Puedes leer la primera parte del artículo, aquí.
Permíteme mencionar tres evidencias:
Dios nos dio la mejor explicación de por qué existe el universo en vez de la nada. ¿Alguna vez te has preguntado por qué existen todas las cosas? ¿De dónde vinieron? Normalmente, los ateos han dicho que el universo es eterno y sin origen. Pero los descubrimientos de la astronomía y la astrofísica durante los últimos 80 años han manifestado que eso es improbable. Según el modelo del Big Bang del universo, toda la materia y la energía, el espacio físico y el tiempo por sí solos, comenzaron a existir en un punto hace más de 13.5 mil millones de años. Antes de ese punto, el universo, simplemente, no existía. Por tanto, en el modelo del Big Bang se hace necesaria la creación del universo de la nada. Esto tiende a ser sumamente vergonzoso para los ateos. Quentin Smith, un filósofo ateo, escribe: “La respuesta de los ateos y agnósticos a este desarrollo ha sido comparativamente débil, y en verdad, casi invisible. El silencio incómodo parece ser la regla cuando surge el tema entre los no creyentes… La razón de la vergüenza de los no teístas es bastante común. Anthony Kenny lo sugiere en esta afirmación: ‘Un defensor de [la teoría del Big Bang], al menos si es un ateo, debe creer que la materia del universo vino de la nada y por medio de la nada’”. El cristiano teísta no se ve confrontado por esta dificultad, ya que la teoría del big Bang solamente confirma lo que él siempre ha creído: que en el principio Dios creó el universo. Ahora, te pregunto: ¿qué es más convincente: que el teísta cristiano está en lo cierto o que el universo comenzó a existir sin origen y de la nada? Dios da la mejor explicación del orden complejo del universo. Durante los últimos 40 años, los científicos han descubierto que la existencia de la vida inteligente depende de un balance complejo y delicado de condiciones iniciales dadas en el big bang. Ahora sabemos que los universos no aptos para vivir son muchísimo más probables que cualquier universo donde hay vida, como el nuestro. ¿Cuánto más probable? La respuesta es que las probabilidades de que haya vida en el universo son tan infinitésimas como incomprensibles e incalculables. Por ejemplo, un cambio en la fuerza de gravedad o de la fuerza atómica en una parte por 10 100 hubiera evitado que existiera un universo apto para vivir. La llamada constante cosmológica «lambda» que produce la expansión inflacionaria del universo y es responsable de la recientemente descubierta aceleración de la expansión del universo, la cual está equilibrada en una parte en 10 120. El físico de Oxford Roger Penrose calcula que las probabilidades de que se eleve por casualidad el estado de entropía bajo de nuestro universo, del cual depende nuestras vidas, son tan pequeñas como una parte en 10 10 (123). Penrose comenta: “No recuerdo siquiera haber visto nada más en la física cuya exactitud se sabe que puede acercarse, siquiera remotamente, a una figura como en una parte en 10 10(123)”. Hay múltiples cantidades y constantes que deben equilibrarse de esta manera si el universo va a ser apto para vivir. Y no es simplemente que cada cantidad debe equilibrarse de manera exquisita; la relación entre ellas también han de equilibrarse. Así que se multiplica la improbabilidad por improbabilidad por improbabilidad hasta que nuestras mentes quedan abrumadas por los números incomprensibles. No hay razón física alguna por la que estas constantes y cantidades deban poseer los valores que poseen. El físico Paul Davies, quien alguna vez fuera agnóstico, comenta: “A lo largo de todo mi trabajo científico, he llegado a creer con más y más fuerza que el universo físico está elaborado con un ingenio tan asombroso que no puedo aceptar que sea meramente un hecho crudo”. De manera similar, Fred Hoyle observa: “Una interpretación hecha con sentido común del hecho sugiere que un súper intelecto se ha confabulado con la física”. Robert Jastrow, el exdirector del Instituto Goddard de Estudios Espaciales de la NASA, lo considera la evidencia más poderosa para la existencia de Dios, incluso aunque sea el resultado de la ciencia. La perspectiva que siempre han sostenido los cristianos teístas, la de que hay un diseñador inteligente del universo, parece tener mucho más sentido que la perspectiva atea de que el universo, cuando comenzó a existir sin origen y de la nada, simplemente ocurrió por casualidad y fue equilibrado con una precisión incomprensible en cuanto a la existencia de vida inteligente. Valores morales objetivos del mundo. Si Dios no existe, tampoco existen los valores morales objetivos. Muchos ateos y teístas por igual concuerdan en este punto. Por ejemplo, el filósofo de la ciencia Michael Ruse explica: “La moralidad es una adaptación biológica no menor que las manos, los pies y los dientes. Considerada como una serie de reclamos racionalmente justificables sobre un objetivo, la ética es ilusoria. Aprecio que cuando alguien dice ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo’, creen que se refieren a algo que está por encima o más allá de ellos mismos. No obstante, tal referencia verdaderamente no tiene fundamento. La moralidad es una ayuda para la supervivencia y la reproducción… y cualquier significado más profundo es ilusorio”. Friedrich Nietzsche, el gran ateo del siglo XIX quien proclamó la muerte de Dios, entendía que la muerte de Dios implicaba