Devocional de navidad: La simiente de la mujer

Devocional de navidad: La simiente de la mujer

El inspirado y fascinante relato de los primeros capítulos de Génesis deja a cualquier lector preparado para hacer preguntas por el resto de su lectura de la Biblia. Es que luego de la exquisita exposición de la creación, de los detalles de la formación del hombre y la mujer, y de la narración sobre su caída y la entrada del pecado, por primera vez aparece la promesa de la gracia de Dios a través de la simiente de la mujer. Es esto mismo lo que genera las preguntas y las inquietudes. Pensemos un poco. La promesa de la simiente en el Génesis Es Génesis 3:15 Adán recibe la primera promesa de salvación de Dios en la Biblia, el llamado protoevangelio. Lejos de lo que uno pudiera imaginar, es decir, que el hijo de Adán y Eva sería el Mesías prometido, el relato confirma que el primer hijo de Adán —Caín—, no solamente no fue el cumplimiento de la promesa, sino que se transformó en un fratricida, matando a su hermano Abel (Gn 4:1-8). Pero Moisés, autor del Pentateuco, comienza a tejer una delicada línea un tanto imperceptible al principio, pero muy evidente a medida que la revelación avanza, sobre la identidad del Salvador que fue prometido a la primer pareja de la tierra. Luego de la deplorable descripción del también asesino Lamec, descendiente de Caín (Gn 4:16-24), el relato se concentra en Set, el tercer hijo varón de Eva. Con su aparición, y el nacimiento de Enós –nieto de Adán y Eva— «comenzaron los hombres a invocar el nombre del Señor» (Gn 4:26). El capítulo 5 de Génesis contiene una lista de los descendientes de Adán a través de la línea de Set. Pero ninguno de ellos, ni siquiera Enoc, el hombre que no experimentó muerte pues caminó con Dios (Gn 5:24); ni Matusalén, el hombre más longevo de la historia (Gn 5:27); ni tampoco Noé, quien es mencionado como el que «nos aliviará de nuestras obras y del trabajo de nuestras manos, a causa de la tierra que Jehová maldijo»; ninguno de ellos llega a ser la simiente prometida. Con la destrucción del mundo por medio del diluvio (Gn 6-8), se pierden y se ganan esperanzas. Se pierden porque aún no se ha encontrado al hombre prometido por Dios; pero se ganan porque Noé, con tres hijos, es en quien se colocan estas esperanzas. No hay dudas que un descendiente de este Noé será, o la simiente prometida o el canal de continuidad hasta Su llegada. Pronto Moisés describe a uno de estos hijos como el apuntado para eso mismo. Sem recibe una bendición inequívoca por parte de su padre: «Bendito por Jehová mi Dios sea Sem» (Gn 9:26, RV60). El capítulo 10 de Génesis sirve de guía para conocer la historia de los tres hijos de Noé (Sem, Cam y Jafet) y sus descendientes. Abram (Gn 12:1), descendiente de Sem, —luego Abraham en Gn 17:5—recibe una promesa que nos devuelve la dirección puntual en lo que respecta a la simiente salvadora. Génesis 12:3 dice: «Bendeciré a los que te bendijeren, y al que te maldiga, maldeciré; en ti serán benditas todas las familias de la tierra». Con Génesis 12 comienza entonces a enfocarse más concretamente la historia de la redención del hombre. No es sino en Génesis 15 que Dios hace un pacto con Abram donde describe concretamente de qué manera la formación de una nación surgirá de sus lomos, la cual, finalmente recibirá la promesa de la tierra para toda su descendencia. Dios, principal personaje de toda la historia, hace notar Su poder al proveer a Abraham un solo hijo, en la vejez y a través de Sara, su esposa anciana y estéril (Gn 18). ¿Podría ser este la simiente prometida? No lo fue. Isaac fue también un pecador necesitado de invocar a Jehová. Su esposa Rebeca, también estéril, concibe como respuesta de la oración de Isaac (Gn 25:21) dos hijos, Esaú y Jacob (Gn 25:24-26).  