No hace mucho leí que el misterioso artista Banksy había creado varios murales nuevos en Ucrania. Se desplazaba a lugares que habían sufrido la furia de la guerra, encontraba edificios rotos y dañados y los utilizaba como lienzo. En una de ellas, una gimnasta practica el pino sobre paredes destrozadas, y en otra, una mujer en bata de baño, con rulos en el pelo y una máscara de gas en la cara, sostiene un extintor junto a una ventana reventada. No soy lo suficientemente inteligente como para saber lo que significan, pero entiendo que el artista quiere hacer una declaración sobre la guerra y sus numerosas víctimas.
También entiendo esto: al crear estos murales, Banksy había hecho algo valioso de lo que de otro modo carecería de valor. Lo que no era más que hormigón destrozado se ha convertido en una obra de arte intrigante y deseable. Aunque su lienzo era uno al que nadie veía valor alguno, y aunque había sido asaltado y destruido, ahora es valorado y atesorado.
Y no es que cualquiera pudiera hacerlo. Si me lo hubieran encargado a mí, estoy seguro de que lo habría hecho aún más desordenado. Dejaría los escombros aún menos valiosos y menos bellos que antes, porque no tengo talento artístico ni capacidad para sacar belleza de las cenizas. Se necesita de un artista hábil para trabajar con escombros.
Hay algo notable en esto, ¿no? En las manos de un artista hábil, algo roto puede volverse bello, algo sin valor puede llegar a valer una fortuna. Y hay algo extraordinario en considerar que esto es lo que Dios hace con nosotros. Somos un lienzo manchado y rasgado, un bloque de mármol roto y maltrecho, un montón de escombros destrozados. Sin embargo, somos el medio que Dios elige para mostrar su gloria.
Dios toma lo que ha sido destruido a propósito, lo que se ha arruinado voluntariamente, lo que ha saltado por los aires por nuestros propios actos de sabotaje, y lo trabaja hasta convertirlo en una obra de arte hermosa y preciosa. Toma lo que carecía de valor y le da un gran valor. Toma lo que estaba destrozado y lo restaura maravillosamente. Toma lo que antes era prueba de nuestra rebelión y lo transforma en prueba de nuestra alegre sumisión.
El Artista divino está haciendo nuevas todas las cosas y sacando belleza de las cenizas de nuestras vidas destrozadas y arruinadas. Somos el lienzo sobre el que Él despliega Su amor, Su poder, Su capacidad de redimir y restaurar incluso lo que parecía estar más allá de toda esperanza.
Este artículo se publicó originalmente en Challies.