la destrucción de todo el significado y el valor de la vida. Creo que Friedrich Nietzsche tenía razón. Pero debemos tener mucho cuidado aquí. La pregunta aquí no es: “¿Debemos creer en Dios para llevar vidas morales?” No estoy afirmando que así sea. La pregunta tampoco es: “¿Podemos reconocer los valores morales objetivos sin creer en Dios?” Yo creo que sí. En cambio, la pregunta es: “Si Dios no existe, ¿existen los valores morales objetivos?” Al igual que Ruse, no veo ninguna razón para creer que, sin Dios, la moralidad del rebaño desarrollada por los homo sapiens sea objetiva. Después de todo, si no existe Dios, ¿qué hay de especial en los seres humanos? Son el resultado accidental de la naturaleza que ha evolucionado relativamente hace poco de una mancha infinitésima de polvo perdida por ahí en un universo irracional y hostil, y que están destinados a perecer individual y colectivamente en un período de tiempo relativamente corto. En la perspectiva atea, una acción, por ejemplo, una violación, puede ser un acto socialmente no ventajoso y por eso se ha vuelto tabú en el curso del desarrollo humano; pero en verdad no hay absolutamente nada que demuestre que la violación sea realmente algo malo. Según la perspectiva atea, no hay nada de malo si tú violas a alguien. De este modo, sin Dios no hay nada que sea absolutamente bueno ni malo, lo cual se impone en nuestra conciencia. Pero el problema es que los valores objetivos sí existen, y muy en el fondo todos sabemos que es así. No hay más razones para negar la realidad objetiva de los valores morales que la realidad objetiva del mundo físico. Las acciones como la violación, la crueldad, y el abuso infantil no son simplemente conductas socialmente inaceptables: son abominaciones morales. Algunas cosas están realmente mal. De este modo y paradójicamente, la maldad sirve para establecer la existencia de Dios, pues si los valores objetivos no pueden existir sin Él –y de hecho, existen, lo que es evidente así como también la realidad de la maldad—, entonces es inevitable el hecho de que Dios existe. Asimismo, aunque la maldad en un sentido sirve para cuestionar la existencia de Dios, en un sentido más fundamental sirve para demostrar la existencia de Él, ya que la maldad no podría existir sin Dios. Esta es solo una parte de las evidencias de que Dios existe. El prominente filósofo Alvin Plantinga ha expuesto dos docenas de argumentos en cuanto a la existencia de Dios. La fuerza acumulativa de estos argumentos hace que sea probable el hecho de que Dios existe. En resumen, si mis tres tesis son correctas, entonces la maldad no representa la improbabilidad de la existencia del Dios de los cristianos; por el contrario, considerando el alcance total de la evidencia, la existencia de Dios es probable. Además, el problema intelectual de la maldad falla en acabar con la existencia de Dios. Pero esto nos lleva al problema emocional de la maldad. Creo que la mayoría de la gente que rechaza a Dios por causa de la maldad del mundo, no lo hace realmente por una dificultad intelectual; en cambio, es un problema emocional. A ellos no les gusta un Dios que permite que ellos u otras personas sufran y, por tanto, no quieren tener nada que ver con Él. El ateísmo de ellos es simplemente el del rechazo. ¿Tiene la fe cristiana algo que decirles a estas personas? ¡Claro que sí! Pues nos dice que Dios no es un Creador distante ni un ser impersonal, sino un Padre amoroso que comparte nuestros sufrimientos y se duele con nosotros. El profesor Plantinga ha escrito: “Así como el cristiano ve las cosas, Dios no se queda impávido, observando fríamente el sufrimiento de Sus criaturas. Él entra y comparte nuestros sufrimientos. Él soporta la angustia de ver a Su Hijo, la segunda persona de la Trinidad, consignado a la muerte amargamente cruel y vergonzosa en la cruz. Cristo fue preparado para soportar las agonías del mismo infierno para tener la Victoria sobre el pecado, la muerte y los males que afligen a nuestro mundo, y para conferirnos una vida más gloriosa de lo que podemos imaginar. Fue preparado para sufrir en nuestro lugar, para aceptar el sufrimiento del que no podemos formarnos una concepción”. Ya ves, Jesús sufrió más allá de toda comprensión: Él soportó el castigo por los pecados del mundo entero. Ninguno de nosotros puede comprender aquel sufrimiento. Aunque fue inocente, voluntariamente llevó sobre Sí mismo el castigo que nosotros merecíamos. ¿Y por qué? Porque Él nos ama. ¿Cómo podemos rechazarlo a Él, que lo dio todo por nosotros? Cuando comprendemos Su sacrificio y Su amor por nosotros, el problema de la maldad toma una perspectiva totalmente diferente, pues ahora vemos claramente que el verdadero problema de la maldad es el problema de nuestra maldad. Llenos de pecado y moralmente culpables delante de Dios, la pregunta a la que nos enfrentamos no es cómo Dios puede justificarse a Sí mismo para con nosotros, sino cómo podemos ser justificados delante de Él. Paradójicamente, aun cuando el problema de la maldad es la mayor objeción a la existencia de Dios, al final Él es la única solución al problema de la maldad. Si Dios no existiera, entonces estaríamos perdidos sin esperanza en una vida llena de un sufrimiento no redimido y gratuito. Dios es la respuesta final al problema de la maldad, pues Él nos redime de ella y nos lleva al gozo eterno de una comunión inconmensurable y hermosa con Él.