Y una vez más Dios nos sorprende utilizando al menos pensado de los dos para continuar con Su proyección de la simiente. Es Jacob y no Esaú quien se perfila con sus doce hijos a continuar la línea de la promesa hecha a Eva (Gn 29:31 — 30:24). Tanto la historia de Jacob como la de sus hijos (Gn 29 — 35) está marcada por engaños y desaires; pero es el Dios soberano quien controla la historia y quien determina la manera en que lleva a cabo Sus planes, ya que, en lugar de describir de forma inmediata cómo es que la simiente se preserva, se desvía la atención hacia José, anteúltimo hijo de Jacob, quien es vendido a Egipto por sus hermanos (Gn 37). Esto, en principio no parece cuadrar dentro del plan que Dios debería estar desarrollando. Sin embargo un extraño paréntesis en este relato, —la historia de Judá y Tamar (Gn 38)— sirve para dar la pista de cómo un descendiente de Judá aparece en escena: Fares, quien finalmente formará parte de la genealogía del Mesías (Mt 1:2). La promesa de la simiente en el Éxodo Pero ¿cuál es la razón de la historia de José en Egipto? Mostrar de qué manera Dios daría nacimiento a una gran nación en un período de más de 400 años de esclavitud (Gn 15:13), ya que José llega a ser gobernador de Egipto (Gn 40:37-45) y sustenta a toda la casa de su padre Jacob (Gn 46).  Es cuando Jacob está por morir que bendice a sus hijos mencionando a Judá como el ya indudable personaje por quien la simiente vendría: «El cetro no se apartará de Judá, ni la vara de gobernante de entre sus pies, hasta que venga Siloh, Y a él sea dada la obediencia de los pueblos» (Gn 49:10). La historia del Éxodo no se concentra tanto en una descripción de la simiente, sino en la liberación de la nación de la esclavitud y la celebración de la pascua (Ex 12), la que demuestra que la redención del hombre solamente es posible a través de un sustituto inocente que ocupe el lugar del pecador. La liberación del pueblo de la esclavitud (Ex 12:37) es el inicio de un peregrinaje a la tierra prometida, pero no sin leyes que demandan de Israel una adhesión intransigente al Dios que los ha redimido (Ex 20). Esta entrega de la ley reveló el carácter santo de Dios y al mismo tiempo la pecaminosidad del hombre incapaz de cumplir el pacto (Ex 32), acentuando de este modo la necesidad de la llegada de la simiente que bendeciría finalmente a toda nación. Dios, a través de Moisés, desarrolla la historia de esta simiente que continuará a través de todo el Antiguo Testamento para que finalmente, en el cumplimiento de todas las promesas que se harán a través de esta revelación, llegara el Mesías prometido a Eva para salvación del hombre necesitado: Cristo Jesús. Ahora, ya no se trata de seguir buscando, sino de poder confesar como los samaritanos en Juan 4:42, «sabemos que verdaderamente este es el Salvador del mundo, el Cristo». Querido amigo, que al acercarse esta Navidad, puedas reconsiderar este recorrido bíblico que hemos hecho para que coloques tu confianza en Jesucristo como tu Salvador, Él es la simiente prometida. Oración «Padre Santo, ¡qué dicha es saber que nunca la maldad del hombre te tomó por sorpresa! Tuviste un plan siempre en Tu corazón para glorificar Tu Nombre y para lograr la redención del hombre. A pesar de que a través de los múltiples relatos de la Escritura parece extraviarse el rastro del Redentor que necesitábamos, no obstante, nos has dejado señales iluminadas por el Espíritu Santo para llenarnos de esperanza hasta la llegada gloriosa de Jesús a este mundo. Gracias por salvarnos. Amén».

Ricardo Daglio

Ricardo es pastor en la iglesia de la Unión de Centros Bíblicos en la ciudad de Villa Regina, Río Negro – Patagonia Argentina. Casado con Silvina, tiene tres hijos, Carolina, Lucas y Micaela. Sirvió al Señor como pastor en Uruguay, en la ciudad de Salto durante dieciséis años. Desde el año 2008 pastorea la iglesia local en Villa Regina. La filosofía de enseñanza bíblica es «La Biblia, versículo por versículo», la predicación expositiva secuencial de la Palabra de Dios.

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