Hay un antiguo himno que dice:
Alma, entonces conoce tu plena salvación…
Piensa en qué Espíritu habita en ti,
Piensa en qué sonrisas del Padre son tuyas,
Piensa que Jesús murió para ganarte,
Hijo del cielo, ¿puedes quejarte?
¿Cuán a menudo piensas en la “sonrisa de Dios”? Piensa en qué sonrisas del Padre son tuyas, nos pide la canción. ¿Con qué frecuencia consideras la sonrisa de Dios? “Piensa en las sonrisas del Padre que son tuyas”, nos implora la canción. ¿Con qué frecuencia te deleitas en la resplandeciente luz del sol de la sonrisa de nuestro Padre?
Ahora bien, es cierto que la sonrisa de Dios es una imagen, una metáfora de Su felicidad y comunión insondables. El Padre no tiene una sonrisa física (aunque Jesús sí). Pero la realidad es más real que la imagen, no menos. ¡Y qué imagen es!
Felicidad eterna
La promesa inminente de la sonrisa de Dios se cierne sobre las páginas del Antiguo Testamento. Es la enorme dicha del Edén. Desde el principio, podemos oírla surgir a través de la voz de Dios en su séptuple aprobación de su mundo: bueno, bueno, bueno, bueno, bueno, bueno, muy bueno. Lo vemos, incluso ahora, en este mundo salvaje y maravilloso de la creación, en las hojas otoñales y las flores primaverales, en la fantasía de las nubes y los amaneceres que irrumpen con el gozo brillante de un novio, en el alboroto frenético de las ardillas y la extraña lentitud de las vacas, en la nieve, la piedra y las estrellas. La belleza del mundo es la sonrisa divina en la materia. Sentimos la sonrisa de Dios cuando le da al hombre el asombroso regalo de la mujer y Adán estalla en poesía. La sonrisa de Dios era un elemento permanente del mundo anterior a la caída. Es la enorme dicha del Edén.

Pero cuando el mundo se sumió en la rebelión y la ruina, la sonrisa de Dios se nubló. Oh, todavía estaba ahí. El gozo del Dios Trino es infinito, independiente, indomable, inexpugnable como una montaña y más grande que el universo. Pero los pecadores impenitentes con un pecado no perdonado no pueden disfrutar de la santa felicidad de Dios. Sin embargo, incluso después de la caída, la sonrisa de Dios aún brilla en la gracia común. E incluso antes de que pueda terminar de pronunciar la maldición, esa providencia en Génesis 3, Su sonrisa oculta se abre paso en la promesa de un Hijo que vendrá.
Vislumbramos los primeros indicios de este plan cuando Dios comienza a abrir un camino, a través de un sacerdote y la sangre, para que Su pueblo vuelva a disfrutar de Su presencia y sus mandamientos. Aarón, el primer sumo sacerdote, bendice a los elegidos con la promesa de la sonrisa de Dios: “El Señor te bendiga y te guarde; El Señor haga resplandecer Su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia” (Nm 6:24-25). Un rostro resplandeciente es un rostro sonriente. Así que la esperanza central del Antiguo Testamento es que el pueblo de Dios vuelva a disfrutar de Su felicidad y comunión.

Este anhelo se convirtió en un estribillo apreciado por los antiguos santos, especialmente en su poesía:
Muchos dicen: “¿Quién nos mostrará tiempos mejores?”.
Haz que Tu rostro nos sonría, oh Señor.
Me has dado más alegría
que los que tienen cosechas abundantes de grano y de vino nuevo
(Sal 4:6-7 NTV)
David insinúa que todo lo que es bueno y hermoso —el gozo lleno de fuerza y los placeres sin diluir— brilla en la sonrisa de Dios. La verdadera felicidad del hombre se encuentra en ese rostro.
Deleite paterno
Cuando Jesús irrumpe en escena, aprendemos que la sonrisa de Dios no es la aprobación de una deidad genérica, sino la alegría desbordante de un padre feliz. ¿Te imaginas al Padre diciendo: “Este es Mi Hijo amado en quien me he complacido” (Mt 3:17), sin una sonrisa? He aquí un gozo más antiguo que el mundo, un océano de deleite paterno.
Y, que nos deje sin aliento, gracias a Su Hijo, Dios no es solo un padre, sino nuestro Padre. A través del sumo sacerdote y de Su propia sangre, Dios hizo posible que Su sonrisa volviera a ser una constante permanente sobre Su pueblo. Jesús soportó la terrible tempestad de la ira divina para que pudiéramos vivir para siempre bajo la luz de Su sonrisa. Todos aquellos que están unidos al Hijo se convierten en hijos, coherederos de la inmensa felicidad de Dios. Esta es la gloria del evangelio del Dios feliz (1Ti 1:11).

Aún no estamos lo suficientemente vivos para contemplar la fuerza plena de ese sol. Todavía pecamos y debemos confesar. El gozo trino es demasiado grande, y nosotros somos demasiado frágiles, para soportar ese peso de gloria. Pero no siempre será así. Un día, cuando probemos la libertad indómita de la santidad perfecta, quedaremos paralizados por la sonrisa de Dios (Heb 12:14). Se nos dará la estrella de la mañana, y la gigantesca dicha del Cordero que fue inmolado iluminará un cosmos hecho nuevo.
Como Aslan les dice a los suyos, así nos dice nuestro Padre: “Aún no eres tan feliz como quiero que seas, aún no eres tan feliz como yo. Entra en el gozo de tu Creador”.

Entra en el gozo
Así pues, hijo del cielo, ¡piensa en cuántas sonrisas del Padre son tuyas!
En el Hijo de Su complacencia y por el Espíritu de Su gozo, nuestro Padre celestial derrama Su alegría sobre Su pueblo elegido. No hay nadie que pueda coartar su gozo o limitar su deleite. Él es completamente libre. Su sonrisa es tan segura como el sol naciente porque todo lo que hace brota de la felicidad eterna de la Trinidad. Rebosante de esa emocionada libertad, se deleita en dar a Sus hijos todo lo que necesitan para disfrutar cada vez más de la belleza de su sonrisa.
Y es a partir de ese impulso de compartir Su propio gozo trino, de derramar luz y amor sobre Su pueblo, que Dios hizo un mundo y dio Su Palabra para revelar Su gloria. Jonathan Edwards lo expresa así:
Es tal el deleite en Su propia plenitud y gloria internas que lo dispone a una efusión y emanación abundantes de esa gloria. La misma disposición que lo inclina a deleitarse en Su gloria lo hace deleitarse en las exhibiciones, expresiones y comunicaciones de la misma (God’s Passion for His Glory [La pasión de Dios por su gloria], 170)
En otras palabras, la felicidad eterna de Dios al ser Dios se desborda en la revelación de esa felicidad a las criaturas. Nos invita a entrar en Su propio gozo indomable: a conocer y deleitarnos en Dios como lo hace Dios.
Publicado originalmente en Desiring God.