En las temporadas en las que todo se centra en los regalos, a menudo paso por alto uno de los más invaluables. Es un regalo que he temido, rechazado y anhelado devolver, pero ha sido invaluable para moldearme y atraerme a Jesús. Es el indeseable regalo del sufrimiento. El sufrimiento no parece un buen regalo. Los amigos de Job lo vieron como un castigo por una vida injusta. La mayoría de las personas, incluyéndome a mí, lo evitan siempre que sea posible. Incluso pensar en ello puede llenarme de una sensación de miedo. Sin embargo, la Biblia nos muestra que el sufrimiento es un regalo intencional. Aunque nunca se nos dice que lo busquemos, podemos saber, si estamos en Cristo, que Dios nos manda el sufrimiento para nuestro bien. La comodidad puede hacernos olvidar Dios usó el desierto para moldear a los hijos errantes de Israel, para que aprendieran a confiar en Él para todas sus necesidades y vivieran de acuerdo con Su Palabra (Deuteronomio 8:3). En el desierto, la presencia de Dios era inconfundible; Su dirección, clara. Él proveyó para los israelitas lo que ellos no podían proveer para sí mismos y cumplió todas las promesas que les hizo (Josué 23:14). Dios quería que Su pueblo recordara cómo los liberó en esos días difíciles, sabía lo importante que era el desierto para su fe. Quería que recordaran Su tierno cuidado y sabía que cuando fueran prósperos, se sentirían tentados a olvidarlo. Asumirían que podrían mantenerse a sí mismos y se alejarían. Así que dice a través de Moisés: “Cuídate de no olvidar al Señor tu Dios dejando de guardar sus mandamientos, sus ordenanzas y sus estatutos que yo te ordeno hoy; no sea que cuando hayas comido y te hayas saciado, y hayas construido buenas casas y habitado en ellas, y cuando tus vacas y tus ovejas se multipliquen, y tu plata y oro se multipliquen, y todo lo que tengas se multiplique, entonces tu corazón se enorgullezca, y te olvides del Señor tu Dios que te sacó de la tierra de Egipto de la casa de servidumbre. Él te condujo a través del inmenso y terrible desierto, con sus serpientes abrasadoras y escorpiones, tierra sedienta donde no había agua; Él sacó para ti agua de la roca de pedernal. En el desierto te alimento con el maná que tus padres no habían conocido, para humillarte y probarte, y para finalmente hacerte bien. No sea que digas en tu corazón: «Mi poder y la fuerza de mi mano me han producido esta riqueza»” (Deuteronomio 8:11–17). En esencia, Dios les dijo que, en tiempos de abundancia, necesitaban reflexionar sobre tiempos pasados de lucha y recordar cómo los encontró en ella. El gran y aterrador desierto con sus serpientes abrazadoras y su tierra sedienta fue el lugar donde aprendieron de Su fidelidad y provisión. Esta es la perspectiva opuesta del mundo, que nos insta a mirar hacia atrás y centrarnos en los buenos tiempos y a trabajar para el éxito y la comodidad futuros. Pero Dios sabe que los regalos del éxito y la comodidad son temporales, solo para disfrutarlos mientras los tenemos. Aparte de Dios, no fomentan el gozo duradero y a menudo conducen a la amargura cuando nos son quitados. Donde se hacían grandes oraciones Dios nunca prometió darnos ministerios prósperos, matrimonios perfectos, hijos obedientes, cuerpos sanos, cuentas bancarias cómodas o protección contra pruebas dolorosas. Pero sí ha prometido estar con nosotros en los problemas, lo que puede ser una bendición mayor que la ausencia de problemas. Su presencia se siente más cercana. Su abrazo más fuerte. Y cuando se elimina la prueba, tenemos una fe más profunda, arraigada en el carácter y el amor de Dios. El solo hecho de mirar hacia atrás a la fidelidad de Dios en las pruebas nos ancla. El recuerdo de la presencia de Dios en nuestro dolor es suficiente para hacernos amar más a Jesús, anhelar el cielo y caer de rodillas en gratitud. Joseph Parker, un pastor británico de mediados de 1800, habla del valor del gran y terrible desierto. Él dice: «El ‘gran y terrible desierto’ era el lugar donde se hacían nuestras grandes oraciones… No sabes lo que dijiste en esa larga noche de desierto y soledad; las palabras fueron retiradas; si pudieras leerlas ahora, te sorprenderías de su profundidad, riqueza y unción. Debes tu propia vida al desierto que te hizo temer» (La Biblia del pueblo, 80). El