nación? Nos convertimos en ciudadanos de nuestras naciones al nacer allí o al solicitar la inmigración y recibir la ciudadanía. Pero este otro reino otorga la ciudadanía de una manera diferente. No podemos nacer en él y no podemos ganarla o aplicar para tenerla. No la recibimos por nacimiento ni por solicitud, sino por fe. La recibimos al creer en Jesucristo como nuestro Salvador. Y en el momento en que creemos, se nos conceden todos los derechos de la ciudadanía para siempre. Nos convertimos en ciudadanos del cielo.