Una frase que me repitieron mil veces en mi adolescencia: “Dios quiere que llegues virgen al matrimonio”. Era la consigna del joven soltero cristiano. La meta para estar satisfecho era llegar virgen al altar… pero, ¿eso es correcto? El problema en la mayoría de las conferencias que escuché sobre la pureza sexual, es que la virginidad se reducía al mero acto sexual físico. Se redujo al asunto externo y no al interno. En cierto sentido, el énfasis de la santidad en las iglesias ha recaído durante años sólo sobre el cuerpo. Por esa forma de pensar, muchos jóvenes cristianos creen que es natural permitirse cierto nivel de impureza sexual, emocional e íntima, siempre que “te mantengas virgen porque hay que guardar el cuerpo para el matrimonio”. Amado joven, quiero decirte que la pureza va más allá del aspecto físico. Impureza interna es tan grave y pecaminosa como la del cuerpo, aunque tienen consecuencias diferentes. Por supuesto, no es malo que cuides tu cuerpo y lo guardes para quien Dios proveerá como tu esposa(o). Lo que pretendo es llevarte a una reflexión más profunda respecto al tema.
Dios quiere que llegues puro
Si crees que Dios desea que llegues “virgen al altar”, quiero amplificar este concepto con algo que escuché de otro pastor: “El deseo de Dios no es que llegues virgen al matrimonio, el deseo de Dios es que llegues puro” (Ver 2 Cor. 7:1, Hebreos 12:14, 1 Pedro 1:16, 2 Pedro 3:11, 2 Timoteo 2:21). Esta frase fue un telescopio que amplificó mi visión del tema. Reconocí que el deseo de Dios es mi pureza completa, una que va mucho más allá de lo corporal. Es la pureza del alma, del corazón y de los pensamientos, que desemboca en la pureza corporal. El deseo del apóstol Pablo para su amado Timoteo no era solo una meta física. Más bien, le exhorta a mantenerse en pureza de carácter. Eso integra el espíritu, la palabra, la conducta y todo el ser.
Palabras de exhortación y aliento
Aunque llegué virgen al matrimonio, me hubiera gustado llegar mucho más limpio en todos los sentidos de mi vida espiritual y personal. Me hubiera gustado haber comprendido lo que te cuento ahora. Te escribo de pastor a amigo, porque también soy pecador y mi propia oración hoy delante de Dios es ésta: “Hazme íntegro y sincero, hazme puro y verdadero, no te pido nada más”[1]. Que éste también sea tu clamor diario. Cambia tus oraciones ante Dios. En vez de decirle: Ayúdame a llegar virgen al matrimonio, mejor pídele que te ayude a llegar puro. También te animo a analizar tu entendimiento de lo que significa pureza, no sea que se convierta en un simple logro moral que nunca toca el corazón ni conmueve el alma. Además, establece convicciones bíblicas en cuanto a qué ver o hacer, y busca apoyo de personas maduras en la fe. Sobre todo, reconoce que el remedio para el joven impuro es la confesión y arrepentimiento delante de Dios, una mirada a la cruz y una obra sobrenatural del Espíritu Santo para transformar el corazón, la mente y los valores. La carne no puede reformar a la carne ni las pasiones. Sólo Dios puede transformar al creyente. Por eso, si hay algo que confesar, hazlo hoy y busca ayuda de hombres piadosos que te guíen hacia una santidad integral en toda área de tu vida. Hazlo enfocándote en Cristo, y no en tu capacidad de ser santo o en la “determinación” que tienes. Sólo enfócate en Cristo. La santidad que anhelamos fluye desde nuestra unión con Él y Su vida en nosotros. [1] Marcos Vidal, canto: Nada Más / Álbum: Sigo Esperándote.