Seis errores comunes acerca de Jesús

Un verdadero conocimiento del Salvador es a la vez necesario y útil para nuestro gozo en Dios.

Jesucristo, Dios hecho hombre es la gloria central de la fe cristiana. No obstante, el mismo hecho de que Él es tanto Dios como hombre, ha dado ocasión a numerosos malentendidos y distorsiones, incluso entre cristianos sinceros. Algunos hablan como si Él no fuera completamente humano; otros como si no fuera completamente divino; y aun otros niegan que Él siga siendo Dios y hombre. Los cristianos, a través de los siglos, han tenido el cuidado de corregir estos errores comunes—no porque disfruten discutir sobre detalles, sino porque saben que tener una visión imprecisa acerca de Jesús siempre obrará para nuestro detrimento espiritual. La creencia de que Jesús de Nazaret es a la vez completamente Dios y completamente hombre ha llamado a la indiferencia, a la intriga, al debate, a la especulación, a la burla y a la confusión durante dos mil años aproximadamente. Sin embargo, muy apropiadamente, esta creencia ha llamado también a la adoración, a la devoción y al regocijo por todo el mundo desde el momento de Su encarnación (Lucas 1:41). No obstante, aun entre aquellos que adoran y aman a Cristo, existe mucha ignorancia, malas interpretaciones y errores en relación a Su identidad. Al día de hoy, muchos tienen una visión imprecisa de quién es Jesús y esto siempre (con grados de variación) causa detrimento espiritual. Un verdadero conocimiento del Salvador es a la vez necesario y útil para nuestro gozo en Dios. La medida en la que conocemos a Jesús será la medida en la que conoceremos a Dios. La medida en que malinterpretamos a nuestro Señor será la medida de nuestra ignorancia de Él. La ignorancia no es amiga del crecimiento espiritual. Jesús es la imagen visible del Dios invisible (Colosenses 1:15), así que aquellos que ven a Jesús ven al Padre (Juan 14:9). Nadie puede afirmar que conoce verdaderamente a Dios si no conoce verdaderamente al Hijo. Jesús les hizo a sus discípulos la pregunta más importante quizás que se le puede hacer a alguien: «¿Quién dicen que soy?» (Mateo 16:15). ¿Alguna pregunta ha sido más vigorosamente disputada, completa o parcialmente malinterpretada, voluntariamente ignorada para perjuicio propio y correctamente respondida para ganancia eterna? En respuesta a la pregunta de Cristo, Pedro dijo: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente» (Mateo 16:16). Juan se refiere a Jesús como «el Verbo» que se hizo carne (Juan 1:14). Tomás confesó a Jesús como su «Señor» y «Dios» (Juan 20:28). El autor de Hebreos tenía mucho que decir acerca de quién es Jesús, incluyendo referencias a que Él es «el resplandor de Su gloria» (Hebreos 1:3), y quien participó de sangre y carne (Hebreos 2:14). El apóstol Pablo habla de «Cristo Jesús hombre» (1 Timoteo 2:5), quien es «la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación» (Colosenses 1:15) y el receptor de un nombre divino como el Señor resucitado (Filipenses 2:9-11). Estas declaraciones y muchas otras que encontramos en las Escrituras nos proveen de una realidad impactante: el hombre Jesús de Nazaret no es un hombre ordinario, sino Dios hecho carne. Él es el Dios-Hombre, una distinción que nadie más puede ni podrá tener. Él es una persona única, no en el sentido ordinario en el que llamaríamos a alguien único, sino verdaderamente único en tanto que no hay nadie como Él. Esto es la gloria de la fe cristiana, pero también ha dado lugar a algunos lamentables malentendidos. A lo largo de la historia, la Iglesia ha tratado de explicar este glorioso misterio del Dios-Hombre. No obstante, por varias razones, muchos continúan olvidando la historia y perpetuando errores que realmente no deberían cometerse. Entonces, ¿quién dices que es Jesús?

1. ¿Es verdaderamente humano?

