“La historia de las misiones, es la historia de las oraciones respondidas”. Esta afirmación de Samuel Zwemer, pionero misionero a los musulmanes, es una verdad demostrada a lo largo de la historia de la iglesia: el avance del evangelio y la oración están intrínsecamente ligados.
A mediados del siglo diecinueve, Hudson Taylor sintió una carga profunda por llevar el evangelio al interior de China, en ese entonces, prácticamente desconocido para el cristianismo. Esta carga se tradujo en una oración específica: el 25 de junio de 1865, Taylor rogó por 24 misioneros, y el Señor respondió esa oración con mucho más de lo que él jamás imaginó.
Meses después, fundó la Misión al Interior de China con algunos misioneros. En un año, ya tenía 24 obreros en el campo, y para finales de siglo, la misión contaba con 1000 misioneros. Para 1939, unos 200.000 chinos habían sido bautizados. Luego, cuando Mao Zedong expulsó a las misiones extranjeras, los cristianos locales oraron por confianza para predicar. Como resultado, en tres décadas, el número de cristianos creció un asombroso 1300 por ciento, alcanzando los 10 millones. Incluso hoy, bajo represión, se estima que hay más de 70 millones de cristianos en China, nación que se ha convertido en una notable potencia enviadora de misioneros.

Estos ejemplos demuestran que vale la pena orar por confianza para predicar el evangelio. Pero, más allá de lo que encontramos en la historia de la iglesia, la misma Escritura nos habla de la importancia de clamar a Dios por el avance de Su reino.
El ejemplo de la Iglesia primitiva
Hechos 4:23-31 nos deja ver cómo la Iglesia primitiva oraba por confianza para predicar y el Señor respondía. En los versículos anteriores, vemos a Pedro y a Juan sanando a un cojo en el nombre de Jesús y predicando que, en ese nombre, hay salvación de pecados. Esto resulta en el arrepentimiento de miles de personas y, a la vez, en la persecución. Los líderes judíos amenazan a los apóstoles, diciéndoles que no debían predicar más.
Entonces, tras ser amenazados, Pedro y Juan regresaron con los suyos (Hch 4:23) y les contaron todo lo que sucedió (el milagro, la salvación de miles y la persecución). La reacción de la comunidad fue una oración unánime por confianza para predicar el evangelio: “Ahora, Señor, considera sus amenazas, y permite que Tus siervos hablen Tu palabra con toda confianza” (Hch 4:29). El resultado fue inmediato: “El lugar donde estaban reunidos tembló, y todos fueron llenos del Espíritu Santo y hablaban la palabra de Dios con valor” (Hch 4:31).
Es claro que Lucas, el autor del libro, quiso destacar que el evangelio avanza cuando los creyentes piden por confianza para predicarlo. Profundicemos en cuatro verdades de este pasaje que nos motivan a orar más al Señor por confianza.

1. El Padre y el Hijo tienen dominio soberano
La oración de los discípulos brota de una convicción: el Padre tiene dominio soberano. Ellos oran diciendo: “Oh, Señor, Tú eres el que hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay” (Hch 4:24), reconociendo a Dios como Creador y dueño absoluto de todo. Su meditación luego se dirige al Salmo 2, un salmo mesiánico que revela que Dios Padre ha concedido toda Su autoridad a Su Hijo, el Mesías Rey. En su oración citan los versículos que describen la rebelión de los gobiernos humanos contra su Creador y Su Ungido (Hch 4:25-26), reflexionando en que Poncio Pilato, Herodes, los judíos y los gentiles se rebelaron contra Jesús.
Sin embargo, ¿cuál es el objetivo de citar este Salmo en su oración? Los discípulos están convencidos de que esta contienda es desigual. El poder del Hijo es tan superior que, no solo es más fuerte que Sus enemigos, sino que además es dueño de ellos y los usa para Sus propósitos: “…se unieron… contra Tu santo Siervo Jesús, a quien Tú ungiste, para hacer cuanto Tu mano y Tu propósito habían predestinado que sucediera” (Hch 4:27-28).

Esto hace eco de las palabras del Salmo 2, en donde se ve la inmensa diferencia de poder entre el Ungido y las naciones enemigas:
El que se sienta como Rey en los cielos se ríe,
El Señor se burla de ellos…
Tú los quebrantarás con vara de hierro;
Los desmenuzarás como vaso de alfarero (Salmo 2:4, 9).
Si estuviéramos plenamente convencidos de esta soberanía y superioridad de nuestro Dios, ¿qué temor podría paralizarnos en la predicación del evangelio? La falta de avance suele radicar en una falta de convicción. Por esto, los discípulos oraron: “Ahora, Señor, considera sus amenazas, y permite que Tus siervos hablen Tu palabra con toda confianza” (Hch 4:29). Necesitamos implorar por esta confianza; necesitamos orar para que el Señor quite nuestros miedos y nos permita creer en lo que los discípulos creyeron de corazón.

