El hombre es una criatura que se conoce muy poco a sí mismo. “Más engañoso que todo, es el corazón, y sin remedio; ¿quién lo comprenderá?” (Jer 17:9). Aun siendo un cristiano con un nuevo corazón, continúo descubriendo dentro mí nuevas contradicciones, perplejidades y paradojas. Toma, como ejemplo, la convivencia de un deseo por una fe más arraigada en Jesucristo, con una preferencia silenciosa y competitiva por una fe flacucha.

Por un lado, me estremezco al ver a Jesús reprender a los discípulos por su “poca fe” (Mt 8:26). Señor, soy tan igual a ellos. Fija mis ojos firmes en mi Rey. No rechazamos la fe sólida, a pesar de no poseerla.

Pero luego descubro un Acán en el campo, un Judas entre los doce con sus manos en la bolsa. Un acechador, suave y siniestro deseo que sabotea el progreso en la fe. C. S. Lewis me advirtió primero de su presencia:

“No estoy seguro, después de todo, si una de las causas de nuestra fe débil no es un deseo secreto de que nuestra fe no sea sólida. ¿Hay algo de reserva en nuestras mentes? ¿Algo de miedo sobre lo que podría ser si nuestra religión se volviera bastante real? Espero que no. Dios nos ayude, y perdone”  (Essay Collection & Other Short Stories [Colección de ensayos y otros escritos cortos], 137).

C.S Lewis

Al principio parecía absurdo. ¿Quién no querría mover montañas? ¿Quién no querría destrozar la incredulidad? Intenté continuar. Intenté darle a mi conciencia otra ocupación, pero no sirvió.

“Algunos temen lo que sería si nuestra religión se volviera bastante real”. Esa oración me heló la sangre. ¿No quería que se convirtiera más real? ¿Estaba asustado de lo que pasaría más lejos de la costa? ¿Lo estás tú?

Temor de la religión real

¿Qué querrá decir Lewis con este temor de la fe sólida, de una religión demasiado real y cercana?

Él quiere decir que algunos de nosotros sospechamos, muy profundamente, que si nos encontramos con la verdad más a menudo, si galopamos muy rápidamente hacia las realidades de la eternidad, nos encontraríamos con un problema. ¿Y qué pasaría después? Si nuestra fe fuera muy sólida, podríamos perder mucho en este mundo. Podríamos convertirnos en las rarezas que deseamos evitar. Éstas podrían encadenarnos y llevarnos quién sabe dónde, y presionarnos para arriesgar más de lo que estamos dispuestos a perder.

Nuestras relaciones cambiarían. Nuestras prioridades cambiarían. Este mundo comenzaría a llenarse de maldad, con almas inmortales, con guerra. La naturaleza se doblaría ante la súper naturaleza.

Dios abundaría. La muerte quedaría pasmada. Podríamos escuchar a Satanás reirse. ¿Podría el peso de todo destruir nuestra finitud? Podría, de hecho, atropellar algunos sueños. Si el cristianismo se volviera totalmente real, ¿cuál de nuestros Isaacs está a salvo? ¿Qué sacrificio sería demasiado grande, o prueba demasiado pesada, para soportar por Su gloria? Si las raíces fueran hasta la profundidad, entonces mi vida realmente no sería mía, ¿o sí?

El infierno, ¿cómo podríamos concebirlo? El cielo, ¿cómo podríamos conformarnos con menos? El evangelio, ¿cómo podríamos esconderlo? El tiempo, ¿cómo podríamos desperdiciarlo? Cristo, ¿cómo podría ser menos que todo en todo?

Tal realidad inamovible, nos damos cuenta ahora, podemos desear mantenerla a la distancia. Jurassic Park es placentero hasta que los cercos eléctricos se desactivan. Hemos hecho un buen trabajo hoy, creando el parque de diversiones y las barreras donde las fuerzas del siguiente mundo pueden verse, de vez en cuando, paciendo seguramente al otro lado de nuestras pasiones y diversiones. Aun así, con todo eso, fallamos en darnos cuenta que la electricidad nunca estuvo encendida.

De acuerdo con la afirmación de C.S. Lewis, podemos concluir que el temor a tener una fe sólida radica en el miedo de perder mucho en este mundo. /Foto: Alex Woods

Cuesta arriba y peligrosa

La fe sólida golpea la puerta poderosamente como una visita irruptiva y demandante. ¿No está el gran culpable en Hebreos 11 enviando a aquellos santos a ser llevados a aventuras poco placenteras, inconvenientes y, tal vez, fatales?

