A las 9:51 p.m. del 31 de agosto de 1886, se registró el terremoto más potente de la historia en la costa este, que sacudió a Carolina del Sur y golpeó a Charleston. A las 9:52 p.m. de esa misma noche, más de 150 personas había muerto y casi el 90 por ciento de los edificios históricos de ladrillo de la ciudad habían sido reducidos a escombros y polvo. Dos tercios de la población de la ciudad, de 40,000 habitantes, perdieron sus casas. Pese a que no existía un equipo científico que midiera la fuerza de la actividad sísmica en aquel tiempo, los científicos han calculado que el terremoto que sacudió a Charleston aquella mañana pudo haber registrado entre siete y ocho en la escala de Richter, un terremoto de una profunda magnitud. “En solo diez minutos, se propagó el terror en toda la nación, causando pánico y daños, llegando al norte en Toronto, al este en Long Island, al sur en Cuba y al oeste en St. Louis”, escribió el historiador Richard N. Cote. “La nación estaba pasmada. A nadie en Charleston, ni en ninguna otra parte de la Costa Este, jamás le pasó por la mente que pudiera ocurrir una catástrofe de tal magnitud al este del Mississippi. Estaban muy, muy equivocados”. Tan potente fue el terremoto, que el capitán que estaba al mando de la nave estadounidense Robert Dixon, dijo que sintió el sacudir de las olas mientras navegaba a 2,000 brazas: “se sintió una fuerte vibración en toda la nave, que produjo que todos a bordo pensáramos por un momento que habíamos tocado tierra”.
Has hecho temblar la tierra
The Baptist Courier de Carolina del Sur [El Correo Bautista de Carolina del Sur] preparó un extenso recuento de primera mano del terremoto en su edición del 1 de septiembre de 1886, pero no pudo ser impreso porque los compositores se negaron a trabajar debido a las réplicas posteriores que estaban pronosticadas en todo el estado. El 8 de septiembre, uno de los editores describió la ciudad vapuleada desde su propio punto de vista en Broad Street. “La estación, un edificio de ladrillos frente a la calle, aparentemente había perdido su techo, el cual se había caído alrededor de la estación. Un poco más allá, el techo del pórtico de Hibernian Hall, el elegante edificio de estilo griego, se había desmoronado, llevando consigo parte de los pilares de granito. Hasta la calle Meeting Street que, conforme a su dirección general e importancia, podría ser considerada como la Broadway de Charleston, estaba llena de escombros desde la parte superior de las paredes”. Henry Holcombe Tucker, un teólogo bautista y periodista que vivió en Charleston durante varios años cuando joven, estaba entre aquellos que estaban pasmados. Tucker era el propietario y editor del Christian Index, el periódico bautista de Georgia. Pese a que no había un servicio informativo las veinticuatro horas en el siglo XVIII, las noticias sobre el terremoto llegaron a Atlanta casi de inmediato. Con la edición del 2 de setiembre de 1886 del Index ya en la prensa, Tucker tuvo que esperar hasta la semana siguiente para hacer un comentario. Debido a la profundidad de la destrucción, toda la nación se había enterado de la devastación en Charleston para el momento en que Tucker pudo colocar la tinta en el papel, de modo que se dedicó a examinar las preguntas teológicas que, inevitablemente, el temblor sacaría a la superficie: “Para aquellos de nuestros lectores que no lo han vivido, pero que sin duda se han enterado de la prensa secular… esté en nosotros tratar este tema desde el aspecto religioso”. El texto bíblico que adornó su editorial resumía a la perfección la visión de Tucker del terremoto: “Has hecho temblar la tierra”.
Los desastres naturales predican seis doctrinas
¿Cuál era el punto del terremoto según Tucker? “Fue para predicarnos”, escribió, “enviado por la divina providencia para ‘inculcar al país seis grandes doctrinas’”: la existencia de Dios, la grandeza de Dios, la insignificancia del hombre, la culpa del hombre, la responsabilidad del hombre para con Su Creador y el deber y el valor de la oración. Dios había enviado el terremoto para despertar a Su pueblo durmiente, como también para despertar a quienes vivían descuidadamente: “como en los días de Noé”, con sus corazones prisioneros de un ateísmo práctico. “Cuando tembló el continente, millones de personas pensaron en Dios. Una gran proporción de ellos pertenecían a la clase de personas en cuyo pensamiento cotidiano, Dios está ausente. Millones de personas quedaron impresionadas con un sentido de impotencia y pequeñez humana… En el apogeo de la prosperidad, los hombres se inventan argumentos para desacreditar estas seis doctrinas, pero cuando repentinamente llegan los peligros terribles a sus vidas, olvidan sus argumentos y recuerdan estas doctrinas, lo que demuestra que en lo profundo del corazón humano hay una intuición que admite la existencia de Dios, y reconoce la relación propia con Él”. Tucker, además, recordó a sus lectores que Dios no gobierna meramente en los grandes eventos como los terremotos y las grandes inundaciones, sino que también ejercita una providencia meticulosa sobre las minucias cotidianas de la vida: “Dios nos habla en la ordenación ordinaria de Su providencia. Para recalcarlo, Él vuelve a hablarnos en las ordenaciones extraordinarias”. Tucker también recordó a sus