La Biblia no sabe nada de cristianos solitarios, de creyentes obstinadamente independientes de una iglesia local. Los cristianos más bien se reúnen en comunidades para adorar juntos y servirse unos a otros. Y en tanto que Dios manda que su pueblo se reúna en comunidad, también los manda que sean dirigidos; dirigidos por hombres llamados y calificados como pastores o ancianos (términos que la Biblia usa de manera intercambiable). A medida que progresamos en una serie de preguntas sobre cosas que como cristianos a menudo damos por sentadas, ahora llegamos a la pregunta sobre el liderazgo de la iglesia y preguntamos: «¿Cuál es el propósito de los pastores?».
Perspectivas comunes acerca de los pastores
En la iglesia de hoy, encontramos diversas perspectivas comunes sobre el rol y el propósito de los pastores. Lamentablemente, algunas de ellas, aunque quizá sean bien intencionadas, no son bíblicas. Estas son dos posturas generalizadas que no están a la altura de lo que enseña la Biblia. La primera es la del pastor como director ejecutivo. Según esta postura, el propósito primordial del pastor es mantener su organización (es decir, su iglesia) funcionando sin contratiempos y creciendo sostenidamente. Tal como el director ejecutivo de una empresa, debe aplicar sólidos principios de negocios a su operación y tendrá éxito cuando satisfaga los deseos de los asistentes a la iglesia y experimente un crecimiento numérico. Aquellos que suscriben esta mirada sostienen que la postura del «pastor de ovejas» amenaza con estancar el crecimiento de una iglesia y es poco práctico para los desafíos de nuestro tiempo. Si bien el cuidado pastoral es bueno y necesario, debería ser realizado por miembros de la iglesia o líderes ministeriales para que los pastores se puedan enfocar en los desafíos del liderazgo. Carey Nieuwhof explica: «Decir que el modelo del pastor como ejecutivo es malo para la iglesia es como decir que el liderazgo realmente no importa. También es decir que las empresas deberían llevarse a los mejores líderes… si lo único que hacemos es reclutar a pastores que aman atender a las personas hasta que mueren, la iglesia morirá». La tarea del pastor, dice ella, es dirigir, «llevar a las personas adonde de otro modo no irían». La segunda perspectiva es la del pastor como sacerdote. Según esta mirada, el pastor es una especie de gurú espiritual cuyo propósito es tomar la única o principal responsabilidad de todo el ministerio de la iglesia. De esa forma, sirve como una especie de mediador entre Dios y su pueblo. Si bien pocos evangélicos efectivamente expresarían su adherencia a esta postura, muchos la sostienen de manera tácita cuando van únicamente a su pastor en busca de oración y cuidado espiritual. Puede que sientan que la oración y el ministerio de los miembros de la iglesia de alguna forma son menos efectivos que la oración y el ministerio de su pastor. Esta postura también puede afectar la evangelización, pues los creyentes le quitan importancia a su propia capacidad para compartir el evangelio y más bien se enfocan en llevar a los amigos incrédulos a la iglesia para que escuchen al pastor, como si este fuera el único medio por el que Dios actúa.
Corrección del error
Si bien es cierto que el pastor sabio aprenderá estrategias prácticas para el liderazgo, y si bien es cierto que toda verdad es verdad de Dios, la perspectiva del pastor como director ejecutivo tiene peligrosas implicaciones para el ministerio pastoral. En la potente crítica de Jeramie Rinne, él insiste en que esta postura al final inevitablemente reinterpreta la iglesia a través del lente empresarial u organizacional. Es cierto, desde luego, que las iglesias «tienen elementos de negocios. Las iglesias suelen tener funcionarios financieros y presupuestos, empleados y políticas del personal, instalaciones y seguros, diagramas de flujo de trabajo y objetivos, estatutos y comisiones». Todo esto está dentro del rango de una iglesia saludable. Pero «el problema surge cuando estos elementos similares a los de una empresa se vuelven parte de un modelo global de negocios para la congregación que ignora la enseñanza bíblica. Podría tener un aspecto como el siguiente: pastor = presidente/director ejecutivo; personal = vicepresidentes; miembros = accionistas/clientes leales; visitantes = potenciales clientes». También John Piper ha advertido acerca del peligro de esta postura, diciendo: «La profesionalización del ministerio es una constante amenaza para la ofensiva del evangelio. Es una amenaza para la naturaleza profundamente espiritual de nuestra labor. Lo he visto a menudo: el amor al profesionalismo mata la creencia de un hombre de que ha sido enviado por Dios para salvar personas del infierno y convertirlas en adoradores de Cristo y extranjeros espirituales en el mundo». Esta postura enseña a los cristianos a interpretar y evaluar las iglesias como empresas. Les enseña a evaluar a los pastores tal como evalúan a los ejecutivos, de modo que su desempeño se vuelve más importante que su carácter. No logran considerar que, de todos los requisitos para los pastores, solo hay uno relacionado con la habilidad. Todos los demás tienen relación con su carácter piadoso. Por otra parte, el modelo del pastor como sacerdote descuida una doctrina clave recuperada por los reformadores protestantes: el sacerdocio de todos los creyentes. Si bien Lutero y los demás reformadores afirmaron el oficio del anciano o pastor, también enfatizaron que, a través de Cristo, todos somos ministros del evangelio y todos tenemos acceso a Dios. Dios sigue llamando hombres al ministerio, pero también llama a todos los cristianos a ministrarse unos a otros. Esta postura minimiza el énfasis del Nuevo Testamento en el rol del pastor como aquel que capacita a los creyentes para que puedan llevar a cabo la obra del ministerio. Efesios 4:11-12 expresa lo siguiente: «Él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; y a otros, pastores y maestros, a fin de capacitar al pueblo de Dios para la obra de servicio, para edificar el cuerpo de Cristo». La verdad es que todos somos ministros. Algunos son separados para dirigir como pastores, pero todos estamos llamados a ministrar.
