[dropcap]L[/dropcap]a Biblia nos dice lo que todos aprendemos pronto por la dura experiencia: «La necedad es parte del corazón juvenil» (Proverbios 22:15). Aunque los niños son jóvenes, ingenuos e inocentes de muchas formas, también son desesperadamente necios. Esta necedad no solo se manifiesta en tonterías, inmadurez o malas decisiones, sino en algo mucho más profundo e insidioso: una rebelión interior contra Dios que se manifiesta en múltiples actitudes y acciones externas. Manifiesta lo que declaró David en el Salmo 51: «Yo sé que soy malo de nacimiento; pecador me concibió mi madre». Por este motivo, la tarea clave de cada padre es guiar a los hijos de la necedad a la sabiduría, de la rebelión contra Dios a la rendición y conformidad a él. Como la mayoría de los Padres, Aileen y yo hemos tenido muchos momentos cuando hemos estado decaídos y consternados por la manera y la medida en que la necedad puede estar ligada al corazón de nuestros hijos. Aun los corazones pequeños tienen profundos pozos de pecado. A veces nuestros hijos han hecho la vida casi insoportable a través de su egocentrismo, su ira y su rebelión. A veces hemos desesperado y nos hemos preguntado cómo podremos soportar otro año o incluso otro día. A veces no hemos podido hacer otra cosa que clamar a Dios para que nos dé la paciencia, la fuerza y la sabiduría que no tenemos. Sorprendentemente, la cosa que nos ha mostrado más que ninguna otra lo pecador que puede ser un niño es la obra salvadora de Dios. Cuando los hijos finalmente profesan la fe, como adultos, comienza la obra de por vida de santificación. Ellos comienzan a dar muerte al pecado y a vivir para la justicia, y no deja de ser notable todo el trabajo que tienen que hacer. Tal vez tengan solo 10, 12 o 15 años, pero muy pronto hay una marcada diferencia entre lo que son y lo que están llegando a ser. Nada deleita más a los padres cristianos que ver a nuestros hijos hacer guerra contra su necedad y adoptar la sabiduría piadosa. Y nada causa más humildad en los padres cristianos que ver lo lejos que deben llegar nuestros hijos una vez que Dios comienza su obra de gracia. Sin duda habrás oído que un diamante brilla más intensamente contra un fondo negro, y esa es una adecuada metáfora para la gran salvación que Dios efectúa en su pueblo. Pero es igualmente cierto que el fondo se ve más oscuro cuando se le pone un diamante encima. Asimismo, la hermosa joya de la salvación destaca la profunda oscuridad del pecado. La santidad de nuestros hijos revela todo lo necios que habían sido, muestra la urgencia con que necesitaban ser salvos, y demuestra el gran poder de la salvación de Dios.