Me encantan los estudios bíblicos. Me encantan los sermones. Ambos tienen su lugar y ambos pueden ser de enorme beneficio en la vida de la iglesia y la dieta espiritual del creyente. Pero he observado que algunos sermones en realidad son estudios bíblicos, y algunos estudios bíblicos en realidad son sermones. Si bien concedo que entre ambos puede haber una delgada línea, me parece útil obligarme a distinguir entre ellos, especialmente cuando se me pide que realice lo uno o lo otro. En general, un estudio bíblico es enseñanza, mientras que el sermón es predicación; un estudio bíblico se dirige a la cabeza, mientras que un sermón se dirige al corazón; un estudio bíblico busca aumentar el conocimiento, mientras que un sermón busca aumentar la santidad; un estudio bíblico consiste en ayudar a las personas a saber lo que dice un pasaje, mientras que la predicación consiste en apelar a las personas a que vivan lo que dice un pasaje. Por mi parte, me encanta estudiar la Biblia para saber lo que dice y lo que significa. No me resulta natural hablar de manera audaz y declarativa, ni me resulta fácil la aplicación. Por estos y otros motivos, siento que necesito tener cuidado de no predicar inadvertidamente un estudio bíblico. Si no tengo cuidado, puedo absorberme tanto en la alegría de explorar un pasaje, descubrir su estructura, y estudiar cada uno de sus matices, que pasaré totalmente por alto el corazón. Estoy propenso a pasar por alto el elemento «¿entonces qué?» que define el sermón. Pablo (no el apóstol, sino mi amigo y compañero anciano) ha enseñado y ejemplificado algo que me ha enseñado mucho: al estructurar un sermón, haz de cada punto un imperativo. O, si eso no es adecuado, intenta introducir la palabra «tú» en el bosquejo. Esto lleva naturalmente el punto de la cabeza al corazón, de la información a la aplicación. Uno de los mayores beneficios de esto es que le permite al predicador poner el fundamento del contenido del pasaje y luego apoyar sobre él la urgencia de una de las muchas implicaciones del pasaje. A fin de cuentas, un pasaje tiene un significado correcto pero una interminable variedad de aplicaciones. Quiero dar un ejemplo de cómo hizo lo anterior en un sermón reciente. Pero primero algo de contexto. Estamos en una serie de sermones a través del libro de Éxodo y hemos llegado al momento en que Dios libera a su pueblo. Dado que estos sucesos se desarrollan en varios capítulos —algo difícil de predicar en un sermón de 45 minutos—, conformarán el contenido de varios sermones. En este sermón, Pablo abarcó la muerte de los primogénitos de Egipto y la súplica de los egipcios para que Israel partiera. Como estudio bíblico, esto se podría estructurar así:
- Dios advierte a Egipto
- Dios protege a su pueblo
- Dios castiga a Egipto
- Dios libera a su pueblo
- Dios preserva a su pueblo
Pero veamos ahora cómo estructuró Pablo el mismo texto a modo de sermón:
- Ve con Dios, o el juicio espera (11:4-6)
- Ve con Dios y permanece a salvo (11:7-10)
- Ve con Dios o llega el juicio (12:29-30)
- Ve con Dios y sal de tu esclavitud
- ¡Ve con Dios y vive una nueva vida!
¿Ves la diferencia? Este bosquejo lo obligó a predicar un sermón en lugar de hacer un estudio bíblico. Lo encaminó más allá de meramente explicar el texto a aplicar el texto. No estaba transmitiendo información sino explicando el texto y mostrando que este exige una respuesta. Estaba entregando el verdadero sentido y significado a la vez que también llamaba a una cuidadosa aplicación. Y gran parte de ese trabajo se logró al crear un buen bosquejo y luego atenerse a él. Así que este es el consejo: elabora un bosquejo que siga el texto, y vuelve el bosquejo hacia la congregación. Eso te ayudará a ti en tanto que tú intentas ayudarlos a ellos.