Los cristianos tenemos una relación única con el dinero. Mantenemos un sano deseo de tenerlo, pero al mismo tiempo mantenemos un respetuoso temor hacia él. Creemos que el dinero nos equipa para hacer todo tipo de buenas obras, también creemos que el amor al dinero es la raíz de todo tipo de maldad. Trabajamos duro para ganarlo y luego trabajamos duro para gastarlo. Y al mismo tiempo sabemos que el dinero tiene un poder único para revelar lo que está pasando en nuestros corazones. Necesitamos dinero, disfrutamos del dinero, al mismo tiempo, desconfiamos del dinero. Si tuviéramos que sumar todo el dinero que pasa por nuestras manos a lo largo de la vida, y luego compararlo con la cantidad que tenemos en el momento presente o lo que tendremos en nuestro momento final, supongo que la mayoría de nosotros nos sorprenderíamos. Es probable que una persona con un trabajo promedio de clase media tenga millones que van y vienen, para ganar y gastar o para ganar y donar. Esa persona no necesita ser un derrochador para haber ganado mucho, haber gastado mucho y tener poco para mostrar. La vida es, después de todo, extremadamente cara. Incluso los minimalistas, aun quienes recortan cupones, hasta los más sencillos entre nosotros experimentamos grandes transferencias de riqueza de nuestras manos y a nuestras manos. A menudo lucho con la culpa cuando considero los gastos que conlleva la vida. Si bien mi familia no tiene un estilo de vida lujoso, a pesar de ello acumulamos lo que parece ser una gran cantidad de gastos. Compramos la casa más pequeña y barata que pudimos encontrar y nos hemos quedado allí; siempre hemos conducido nuestros coches durante mucho tiempo; tenemos vacaciones modestas (o vacaciones un poco más emocionantes, solo si en nuestro destino pueden apoyarnos con los gastos); damos a la iglesia y a otras organizaciones de una manera generosa, pero no de una manera extrema. ¡Probablemente seamos como tú en este sentido! Sin embargo, cuando miro nuestras cuentas al final del mes, cuando miro nuestras facturas, cuando miro nuestro saldo en la cuenta del banco, a menudo siento una culpa tan grande, un dolor tan profundo. ¿A dónde se va todo? ¿Por qué se va allí? Y justo cuando parece que podemos avanzar un poco, los frenos fallan, los electrodomésticos se dañan o las tuberías tienen fugas. O si no hay nada de eso, pensamos que tal vez, solo tal vez, finalmente podamos abordar uno de esos problemas a largo plazo como nuestra cubierta podrida o las baldosas rotas. Cada cierto tiempo re-evaluamos nuestro presupuesto y acordamos apretarnos los cinturones, pero pronto descubrimos que no hay mucho que podamos hacer. La realidad es que la vida es costosa. La vida en este lugar y en este momento viene con un nivel básico de gastos que es inevitable, ineludible y desalentadoramente alto. Así que, ¿qué hacemos? Creemos profundamente que no somos los dueños de nuestro dinero, sino los administradores del dinero de Dios. Creemos profundamente que somos responsables de usar nuestro dinero sabiamente y de una manera que honre a Dios. Creemos profundamente que el dinero revela nuestros corazones y nos dice si realmente confiamos en Dios o si confiamos sutilmente en la riqueza, si nuestras vidas están persiguiendo las metas de Dios o persiguiendo pecaminosamente las nuestras. Pero nada de eso puede reducir el costo del seguro del automóvil o la matrícula universitaria. Nada de eso puede detener la necesidad de arreglar los frenos o cambiar el techo. Las convicciones que tenemos sobre el dinero influyen en algunos de los gastos que elegimos asumir, pero no harán que nuestras facturas desaparezcan y no harán mucho para mitigar el hecho de que la vida es simplemente costosa. Para lidiar con la agonía de pagar otra cuenta, para lidiar con el dolor de ver cuentas de jubilación que aumentan lentamente o cuentas de tarjetas de crédito que aumentan demasiado rápido, se nos ocurrió una pequeña frase que pronunciamos a menudo: es solo dinero. El dinero es importante, pero sigue siendo solo dinero. Así como podemos convertir el dinero en un dios cuando somos derrochadores, podemos convertir el dinero en un dios cuando somos ahorrativos. Así como podemos preocuparnos muy poco por el dinero y gastarlo con demasiada liberalidad, podemos preocuparnos demasiado por el dinero y mantenerlo demasiado apretado. Como de costumbre, hay peligro en ambos lados. Así que hemos determinado que mientras vivamos un estilo de vida apropiadamente modesto, y mientras estemos administrando nuestro dinero como mayordomos fieles, y mientras que estemos dando al Señor con una generosidad motivada por el evangelio, y mientras que estemos ahorrando una parte para no tener que depender de otros en el futuro, la única manera de evitar el desánimo indebido por el mero gasto de la vida es encogerse de hombros, deslizar nuestra tarjeta de crédito y decir: «Es solo dinero». Si bien no es así como queremos gastarlo, así es como tenemos que gastarlo y elegiremos estar contentos. Después de todo, es solo dinero. Este artículo se publicó originalmente en Challies.