“Sucedió después de estas cosas que la mujer de su amo miró a José con deseo y le dijo: Acuéstate conmigo. Pero él rehusó y dijo a la mujer de su amo: Estando yo aquí, mi amo no se preocupa de nada en la casa, y ha puesto en mi mano todo lo que posee. No hay nadie más grande que yo en esta casa, y nada me ha rehusado excepto a ti, pues tú eres su mujer. ¿Cómo entonces iba yo a hacer esta gran maldad y pecar contra Dios?”, Génesis 39:7-10
Cuando pecamos cediendo ante la tentación que se nos presenta cometemos gran maldad y pecamos contra Dios. José reconoció la maldad de su pecado y sus nefastas consecuencias. Él valoraba grandemente su comunión con Dios como para cometer maldad en contra suya. Su relación con Dios no se había debilitado a pesar de sus adversidades y tribulaciones.
Ante periodos grandes de adversidad, o de aflicciones profundas, podemos estar tentados con más facilidad a dejarnos llevar por la incredulidad y el engaño del pecado. Pensar que Dios ha dejado de ser fiel o bueno porque estoy atravesando dolor es una mentira del pecado. Mantenerse firme en confiar en Dios a pesar de todo es una muestra pública de una fe genuina que ha permeado nuestro interior. Job fue un ejemplo de ello:
“Y dijo: Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré allá. El SEÑOR dio y el SEÑOR quitó; bendito sea el nombre del SEÑOR. En todo esto Job no pecó ni culpó a Dios”, Job 1:21-22.
Una circunstancia difícil es un campo de batalla para nuestra fe, y lejos de maldecir a Dios y morirnos –como le aconsejó su esposa a Job– debemos fortalecernos en fe dando gloria a Dios y confiando en sus propósitos soberanos para con nuestras vidas (Ver el ejemplo de Abraham en Romanos 4:18).
Spurgeon dijo: “Cuando no puedes rastrear su mano, siempre puedes confiar en su corazón”.
No siempre sabremos el fin de nuestro sufrimiento, pero sabemos que todas las cosas ayudan a bien a los que aman a Dios y fueron llamados por Él (Romanos 8:28). José pasó grandes etapas de adversidad y pudiendo haberlas tomado como excusa para el pecado, como una manera de “equilibrar la balanza” ante tanta tragedia, Él glorificó a Dios buscando una vida santa y confiando en Él.
El pecado persigue que tengamos un anhelo mayor por satisfacer nuestros deseos pecaminosos que por hacer la voluntad de Dios, persigue que pongamos los ojos en este mundo de tinieblas y maldad en vez de tenerlos en Cristo, busca que valoremos más los “tesoros” de este mundo, que no son más que espejismos que nos presentan realidades engañosas y pecaminosamente atractivas, que los tesoros celestiales.
Si deseas a Dios más que cualquier cosa y hacer su voluntad antes que satisfacer tus deseos pecaminosos, como dijo el Rey David: “Me deleito en hacer tu voluntad, Dios mío; tu ley está dentro de mi corazón”, Salmo 40:8. Entonces, cuando el pecado te presente “manjares” de este mundo –que son el veneno del alma- correrás de ellos y los despreciarás porque tu corazón está más allá de este mundo y sus deleites. Cuando deseas con toda tu alma la santidad estás deseando algo que el pecado no puede satisfacer y ante lo cual no tiene nada que ofrecerte.
Pon tu mirada activamente en las cosas de arriba, hazlo de manera intencional y tendrás tu corazón más preparado para resistir la tentación del pecado.
“Si habéis, pues, resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, nuestra vida, sea manifestado, entonces vosotros también seréis manifestados con El en gloria”, Colosenses 3:1-4.
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