lectores que Dios a menudo sacudía la tierra para proclamar Su soberanía en las páginas de la Escritura, una vez libertando a Pablo y a Silas de una cárcel en Filipos y otra vez, captando la atención de muchos, durante la crucifixión del Señor. Demostrando su profunda preocupación por sus lectores, tanto convertidos como inconversos, Tucker usó el terremoto como una ocasión para advertirles que habría una mayor sacudida de la tierra en el futuro, una que marcará el inicio de una redención final para algunos y la furia ardiente del juicio de Dios para otros. “Un terremoto será la escena final de la biografía de la raza humana. Llegará el día, el día grande y terrible del Señor, donde las rocas se partirán y donde los montes caerán, donde la tierra y el mar devolverán los muertos que había en ellos. ‘Y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros y escondednos de la presencia del que está sentado en el trono y de la ira del Cordero’ (Ap. 6:16). Otros, se regocijarán viendo la última manifestación gloriosa de la presencia de Dios en el mundo, resucitarán triunfantes sobre su confusión ‘para encontrarse con el Señor en el aire’”. Después de unas pocas semanas, Tucker continuó escribiendo y publicando artículos sobre el terremoto de Charleston. El 23 de septiembre de 1886, aparecieron varios artículos en el Index acerca del desastre, incluyendo uno por Tucker en el que hablaba afectuosamente sobre los cuatro años como residente de Charleston y como miembro de la Primera Iglesia Bautista de Charleston. Además, estableció un fondo para reconstruir el edificio de la iglesia que fue afectado por el terremoto y solicitó donaciones a sus lectores durante varias semanas. En la portada de la misma edición, Tucker publicó un comentario de un editorial que apareció en Charleston News y Courier unos días antes del terremoto, hablando sobre el aparente progreso comercial imparable de la ciudad. Las palabras causaban escalofrío a Tucker, al jactarse de la naturaleza arrogante y presuntuosa del hombre: “Charleston ya no podrá retroceder y no será detenida”. Tucker respondió aplicando la verdad de Santiago 4:15, donde el apóstol habla de la arrogancia del hombre que hace planes sin considerar y rechazando la mano de Dios: “Y en cuanto a esto, dejemos que el apóstol Santiago haga un comentario”, escribió Tucker. Él deseaba que sus lectores recordaran que Dios tiene la última palabra.
La misericordia soberana es nuestro consuelo
En medio de su cobertura sobre la tragedia de Charleston, Tucker publicó un artículo del Southern Presbyterian, que subrayaba la habilidad del calvinismo, y su énfasis en la soberanía divina, para sostener un sistema doctrinal a la luz del sufrimiento humano, un artículo que sin duda fue diseñado para ayudar a los lectores a aplicar su teología a sus circunstancias, como el terremoto de Charleston. “No hay nada en particular en que el calvinismo demuestre su superioridad sobre todos los sistemas de doctrina que se le oponen más claramente que su correspondencia con el sostenimiento y el consuelo en la aflicción. El fatalismo frío en una mano no es menos alentador que las vagas generalidades del arminianismo en la otra mano. El verdadero calvinismo igualmente alejado de ambas… Sus enseñanzas son positivas y fuertes, y consisten en las verdades que sientan la base sólida para la confianza de los hijos de Dios. De hecho, lo que debilita y anula el consuelo que ofrece el arminianismo a los hijos e hijas de la aflicción es el intento de poner todas las clases en el mismo grupo. Niega que cualquiera de las consolaciones de Dios son peculiares para Su propio pueblo, y, en consecuencia, les retiene aquello que no puede prometerle a los impíos… La gran característica del calvinismo es la afirmación de la soberanía suprema, absoluta y completa de Dios. Él hace todo según Su beneplácito en el ejército de los cielos y entre los habitantes de la tierra. Su voluntad prevalece en todo tiempo y en todas las cosas, aún en los eventos calamitosos y en los pecados humanos. El calvinista cree que Dios tiene un plan por el cual Él lleva a cabo Su voluntad con gracia hacia Su pueblo; un plan que no solo es general sino particular; que no es poco claro, sino definido; que no depende del capricho de otros, sino que es meticuloso y totalmente eficaz… No decimos que los arminianos no disfruten el apoyo de los consuelos en sus aflicciones. Sabemos que hay grandes cantidades de ellos que son verdaderos hijos de Dios, y que no los deja sin consuelo. Pero lo disfrutan en oposición, no en conformidad, al sistema de doctrinas que profesan. Como en muchas otras instancias, son felizmente inconsistentes”. Las doctrinas de la gracia y sus aplicaciones experimentales tanto en la obra de redención de Dios como en Su gobierno meticuloso sobre la creación fue producto del entendimiento de Tucker de la autoridad y la suficiencia total de la Escritura; el hombre no fue hecho para intentar “entender” a Dios, sino para descansar en las cosas que Él ha revelado, especialmente cuando le place a Dios sacudir Su creación por medio de los desastres naturales. Esto solo le brinda refugio y consuelo al pueblo de Dios en medio de los días más oscuros de la aflicción. Publicado originalmente en Founders Ministries | Traducido por Natalia Armando