La bendición aarónica
La bendición más famosa de la Biblia es, sin duda, la bendición aarónica de Números 6:24-26.
El SEÑOR te bendiga y te guarde; El SEÑOR haga resplandecer Su rostro sobre ti, Y tenga de ti misericordia; El SEÑOR alce sobre ti Su rostro, Y te dé paz.
Dado que es la bendición más utilizada en la adoración protestante, es muy posible que este texto de la Escritura sea el que hayas escuchado más a menudo en la iglesia. He aquí diez cosas que debes saber sobre esta famosísima bendición.
El rostro de Dios es un importante tema bíblico
La historia de la Biblia podría resumirse como una historia de rostros: Dios haciéndonos a Su imagen con rostros, nosotros ocultando nuestros rostros por vergüenza, luchando con Dios para ver Su rostro, viendo la gloria de Dios en el rostro de Cristo, y viviendo en la esperanza de la gloria hasta que veamos a Dios cara a cara. Así como Lutero pensaba que los Salmos eran “una pequeña Biblia”, es posible pensar en la bendición aarónica como “un pequeño evangelio”.
Es una palabra de gracia
En su contexto inmediato sigue a la redención y la consagración (Nm 5:1 – 6:21), lo que significa que es una palabra de la gracia de Dios en respuesta a un pueblo bajo la gracia comprometido a ser una nación santa. Dios salvó a Israel de la esclavitud antes de darle la Ley, y el pueblo se consagró en respuesta. La bendición aarónica no se ganaba, pero con ella venía la gran responsabilidad de llevar el nombre de Dios (Nm 6:27). Por tanto, es una bendición, una “buena palabra” de Dios que a la vez afirma nuestra posición y nos exhorta a ser santos como Dios es santo.
No es una oración
Una oración es una palabra del pueblo dirigida a Dios, pero la bendición aarónica es una palabra de Dios a nosotros a través de Su mensajero designado. Puesto que es la promesa de Dios que ilumina Su rostro sobre nosotros, es apropiado levantar la vista para recibir la bendición cuando el ministro de Dios la pronuncia. Por eso el ministro de Dios debe memorizar varias bendiciones para poder levantar ambas manos y mirar al pueblo de Dios a la cara cuando pronuncie la bendición.
No es una doxología
Mientras que una doxología como Judas 24-25 es una palabra de bendición dicha por nosotros a Dios, una bendición es una palabra de bendición dicha por Dios sobre nosotros. Debemos bendecir al Señor en todo momento (Sal 34:1) y es bueno darle gracias (Sal 92:1), pero no debemos renunciar a la bendición de Dios cuando nos reunimos para la adoración confundiéndola con una doxología.
¡Es una bendición del evangelio!
Su bendición es nuestra en mayor medida bajo Cristo, porque mientras que bajo el antiguo pacto nadie podía ver el rostro de Dios y vivir (Ex 33:19), bajo el nuevo pacto contemplamos la gloria de Dios en el rostro de Cristo (2Co 4:6). Por lo tanto, cuando hoy se pronuncia sobre nosotros la bendición aarónica, ¡es una palabra de bendición del evangelio!
No siempre ha sido tan famosa
Hasta la Reforma, la misa concluía con una bendición basada en 2 Corintios 13:14. La hermenéutica trinitaria de Lutero, es decir, su lectura cristológica de Números 6:24-26 y Salmo 67:6-7, y su creencia en que Jesús pronunció la bendición aarónica en Su ascensión, le llevaron a incorporarla a sus reformas litúrgicas. La práctica se extendió a los demás reformadores continentales, aunque la liturgia anglicana mantuvo la bendición romana.
Debe hacernos resplandecer ante los demás
Ser a “imagen y semejanza” de Dios incluye tanto nuestros cuerpos como nuestras almas. Dios nos creó primero con rostros antes de hacer brillar Su rostro sobre el nuestro. Como Santiago reprendió a sus lectores, la forma en que tratamos la imagen de Dios en los demás es un reflejo de cómo nos relacionamos con Dios (Stg 3:9). Conocer el semblante favorable de Dios sobre nosotros no solo debería revolucionar nuestra comprensión de dónde estamos con Dios, sino que también debería revolucionar nuestra visión de nuestro prójimo, puesto que nuestro prójimo comparte la misma imagen de Dios. Nuestros actos de misericordia hacia los demás (nuestros rostros resplandecientes sobre el prójimo) son el medio por el que amamos a Dios. Cuando aquellos a quienes Cristo rechaza en el juicio final preguntan: “¿Cuándo te vimos?”. Jesús respondió: “En cuanto ustedes no lo hicieron a uno de los más pequeños de estos, tampoco a Mí lo hicieron” (Mt 25:45).
Es un anticipo de nuestro mayor bien
El summum bonum, es decir, el bien supremo de cualquier ser humano, es la visión beatífica: ver a Dios. Para el salmista, el rostro oculto de Dios traía la desesperación (Sal 13:1; 44:24; 69:17; 88:14). Hay una cosa que él buscaría: contemplar la belleza del Señor (Sal 27:4). Ver el rostro de Dios es la amable invitación de Dios (Sal 27:8) y, por lo tanto, debería ser nuestra búsqueda apasionada (Sal 27:4). Bajo el nuevo pacto, Jesús nos dijo que quien le ha visto a Él ha visto al Padre, pero también, Pablo declaró que la gloria de Dios se ha manifestado en el rostro de Cristo (2Co 4:6). Esto significa que a través de la Palabra de Dios y la obra iluminadora del Espíritu, por la fe vemos en parte esa “fuente encantadora de puro deleite”. Lo que Moisés anhelaba ver pero no pudo (Ex 33:20) ya se ha revelado en la gloria de Dios hecha carne (Jn 1:14). Lo que la bendición de Aarón declaró prospectivamente se nos está concediendo ahora progresivamente a medida que vamos siendo transformados de un grado de gloria a otro al contemplar con fe a Cristo (2Co 3:18).
Nos envía a una misión
Es un gran recordatorio cuando se pronuncia al final de la adoración que hemos de vivir cada momento de la vida Coram Deo, ante el rostro de Dios. Cuando vamos por el mundo, no abandonamos la presencia de Dios, pues con Su bendición ha puesto Su nombre sobre nosotros (Nm 6:27).
La bendición aarónica, la más famosa de la Biblia, explica por qué los rostros son tan importantes para nosotros. Es porque son importantes para Dios. Dios nos hizo con rostros para que el suyo pudiera brillar en el nuestro.
Publicado originalmente en Crossway.