[dropcap]E[/dropcap]n los últimos años, ha habido una creciente discusión acerca del consentimiento sexual que apunta especialmente a adolescentes y jóvenes adultos. Ahora es menos probable que la orientación para los novatos en la universidad local sea acerca de los asuntos del campus y el currículum y más probable que enseñe los asuntos del sexo y el consentimiento. A los estudiantes se les enseña que se debe dar el consentimiento antes del comienzo de cualquier encuentro sexual y nuevamente de forma explícita ante cada progreso de ese encuentro. Cualquier abstención, negación o incapacidad de dar el consentimiento son indicios claros de que todo acto sexual debe terminar de inmediato.
Por supuesto, es bueno y sensato enseñar la importancia del consentimiento sexual y el terrible daño que se ocasiona al ignorarlo o transgredirlo. Por favor, escúchenme: la actividad sexual de cualquier tipo no consentida es inmoral, aberrante e inexcusable. A los padres nos corresponde enseñar su importancia a nuestros hijos. Pero, como veremos, el problema con tanta charla hoy en día sobre consentimiento es que deliberadamente evita fundamentarlo en el único contexto apropiado para la actividad sexual. Si como padres cristianos cimentamos a nuestros hijos en ese contexto, habremos avanzado un buen trecho en la tarea de instruirlos en el tema del consentimiento en un mundo confundido y confuso.
Primero, consideremos el consentimiento como Dios pretendía que fuera, cuando lo creó para que existiera en su mundo perfecto. El sexo —con su desnudez, su vulnerabilidad, y su intimidad— es muy potente. Es riesgoso, incluso, y es por eso que Dios lo colocó en un contexto específico. Según Dios, el creador de la sexualidad, el matrimonio es el único contexto apropiado para la actividad sexual de cualquier tipo. Dentro del matrimonio, el sexo brota del compromiso formalizado en los votos nupciales y siempre apunta a él. Por este motivo, Tim y Kathy Keller describen el sexo como una «ceremonia de renovación del pacto», y dicen: «El sexo quizá sea la forma más potente creada por Dios para ayudarnos a donar el ser entero a otro ser humano. El sexo es la forma que Dios ha designado para que dos personas se digan mutuamente: “Te pertenezco total, permanente y exclusivamente”. No se debe usar el sexo para decir menos. Así que, según la Biblia, es necesario un pacto para el sexo. Este crea un lugar de seguridad para la vulnerabilidad y la intimidad». En consecuencia, el matrimonio es el contexto ordenado por Dios donde el esposo y la esposa consienten voluntariamente darse el uno al otro como expresión de su amor y compromiso mutuos.
Dentro de este contexto de consentimiento general dado por Dios para el pacto matrimonial, también debe haber consentimiento expreso. En una relación que funciona como Dios decretó, un esposo que actúa con amor nunca exigiría ni tomaría lo que su esposa no está dispuesta a asentir (y viceversa, desde luego). Él ama a su esposa, está presto a protegerla, está presto a hacer lo que sea bueno para ella, y está dispuesto a someter sus deseos a los de ella. Además, está comprometido con la alegría permanente de ambos y, por lo tanto, no está dispuesto a obtener por la fuerza alguna satisfacción de corto plazo que pondría en peligro la armonía de largo plazo. Su preocupación más bien es que cualquier actividad sexual que compartan sea mutua: deseada por ambos, con la aprobación de ambos, y para el bien de ambos. No es el temor a la ley y a las consecuencias lo que lo contiene, sino la presencia del amor y el compromiso. Es su amor por su esposa y su deseo del bienestar de su relación lo que impide que él la viole.
Desde luego, este mundo no es perfecto y el sexo, como todo lo demás, ha quedado en una condición fundamentalmente desordenada. Así que volvamos nuestra atención desde el consentimiento sexual como debe ser hacia el consentimiento sexual como realmente es hoy en la universidad y a través de Tinder; el consentimiento tal como se enseña en esta época confundida de la historia.
La revolución sexual ha proclamado hace mucho tiempo que para ser plenamente humanos podemos (¡y deberíamos!) disfrutar del sexo fuera de las limitaciones del matrimonio. Ha separado deliberadamente el sexo de cualquier noción de amor y compromiso. Los jóvenes adultos, siempre al frente de la revolución, responden a lo anterior adoptando la cultura del encuentro casual y la licencia sexual que este otorga. El sexo sin amor ni compromiso que en otro tiempo se asociaba al ultraje o la prostitución, hoy se asocia con el mero encuentro, la diversión, o tener una cita. Cuando Dios pretende que el sexo comunique: «Te pertenezco total, permanente y exclusivamente», hoy no comunica más que «pasémoslo bien», o «eres lo mejor para el momento». No tiene un gran significado y no exige un contexto especial.
En un tiempo como este, el consentimiento se vuelve difícil. ¿Por qué? Porque el sexo ha sido arrancado de su pacto ordenado por Dios. La vulnerabilidad y la intimidad que se pretende que se desarrollen dentro de los votos protectores de amor y compromiso ahora intentan existir en ausencia de estos. Pero sin amor hay escaso cuidado o preocupación por la otra persona, así que pronto se cruzan los límites. ¿Por qué negarse un deseo egoísta por causa de alguien que uno no ama y tal vez ni siquiera conozca? Sin compromiso no se piensa mucho en un futuro armonioso, así que pronto se rompen las reglas. ¿Por qué contenerse si de todas formas no se pretende permanecer juntos? El sexo sin matrimonio es inherentemente riesgoso porque ha sido despojado del único contexto que protege el corazón y el cuerpo de quienes participan en él.
Y aquí es donde nos hallamos hoy. Puesto que la unión sexual ya no está gobernada por el amor, debe estar controlada por la ley. Así que se instruye a los estudiantes sobre cómo compartir con extraños lo que se supone que se debe compartir solo con un cónyuge, cómo reclamar uno de los beneficios del amor y el compromiso en relaciones sin amor y meramente temporales. En consecuencia, no sorprende mucho que el sexo esté mezclado con la explotación, porque el fundamento mismo del sexo ha sido destruido deliberadamente.
Como padres, es correcto y bueno enseñar a nuestros hijos la importancia del consentimiento sexual. Pero al enseñárselo, no debemos fallar en situar el tema del consentimiento en el único contexto donde realmente funciona, donde realmente tiene sentido: el contexto del matrimonio. Solo ahí, dentro del pacto del matrimonio, el sexo puede ser verdaderamente seguro. Solo ahí, dentro del pacto del matrimonio, el sexo puede prosperar.
(Reconozco, desde luego, que algunas esposas han sido obligadas por sus esposos a realizar actos sexuales no consensuados. Esto representa una terrible e inexcusable violación de la confianza y es una burla de la seguridad e intimidad que Dios pretende para el matrimonio. Lamentablemente, incluso algo tan bueno como el sexo dentro del matrimonio a veces puede ser mal utilizado por personas pecadoras en un mundo pecador).
Este artículo fue publicado originalmente en inglés en Challies.com.