Lo que la Biblia dice acerca de los pastores
La Biblia nos asegura que los pastores existen para pastorear al pueblo de Dios en iglesias locales hasta el regreso de Cristo (1 Pedro 5:1-5). El llamado del pastor está inseparablemente ligado a la metáfora bíblica de un pastor que atiende a su rebaño de ovejas. Alexander Strauch dice: «Si queremos entender a los ancianos cristianos y su obra, debemos entender la imagen bíblica del pastoreo de ovejas. Como cuidadores de ovejas, los ancianos del Nuevo Testamento deben proteger, alimentar, guiar, y atender las diversas necesidades prácticas del rebaño». Los pastores atienden al pueblo de Dios protegiéndolo. Una de las responsabilidades primordiales de un pastor es proteger sus ovejas, porque, así como las ovejas necesitan la protección de un pastor, el pueblo de Dios necesita la protección de los pastores. El discurso de despedida de Pablo deja claro que esto incluye la protección de los falsos maestros: «Tengan cuidado de sí mismos y de todo el rebaño sobre el cual el Espíritu Santo los ha puesto como obispos para pastorear la iglesia de Dios, que él adquirió con su propia sangre» (Hechos 20:28). También incluye protección de su propia pecaminosidad, razón por la que un pastor está llamado a un ministerio de exhortación, de llamar a las personas a alejarse de la conducta que deshonra a Dios y a comportarse como a él le agrada (Tito 2:15). Es la razón por la que los pastores finalmente confrontan el pecado continuo y sin arrepentimiento, y aplican la disciplina de la iglesia (Mateo 18:15-20). Los pastores atienden al pueblo de Dios alimentándolo. Un pastor no solo protege sus ovejas del peligro, sino que también cuida de ellas alimentándolas. «El Señor es mi pastor, nada me falta; en verdes pastos me hace descansar. Junto a tranquilas aguas me conduce» (Salmo 23:1-2). El pastor provee el sustento para sus ovejas. Asimismo, los pastores cristianos deben alimentar al pueblo de Dios con el alimento y el agua espiritual que necesitan: la Palabra de Dios. El ministerio del pastor es un ministerio basado en la Palabra, en el cual él usa la Palabra para predicar, enseñar, y aconsejar. «Debe apegarse a la palabra fiel, según la enseñanza que recibió, de modo que también pueda exhortar a otros con la sana doctrina y refutar a los que se opongan» (Tito 1:9). Los pastores atienden al pueblo de Dios guiándolo. Las ovejas son criaturas vagabundas propensas a deambular desde lugares seguros hacia todo tipo de peligros. Necesitan un pastor que las guíe y dirija. De modo muy similar, los cristianos necesitan pastores que provean liderazgo. Esta es, no obstante, una forma específica de liderazgo que los capacita de mejor forma para que cumplan el ministerio al que Dios los ha llamado. Ellos llevan a cabo este liderazgo dando el ejemplo del carácter piadoso, sabiendo que el estándar del pastor para el carácter es en realidad el estándar de cada cristiano: «Cuiden como pastores el rebaño de Dios que está a su cargo… sean ejemplos para el rebaño» (1 Pedro 5:2-3). Los pastores atienden el pueblo de Dios cuidando de él. Las ovejas enfermas o afligidas dependen de que su pastor las atienda. Y cuando el pueblo de Dios está afligido o en incertidumbre, depende de que sus pastores le den consuelo, impartan sabiduría, y ofrezcan oración. «¿Está enfermo alguno de ustedes? Haga llamar a los ancianos de la iglesia para que oren por él y lo unjan con aceite en el nombre del Señor» (Santiago 5:14). El pastor tiene una función especial de atender a las personas a su cargo.
Conclusión
La iglesia de Dios necesita pastores. Necesita pastores que actúen, no primeramente como sacerdotes o directores ejecutivos, sino como cuidadores de ovejas: pastores que protejan al pueblo de Dios; que lo alimenten con comida espiritual; lo guíen ejemplificando el carácter piadoso; y lo atiendan en las tentaciones, pruebas y triunfos de la vida. En definitiva, los pastores existen para «pastorear la iglesia de Dios, que él adquirió con su propia sangre» (Hechos 20:28).