¿Por qué los creyentes se confunden tanto sobre este tema?
“Porque esta noche ha estado conmigo el ángel del Dios de quien soy y a quien sirvo, diciendo: Pablo, no temas; es necesario que comparezcas ante César; y he aquí, Dios te ha concedido todos los que navegan contigo”. Hechos 27:23-24
¿Cuál es la voluntad de Dios para mi vida?
No creo que haya un cristiano serio que alguna vez no se haya hecho la pregunta: “¿Cuál es la voluntad de Dios para mi vida?”. De hecho, es bastante normal que eso ocurra (y también saludable). Luego vienen las enseñanzas donde aprendemos que conocer la voluntad de Dios implica no menos de tres cosas: 1) Las indicaciones de la Palabra de Dios; 2) El consejo de otras personas; 3) El sentido común. Todo esto está muy bien y es necesario; los creyentes pueden estar seguros que Dios ha preparado para cada uno de ellos una dirección específica (Ef. 2:10) y que en la obediencia y la rendición del corazón se encuentra la segura orientación para cada uno de ellos sobre la voluntad de Dios (Rom. 12:1-2). Hay una “base” para que la multiforme voluntad de Dios para sus hijos se vea reflejada fielmente en cada uno. Y, sin embargo, siempre suena extraño que cueste definir el fundamento que controla cualquier rumbo que el cristiano deba tomar para agradar a Dios, ¿me explico? Cuando voy a la pinturería para que preparen un color particular que solicito, el encargado siempre habla de la lata “base” con la cual se preparan todos los colores. Estos pueden ser cientos de miles, pero la base sobre la que se preparan, es siempre la misma y no tiene variación. Algo similar a esto es a lo que me refiero. Hay una “base” para que la multiforme voluntad de Dios para sus hijos se vea reflejada fielmente en cada uno. No voy a hablar de los designios soberanos e inmutables de Dios sino de cómo respondemos nosotros y por qué lo hacemos, porque esto definirá nuestra identidad y nuestra labor a través de toda nuestra vida cristiana con la cual “le daremos color” al reino de los cielos mientras honramos a nuestro Salvador. Desde la polvorienta y calurosa senda damascena, él preguntó: “¿Quién eres Señor?” y luego, “¿Qué quieres que yo haga?”.
El apóstol Pablo, un ejemplo a seguir toda la vida
Desde el momento de su conversión el apóstol Pablo supo para siempre cuál era su nueva identidad y cuál era su nueva labor. Aquella vez, camino a Damasco y cerca del mediodía (Hch. 22:6, 26:13) él hasta entonces conocido como Saulo recibió un cambio de vida y un cambio de tarea. Esta conversión contiene más instrucción de la que quizá estamos dispuestos a examinar. Recordemos que “toda la Escritura es inspirada por Dios” (2 Tim. 3:16), y, por lo tanto, cada palabra cuenta. Cuando Jesús se le apareció por ese camino, Saulo hizo dos preguntas que resultaron ser para siempre el soporte de toda su vida y obra, esa “base” sobre la cual todo el resto de su vida se edificaría; como las dos barandas de una larga escalera que nos mantienen en la dirección correcta. Desde la polvorienta y calurosa senda damascena, él preguntó: “¿Quién eres Señor?” y luego, “¿Qué quieres que yo haga?” Las respuestas a esos cuestionamientos determinaron para siempre la clase de persona que sería y el lugar que ocuparía en este mundo. Pablo tenía a Jesús como Señor (primera pregunta) y estaba determinado a vivir para hacer lo que Él le mandara a hacer (segunda pregunta). Años después, durante su viaje a Roma, y en medio de una gran tempestad que amenazaba con la vida de todos los navegantes, Pablo tuvo la visita del ángel de Dios que animó su vida y confirmó su destino (Hech. 27:9-26). Pero el apóstol, desde su corazón y en la recta final de su ministerio confesó que era el ángel del Dios “de quien soy y a quien sirvo” (Hech. 9:23) el que había estado con él. Esta fue una confesión que es paralela a la visión que recibió el día de su conversión. “¿Quién eres Señor?” – es paralelo con “de quien soy”; y “¿Qué quieres que yo haga?” – es paralelo con “a quien sirvo.” ¿Te das cuenta? A menudo la desobediencia y la falta de rendición al servicio de Cristo se esconde bajo la falsa premisa de: “Estoy orando para descubrir la voluntad de Dios”.
Una lección, una convicción
De manera que este siervo de Dios nos deja una lección, no a través de una epístola o un mandamiento explícito, sino a través de una confesión espontánea que refleja la convicción que lo dominó durante toda su nueva vida en Cristo desde Damasco en su nuevo nacimiento, hasta Roma en su última parada. Puede que lo hayas considerado o no, pero esta confesión de Pablo es la misma que debe existir en todos los hombres y mujeres transformados por el evangelio; llegan a ser de Cristo, y llegan a ser siervos de Él para siempre; reconocen a Jesús como Señor y están dispuestos a hacer lo que se les manda. Esta es la “base” para cualquier otra cosa en la vida del cristiano. Es una cuestión de sometimiento a Jesús. A menudo la desobediencia y la falta de rendición a la persona y al servicio de Cristo se esconde bajo la falsa premisa de: “Estoy orando para descubrir la voluntad de Dios”, mientras que tales cristianos continúan viviendo para sí mismos, algo que no es el plan de Dios para la vida de ninguno de sus hijos (2 Cor. 5:15). Algunos que dicen servir a Dios, nunca han confesado que pertenecen a Cristo, y por otro lado, están los que dicen ser de Cristo pero no le sirven ni lo honran.
¿Cuál es tu verdadera identidad?
¿Es la experiencia de Pablo tu experiencia y consideración? ¿Te tomas el tiempo a menudo para meditar en lo que implicó tu salvación? Porque siempre en esto encontrarás que no existe razón alguna para no vivir plenamente para el Dios que nos ha salvado. El apóstol Pedro dijo que nuestra salvación es un asunto en el cual los ángeles están sumamente interesados y admirados (1 Ped. 1:12). Ya no perteneces al reino de las tinieblas y no te perteneces a ti mismo; tampoco vives para gastar en los deseos de la carne, sino que debes hacerlo para la gloria de Dios. Si no hay una evidencia marcada en cuanto a esto, te aconsejo que examines tu cristianismo. Algunos que dicen servir a Dios, nunca han confesado que pertenecen a Cristo y, por otro lado, están los que dicen ser de Cristo, pero no le sirven ni lo honran. “De quien soy y a quien sirvo” son dos expresiones indivisibles para cualquier cristiano verdadero y que responden directamente al hecho de haber sabido alguna vez quién es Jesús y qué significó creer en Él, es decir, confesarle como Salvador (Jesús) y Señor (Rom. 10:9). Te animo hoy a examinar tu identidad y a examinar tu labor; es la base para todo el colorido de tu vida cristiana en este mundo en la cual puedes reflejar a quién perteneces haciendo todo y viviendo solamente para Él. Antes de hacer preguntas sobre cuál será la voluntad específica de Dios para ti, inquiere si las dos preguntas de Pablo formaron parte del repertorio de tu salvación. Si no es así, hazlas de corazón.