Orar puede ser difícil. Como un teólogo del pasado dijo, “Hay veces que prefiero morir antes que orar”. Cuando se trata de la comunión con Dios a través de la oración, a menudo necesitamos toda la ayuda que podamos recibir. Una manera en la que podemos encontrar mayor éxito en nuestra vida de oración es considerar las oraciones de Jesús. En lugar de sentirnos culpables por que no oramos lo suficiente (lo cual puede ser verdad), deberíamos fijar nuestros ojos en Jesús y ver si su ejemplo nos puede ayudar a entender y disfrutar de la oración. Las oraciones de Jesús nos ofrecen una ventana hacia la relación más preciosa que puede existir entre un hombre en la tierra y Dios en el cielo. En las oraciones de Jesús hay muchas características importantes y destacables que valen la pena ser analizadas, pero les quiero ofrecer cinco características que pueden ayudarnos a pensar de manera diferente acerca de las oraciones ofrecidas por el Señor de gloria. 1. Orar diciendo «Padre» fue revolucionario En los días de Jesús, y de hecho antes de eso, los judíos normalmente se referían a Dios en sus oraciones como «Yahweh», «mi Señor», «mi Dios», o «Dios de mi padre». Cuando Jesús le habla a Dios en oración como su Padre (Mateo 11:25) estamos viendo un apelativo que prácticamente nunca había sido pronunciado en una oración. Ya sea en una oración litúrgica fijada o en una oración libre, no existe precedente alguno de alguien refiriéndose a YHWH como su Padre. En el caso de nuestro Señor, debemos notar que él en verdad no tenía otra opción sino llamar a Dios su Padre, debido a quien es Él en relación con el Padre, concretamente, el Hijo Eterno que se hizo carne. El hecho de que a nosotros también se nos dé la posibilidad de invocar a Dios como «Padre» es principalmente debido a que, en unión con Cristo, nosotros compartimos su identidad y, por lo tanto, tenemos todo el derecho de llamar a Dios nuestro Padre en el cielo porque somos sus hijos en la tierra.
2. Jesús frecuentemente oraba solo
Marcos nos relata que Jesús se levantó «muy de mañana, cuando todavía estaba oscuro» y fue a orar a un «lugar solitario» (Marcos 1:35). Él salió de Capernaúm para orar a solas. Aquí, Marcos muy posiblemente compara este acto con la estadía de Israel en el desierto, donde el pueblo debía tener comunión con Dios. Curiosamente, las oraciones de Jesús que aparecen en el evangelio de Marcos son siempre solitarias (Marcos 1:35; 6:46; 14:32-39) y en relación con la oposición explícita o implícita a su ministerio. Lucas también registra varias ocasiones en las que Cristo estaba orando, usualmente solo:
- «Y aconteció que cuando todo el pueblo era bautizado, Jesús también fue bautizado: y mientras El oraba, el cielo se abrió» (Lucas 3:21).
- «Cuando se hizo de día, salió y se fue a un lugar solitario» (Lucas 4:42).
- «Pero con frecuencia El se retiraba a lugares solitarios y oraba.» (Lucas 5:16)
- «En esos días El se fue al monte a orar, y pasó toda la noche en oración a Dios.» (Lucas 6:12)
- Ahora sucedió que mientras él oraba solo, sus discípulos estaban con él. Y él les preguntó, «¿Quién dicen las multitudes que soy yo?» (Lucas 9:18).
Puede ser el caso que Jesús haya tenido que orar solo en muchas ocasiones porque solo Él entendía la naturaleza única de su ministerio y sus discípulos simplemente no eran capaces de soportar el tipo de comunión que tendría lugar entre Dios (el Hijo) y Dios (el Padre) en el poder de Dios (el Espíritu). Además, aquí también encontramos una importante lección para nosotros: debemos tener como objetivo orar en un lugar donde no seremos interrumpidos fácilmente.
3. Jesús sabía que sería recompensado
En Mateo 6:6 Jesús promete a sus discípulos que serán recompensados por el Padre cuando orarán en secreto. En este capítulo, la palabra «recompensa» aparece siete veces, las cuales nos señalan bendiciones que nuestro Padre da en respuesta a la oración privada. No tenemos, porque no pedimos (Santiago 4:2) y esto pone en manifiesto nuestra falta de fe (Mateo 21:22). Cristo pidió, porque tenía una fe así de fuerte. Tomemos en cuenta sus peticiones en Juan 17 por ejemplo. Él nos quiere acercar a Dios en fe, creyendo que él existe y que es galardonador de los que le buscan (Hebreos 11:6). Como vemos en el evangelio de Juan, Jesús creía que Dios existía, se acercó a él y también oró por su recompensa: «Y ahora, glorifícame tú, Padre, junto a ti, con la gloria que tenía contigo antes que el mundo existiera.» (Juan 17:5) Debemos hacer lo mismo, siempre y cuando lo hagamos bíblicamente.