Esta fe es como el molesto Gandalf para nuestras cuevas hobbit. Austin Freeman comenta: 

“Gandalf intercede en la cultura de la aldea porque los hobbits habían comenzado a olvidar sus propias historias de coraje y peligro, y por consiguiente su sentido de grandeza. Ellos necesitaban renovar su memoria de lo que implicaba una cuesta arriba y el peligro. A los hobbits se les debe recordar sobre un elemento de peligro para que aprecien lo que tienen” (Tolkien Dogmatics [Dogmática de Tolkien], 80).

¿No hemos, muchos de nosotros, perdido lo que alguna vez tuvimos? ¿No nos hemos desgastado nosotros también, olvidando la grandeza del mundo? (La grandeza de esta historia que Dios está escribiendo a nuestro alrededor). Muy a menudo, hemos obviado lo empinado y peligroso, lo épico y eterno, lo glorioso y lo divino. O al menos, reubicamos los peligros a capítulos antes y después de nuestra propia página. No en nuestras afirmaciones doctrinales, tal vez, sino en nuestro sentido diario de lo que es más importante, más urgente.

Freeman va a describir cómo lo impredecible y desafiante de tal fe verdaderamente se transforma en invaluable para la felicidad de nuestras almas.

“Las cosas buenas que hacen a la sociedad hobbit importante, como la libertad, la paz y el placer en la vida cotidiana, requieren un mundo más grande y peligroso fuera de sus límites para no desgastarse. Las riquezas y profundidad de nuestro mundo vienen de la relación entre los placeres ordinarios, como la comida, bebida y familia por un lado, y el anhelo por belleza, las misiones y sacrificios nobles y trascendentes por otro” (80).

Lo doméstico debe bailar con los dragones. Las riquezas y la profundidad de nuestro mundo vienen de la relación entre placeres ordinarios y la belleza trascendente. La realidad, sin consultarnos, canta un dueto: lo ordinario con lo extraordinario. Este mundo reposa firmemente sobre la sombra del siguiente. Aun así, lo trascendente a menudo se pierde, no de nuestras Biblias ni del mundo en sí, sino que se drena de nuestra sangre.

Muy a menudo, hemos obviado lo empinado y peligroso, lo épico y eterno, lo glorioso y lo divino. / Foto: Tachina Lee

Amigate y obedece a la realidad

La fe débil se contenta con que las cosas se queden como están. La fe débil está pendiente del tiempo, y no resiste más de lo necesario. La fe débil sabe que un anfitrión de conversaciones incómodas, las probables persecuciones y las tristezas interminables se encuentran al otro lado del puente.

Aun así, sin este torrente, vivimos cuasi vidas (si eso es un término).  De nuevo: “Las riquezas y profundidad de nuestro mundo vienen de la relación entre los placeres ordinarios, como la comida, bebida y familia por un lado, y el anhelo por belleza, las misiones y sacrificios nobles y trascendentes por otro”. La realidad tendrá su venganza. Quita lo espiritual, lo hermoso, lo sacrificial, y barrerás con todo lo maravilloso y significativo de lo ordinario.

Pero si nos equipamos con toda la armadura de Dios, y peleamos contra los poderes espirituales; saboreamos la comida y glorificamos a Dios cuando satisfacemos nuestra sed; si levantamos familias, nos preocupamos por los vecinos y servimos una iglesia local llena de santos; si sacrificamos, sufrimos, esperamos y adoramos (reverenciados con gozo bajo el señorío y el amor de Dios nuestro Padre y nuestro Salvador Jesucristo), entonces vivimos, realmente vivimos.

Nuestro deseo secreto de tener una fe pequeña nos robará al final, si lo toleramos por más tiempo. La realidad, para el cristiano, es el mejor amigo a ser abrazado, un capitán a ser fielmente obedecido. Lo que no se ve es más real de lo que pensamos. Cristo es más valioso que lo que nos permite estar cómodos. La muerte está más cerca, las llamas del infierno más calientes, el cielo más celestial, el pecado más siniestro, la iglesia más querida, el evangelio más atómico, el Padre más santo, compasivo y justo de lo que la fe pequeña quiere imaginar. Lo real es solo la realidad que es, será y la única realidad en la que los cristianos desearán estar realmente.

Este artículo se publicó originalmente en Desiring God.

Greg Morse

Greg Morse es escritor del personal de desiringGod.org y se graduó de Bethlehem College & Seminary. Él y su esposa, Abigail, viven en St. Paul.

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