2. La prioridad de la iglesia es el avance del evangelio
Nuestra cultura a menudo entroniza el bienestar personal. En 2023, las ventas de cochecitos para mascotas superaron a la venta de cochecitos para bebés en Corea del Sur. Cuando les preguntaron a los jóvenes coreanos por qué preferían tener animales a niños, muchos enfatizaron el miedo que sentían de abandonar su comodidad y afrontar los desafíos de tiempo y dinero. Esta mentalidad ha plagado nuestro mundo: nuestra prioridad es estar bien, contar con bienestar económico, de salud y de tiempo.
Y aunque estas cosas son buenas (nuestro Señor nos enseñó a clamar por el pan diario), el problema es que las hayamos convertido en un dios. En este contexto, la oración de los discípulos en Hechos 4 critica esta idolatría del bienestar. Su prioridad era predicar el evangelio a cualquier costo, no la seguridad personal. Los discípulos no pidieron a Pedro y Juan que dejaran de predicar. En Hechos 5, los apóstoles son nuevamente encarcelados por predicar. Más adelante, Esteban muere y Pablo es golpeado, pero si el evangelio avanza, vale la pena. La petición en Hechos 4:29 no es “guárdanos del peligro”, sino “permite que Tus siervos hablen con toda confianza”. Nuestra prioridad debe ser el avance del evangelio.

3. El Espíritu nos capacita para predicar
Además de confianza, los discípulos claman para que “se hagan curaciones, señales y prodigios mediante el nombre de Tu santo Siervo Jesús” (Hch 4:30). La respuesta divina a la oración fue: “El lugar donde estaban reunidos tembló, y todos fueron llenos del Espíritu Santo y hablaban la palabra de Dios con valor” (Hch 4:31). Esto nos lleva a preguntarnos: ¿debemos clamar por milagros y para que el lugar tiemble?
Comprender esto es crucial. En Hechos, la llenura del Espíritu y los milagros tenían el propósito de autenticar el mensaje de Jesús y llevar a la salvación. Las lenguas en Pentecostés permitieron que diversas naciones escucharan el evangelio en sus idiomas. La sanidad del cojo en Hechos 3 demostró que en el nombre de Jesús hay salvación, llevando a Pedro a predicar el evangelio. En Hechos 4:31, lo crucial no fue el temblor del lugar, sino que “hablaban la Palabra de Dios con valor”. Hoy ya no necesitamos los milagros de la misma forma, pues tenemos toda la revelación de Dios para nosotros en la Escritura, lo cual no tenían los discípulos entonces.

Ahora, ¿qué es eso de la “llenura del Espíritu”? No es otra cosa que la capacidad sobrenatural divina, dada por el Espíritu que ya habita en nosotros, para proclamar el evangelio con confianza. Unos versículos antes leemos que Pedro estaba lleno del Espíritu, por lo cual habló con valentía (Hch 4:8). Así, este pasaje no nos invita a buscar experiencias sobrenaturales personales o manifestaciones emocionales intensas como fin en sí mismas, interpretaciones que pueden surgir de una lectura selectiva de Hechos. En cambio, nos llama a confiar en que el Espíritu nos da lo necesario para proclamar el evangelio.
Vale la pena destacar que esta llenura opera de dos maneras. Primero, nos da confianza especial en momentos difíciles, así como vemos que lo hizo con Pedro al hablar frente a quienes lo persiguieron. Segundo, produce una transformación progresiva, como también lo vemos en Pedro, quien negó a Jesús tres veces y, con el tiempo, tuvo el valor de predicar a multitudes a pesar de la persecución. Entonces, siendo que el Espíritu puede fortalecernos en momentos difíciles y transformarnos gradualmente, oremos para ser llenos de Él.
4. La oración es respondida abundantemente
Hechos 4:31 muestra una respuesta inmediata y poderosa. Por supuesto, la Biblia nos enseña que la respuesta del Señor no siempre es instantánea; Él siempre responde en Su tiempo y de manera perfecta. Pero podemos tener la seguridad de que nuestro clamor es escuchado. Jesús mismo dijo que si pedimos por pan, no recibiremos una piedra.
Pero, aún más, la Palabra nos enseña que la respuesta puede llegar a superar nuestras expectativas. Hechos comienza con la promesa de Jesús: “Me serán testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hch 1:8). La respuesta a esta oración en Hechos 4 fue la expansión del evangelio más allá de Jerusalén: a través de Esteban y Felipe llegó a Samaria, y a través de Pablo llegó hasta el fin del mundo.
Justamente, Pablo nos dice que el Señor es “poderoso para hacer todo mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos” (Ef 3:20). Entonces, ¿qué sucedería si clamáramos por confianza para evangelizar a nuestro círculo y comunidad? ¿Qué pasaría si rogáramos por un crecimiento tal que nos impulse a plantar iglesias en más lugares, llenando nuestras ciudades con el evangelio? ¿Qué pasaría si clamamos por misioneros para llenar el mundo entero con la salvación? Si la oración de Hudson Taylor por 24 misioneros impactó a todo China, ¿qué pasaría si toda una iglesia clama por obreros y confianza?