4. Jesús encontró gozo en la oración
Tendemos a pensar en Jesús como un varón de dolores (Isaías 53:3). Esto es verdad, pero Jesús fue también un varón de gozo. Los cristianos deben estar gozosos siempre (Filipenses 4:4) y por muy buenas razones. Deberíamos estar gozosos por la obra de Dios en la salvación de los pecadores. Y esta obra también incluye la labor del Espíritu Santo en la vida de los hijos de Dios. Aquellos que están en el Espíritu necesariamente responden a los poderosos actos de redención de Dios y esta respuesta es siempre con gozo. El gozo de Jesús existe como la base de nuestro propio gozo. A través de su evangelio, Lucas muestra claramente la relación entre el Padre y el Hijo, con el Espíritu Santo actuando como el vínculo de amor y gozo entre ellos. ¿Cuáles son las razones específicas del gozo de Cristo? Primero, debemos dejar en claro una verdad muy importante acerca de la vida de Cristo en la tierra durante su ministerio cuando enfrentó muchas pruebas difíciles, culminando en el jardín del Getsemaní y en Gólgota. Jesús el Señor, si bien un «varón de dolores y experimentado en aflicción» (Isaías 53:3), siempre experimentó gozo. Podríamos encontrar esto sorprendente hasta que comprendemos algunas verdades importantes acerca del gozo cristiano. El gozo cristiano es parte del fruto del Espíritu (Gálatas 5:22; ver también Hechos 13:52). La posesión del Espíritu implica la presencia de su fruto de manera íntegra. Un hijo de Dios podría afirmar, «Bueno, yo tengo amor, pero no tengo gozo o dominio propio o paciencia». Sin embargo, nuestro amor es un amor gozoso. Nuestra paciencia es una paciencia gozosa. El fruto (singular en Gálatas 5:22) del Espíritu significa que debemos y seremos (aunque imperfectamente) amorosos, gozosos, fieles, pacientes, etc. En el caso de nuestro Señor, el hombre del Espíritu, él fue lleno del Espíritu más allá de toda medida (Juan 3:34). De esta forma, Cristo posee el fruto del Espíritu incluyendo el gozo, de manera completa y perfecta. Ungido con el Espíritu para cumplir su misión (Lucas 3:21-22; 4:1,14,18), Jesús necesariamente estaba lleno del Espíritu de gozo. En otras palabras, si a Jesús le faltara gozo, carecería de amor y vice versa. Esto explica porque él podía tener gozo aún en los momentos de sufrimiento extremo (Hebreos 12:2). Sin importar cuán grande fuera su sufrimiento, Jesús sabía que había un propósito en ese sufrimiento que conduciría a su gloria y a la nuestra. Jesús «se regocijó mucho en el Espíritu Santo» (Lucas 10:21). En realidad, «regocijó» no es lo suficientemente fuerte; más bien, la idea detrás de la palabra en Griego es algo parecido a «exultar» o «saltar de alegría». Para Él la oración era gozosa. Esto me provoca mucha (confío que así sea) santa envidia de nuestro Señor.
5. Jesús oró a causa de la angustia
Las pruebas y aflicciones nos incitan a orar. Este fue el caso de nuestro Señor. En el contexto de la oración, Jesús estaba «angustiado y afligido». Estas palabras son poco comunes en el Nuevo Testamento. El Estudio de palabras fallan en darnos un entendimiento completo acerca de qué ocurría allí. Sin embargo, podemos vislumbrar la intensidad de su experiencia cuando Jesús testifica, «Mi alma está muy afligida, hasta el punto de la muerte» (Marcos 14:34). Extraordinariamente, Jesús libremente confesó sus propias luchas a hombres que lo habían visto «en poder» (por ejemplo, resucitando a los muertos, echando fuera demonios). Los sufrimientos de Job, la agonía de Abraham llevando a su hijo Isaac al altar, la aflicción de José, la tristeza de David por la muerte de Absalón y los muchos lamentos de los Salmos todos apuntaban a la agonía suprema de Jesús, el único que no merecía ningún sufrimiento en su vida. Solo Jesús podía comprender que era lo que le estaba esperando, porque solo él conocía perfectamente a Dios. A su vez, el conocimiento que tenía Cristo acerca de Dios le dio confianza, gozo y un espíritu determinado a hacer la voluntad del Padre. Este conocimiento gatilló en Él la confirmación del dolor de su alma hasta el punto de la muerte. ¿Cómo podría nuestro Señor no tener las penetrantes verdades de Isaías 53 atravesando su mente en ese momento? La vida de Cristo fue una especie de permanente Getsemaní, así como Lucas 12:50 parece sugerir: «Pero de un bautismo tengo que ser bautizado, y ¡cómo me angustio hasta que se cumpla!» El torrente de la ira de Dios engulliría al Salvador. Por esto, Jesús fue un hombre de oración permanente porque fue un hombre que vivió con la realidad permanente de todo lo que sufriría por nosotros y por nuestra salvación.