sufrimiento profundizó mi fe Le debo la profundidad de mi fe y mi amor por Cristo al desierto que me dio miedo. Aprendí a lamentarme, a insistirle a Dios, a depender de Él completamente en el desierto. No recuerdo lo que clamé a Dios en la oscuridad, pero sí recuerdo que Dios respondió consigo mismo. Los amigos estaban a mi alrededor, pero nadie podía tocar las partes más profundas de mi dolor. Ni siquiera yo podía articular cómo me sentía. Las emociones a menudo parecían más grandes que yo. Fue al clamar, al arrojarme a Su misericordia y al orar desesperadamente que me encontré con Dios más íntimamente. Él sabe que nuestra experiencia con Él y Su provisión inconfundible en el sufrimiento pueden marcar y cimentar nuestra fe. Si realmente somos consolados por Dios en nuestro dolor, es probable que nunca lo olvidemos. Por eso el sufrimiento es un regalo. No el sufrimiento en sí, sino el volverse a Dios en el sufrimiento, porque ahí es donde lo encontramos. Cuanto mayor es el dolor, más cerca está Dios. Y cuanto más se acerca, más gozo ofrece. En Su presencia hay plenitud de gozo (Salmo 16:11) y ofrece gozo por aquellos a quienes elige acercar (Salmo 65:4). Este gozo que es de otro mundo, contraintuitivo y desbordante nos asegura que el cielo es real, Dios es bueno y la gloria nos espera. Papel de regalo rasgado He llegado a ver que esta vida es como papel para envolver regalos y cintas. Queremos que nuestras vidas se vean hermosas y gastamos la mayor parte de nuestra energía asegurándonos de que lo sean. Este envoltorio es lo que podemos ver, tocar y experimentar, tanto lo tangible como lo intangible. Incluye a nuestras familias, nuestros amigos, nuestros hogares, nuestros logros, nuestra apariencia física, nuestro dinero, nuestros dones, todas las actividades en las que pasamos tiempo, apreciamos e invertimos. Dios quiere que disfrutemos de estos regalos que son de Él, aunque ninguno es permanente o indestructible. Sufrir rasga ese papel de regalo y el proceso nos cambia permanentemente. Es posible que la vida tal como la conocíamos nunca se restaure y lloramos por lo que hemos perdido. Miramos el papel rasgado con nostalgia, deseando que al menos pudiéramos volver a pegarlo. Miramos el papel intacto y las cintas brillantes de otras personas y nos preguntamos por qué solo las nuestras han sido dañadas, a veces casi trituradas. No parece justo. Estamos tentados a preguntarnos qué hemos hecho mal. Pero a medida que nos quedamos con nuestro papel rasgado, comenzamos a darnos cuenta de que el papel no era un fin en sí mismo. Fue solo temporal, nunca destinado a durar para siempre, como nuestras tiendas terrenales, que no son nuestras viviendas permanentes. Sabemos que lidiaremos con el dolor y la pérdida hasta nuestro verdadero hogar en el cielo (2 Corintios 5:1-4). Si bien el papel fue una vez nuestro enfoque, cuando se rasga, notamos que hay algo más. Vemos que el papel, ya sea hermoso o simple, estaba allí para envolver un regalo. El regalo es el artículo de valor supremo y el papel rasgado nos permite, tal vez por primera vez, notarlo. Incluso un vistazo del regalo es impresionante. Si bien el papel de envolver tenía un propósito importante, se desvanece cuando vemos la belleza incomparable del regalo. El regalo es Dios mismo, el único tesoro que perdurará. El regalo del sufrimiento Nos deleitaremos en Cristo sin cesar en el cielo; encontrar Su belleza y consuelo en la tierra nos da un pequeño anticipo de esa felicidad eterna. Para mí, experimentar a Dios en mi sufrimiento es lo más cerca que he estado del gozo puro. El sufrimiento ha quitado mis ojos de lo temporal y los ha fijado en lo eterno. Mi fe no es teórica, no es un conjunto de doctrinas y principios que otros han adoptado— es personal y real. A medida que mi naturaleza exterior se desgasta y mi papel se ha rasgado, he vislumbrado un peso de gloria más allá de toda comparación. Así que, si tu papel está rasgado y roto, no te desesperes. Mira con atención para encontrar el regalo de valor supremo, que nunca puede ser quitado y que durará por toda la eternidad. Es el regalo incomparable de nuestro Salvador, que es Cristo el Señor. Este artículo se publicó originalmente en inglés en https://www.desiringgod.org/articles/the-unwelcome-gift-of-suffering