Como un castillo en ruinas

¿qué hay de la ley que estaba escrita en nuestros corazones? ¿Fue borrada? ¿Fue destruida?

Ninguna visita a Edimburgo está completa si no caminas hasta la cima de la Royal Mile (Milla Real) para dar una vuelta por el Castillo de Edimburgo. El castillo se ha conservado extraordinariamente bien y es tan espléndido ahora como lo fue en su apogeo. Puedes pararte en las almenas en lo alto de la ciudad y ver todos los lugares emblemáticos: el Firth of Forth, Arthur’s Seat, el Monumento a Scott. Puedes visitar el hermoso Gran Salón donde la familia real de Escocia organizaba lujosos banquetes. Puedes entrar en el Palacio Real y ver las joyas de la corona de la nación. Es un lugar hermoso, rico en historia y maravillosamente conservado. A pocos kilómetros de distancia, hacia las afueras de la ciudad, se encuentra otro castillo histórico, pero que está pasando por un mal momento. Mientras que el Castillo de Edimburgo conserva la mayor parte de su esplendor, no así el Castillo de Craigmillar. Puede que no sea una ruina, pero no está lejos de serlo. Aunque algunas partes de los muros aún se mantienen en pie, otras ya se han derrumbado hace mucho tiempo. Aunque puedes subir escaleras para llegar a algunas de las almenas, otras se mueven y corren el peligro de derrumbarse. Aunque puedes ver la estructura de las diferentes habitaciones y edificios, todos están en un lamentable estado de deterioro. Es un mero caparazón, una mera sombra, de lo que era antes. En estos dos castillos veo una ilustración de la humanidad. Fuimos creados por Dios para ser perfectos, libres del pecado y de sus terribles efectos. La ley de Dios fue escrita en nuestros corazones para que supiéramos lo que Él requería y por qué lo requería. La bendición de Dios estaba sobre nosotros para que pudiéramos hacer todo lo que Él requería en obediencia gozosa a Él. Éramos como el Castillo de Edimburgo: enteros, completos, espléndidos y mantenidos. Sin embargo, por nuestra propia obstinación caímos en el pecado y, por lo tanto, en un estado de decadencia. Nos rebelamos contra Dios y trajimos sobre nosotros las temibles consecuencias: sufrimiento y dolor, guerra y llanto, muerte y destrucción eterna. Nos quedamos un poco como el castillo de Craigmillar, con un caparazón de nuestro antiguo yo: rotos, incompletos, dañados, destruidos. Pero ¿qué hay de la ley que estaba escrita en nuestros corazones? ¿Fue borrada? ¿Fue destruida? No, por la gracia de Dios. Sin duda ha sido distorsionada. Ya no es clara ni prístina. Pero todavía está allí, incluso en los seres humanos más rebeldes, de modo que, como el castillo de Craigmillar, todavía podemos rastrear su forma, unir las piezas e incluso vislumbrar a distancia la belleza y la gloria de su diseño original: la belleza y la gloria para la cual fuimos diseñados. Porque como dice Sinclair Ferguson: «Pablo… dice que incluso en las sociedades donde la Ley de Moisés no ha sido conocida, hasta cierto punto las personas aún pueden hacer a veces “por naturaleza” —podríamos decir “de manera instintiva”— las cosas que ordena la ley de Dios. Mostrando así que los requisitos de la ley están escritos en sus corazones. El corazón humano conserva una copia distorsionada, una imagen manchada de la voluntad original de Dios. Todos nosotros conservamos cierto sentido de que fuimos creados a la semejanza de Dios, hechos para vivir para Su gloria y programados para obedecerle, aunque ahora distorsiones y fallos importantes han afectado nuestros instintos. Si esa conexión fuera completamente destruida, dejaríamos de ser claramente humanos. Pero, de hecho, quedan en nosotros reliquias de ella, fragmentos de nuestro destino perdido. Como un castillo en ruinas, todavía es posible discernir la gloria para la que fuimos creados». ¡Y por eso debemos alabar a Dios! Este artículo se publicó originalmente en Challies.

Tim Challies

Tim Challies es uno de los blogueros cristianos más leídos en los Estados Unidos y cuyo BLOG ( challies.com ) ha publicado contenido de sana doctrina por más de 7000 días consecutivos. Tim es esposo de Aileen, padre de dos niñas adolescentes y un hijo que espera en el cielo. Adora y sirve como pastor en la Iglesia Grace Fellowship en Toronto, Ontario, donde principalmente trabaja con mentoría y discipulado.

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