A finales del primer siglo, la herejía del docetismo surgió a través de Serapión, arzobispo de Antioquía (190-203). Él afirmó que la carne de Jesús era «espiritual», que Jesús no tenía una naturaleza verdaderamente humana, sino que solo parecía (del griego, dokeō =aparecer) humano. Más tarde, en el siglo cuarto, Apolinar de Laodicea (315-392) popularizó otra visión falsa de Cristo. El Credo de Nicea es en parte una respuesta a estas posiciones. Apolinar sostuvo que el Logos, el eterno Hijo, asumió un cuerpo humano, pero no una mente humana. Esto significaba, dijeron sus oponentes, que la encarnación era simplemente la divinidad del Hijo habitando una carne sin mente y sin alma. Incluso en el siglo diecisiete, la teología puritana de John Owen lamentó que hubiese personas «en estos días» quienes «destruyen la verdad de su naturaleza humana» . ¿Qué significa ser verdaderamente humano? Significa que tenemos un cuerpo y un alma. Jesús era y es verdaderamente humano. Como afirma el Concilio de Calcedonia (451 d. C.), Él es «verdaderamente hombre de alma racional y de cuerpo, consustancial con el Padre en cuanto a la divinidad, y el mismo consustancial con nosotros en cuanto a la humanidad, semejante en todo a nosotros, menos en el pecado». El Señor es como nosotros «en todo» (Hebreos 2:17). No hay falta de evidencia bíblica respecto a la humanidad de Cristo. Él experimentó reacciones físicas, tales como hambre (Mateo 4:2), sed (Juan 19:28) y cansancio (Juan 4:6). Él lloró (Juan 11:35), gimió (Lucas 19:41) y suspiró (Marcos 7:34; 8:12). Como dice B. B. Warfield: «No hace falta nada para tener una fuerte evidencia de que en Jesús tenemos frente a nosotros a un ser humano como nosotros» . Es vital que creamos esto, pues como Gregorio Nacianceno dijo en Epístolas 101, «aquello que Él no asumió, no ha sanado». ¿Tenemos almas que necesitan ser redimidas? Jesús tenía que poseer un alma. ¿Tenemos cuerpos con facultades y poderes racionales? Jesús tenía que poseer un cuerpo con facultades y poderes racionales. Respondiendo a varios errores relacionados con la humanidad de Cristo, Owen afirmó: El Señor Jesucristo, como hombre, ejerció toda gracia por las facultades y poderes racionales de Su alma, entendimiento, voluntad y afectos… Su naturaleza divina no estaba en Él en lugar de un alma, ni tampoco operaba inmediatamente las cosas que hacía, como algunos han imaginado vanamente; sino que, siendo un hombre perfecto, Su alma racional era en Él el principio inmediato de todas Sus operaciones morales, así como las nuestras están en nosotros. Las acciones morales de Cristo eran acciones verdaderamente humanas. Él, incluso se desarrolló como un verdadero ser humano, yendo de fuerza en fuerza, de sabiduría en sabiduría. Nuevos y mayores grados de conocimiento eran apropiados para Su creciente sabiduría y conocimiento (Lucas 2:52). Esto es posible únicamente si Él poseía una naturaleza verdaderamente humana, incluyendo una mente finita y un alma que refleja nuestras propias mentes y almas finitas. Esto es un elemento esencial de nuestra fe, pues de lo contrario, Su obediencia no fue una obediencia verdaderamente humana a Dios, lo cual eleva todo tipo de interrogantes en relación a nuestra salvación. La sangre, el sudor y las lágrimas de nuestro Salvador no eran las de un mero fantasma, ni algo que los escritores de los Evangelios y de Hebreos resaltaron para un efecto retórico. Su sangre fue verdadera sangre, la que derramaríamos tú o yo si fuésemos heridos, apuñalados o atravesados; Su sudor, como gotas de sangre, fue el efecto de un alma en angustia por la aterradora realidad de la cruz; Sus lágrimas provenían de un corazón roto por los efectos del pecado sobre la humanidad, lo cual únicamente Él podía remediar a través de la cruz. Él tomó nuestra naturaleza, una naturaleza verdaderamente humana, para siempre, para sanarnos para siempre.

2. ¿Obtuvo ayuda?

Si Jesús recibió ayuda en Su obediencia a Dios al cumplir la voluntad de Su Padre (Juan 4:34; 5:19, 30; 6:29, 42, 57), ¿quiénes son las dos personas más calificadas para ayudar a nuestro Señor? Deben ser las otras dos personas en la bendita Trinidad: el Padre y el Espíritu, quienes más lo aman. En Isaías se nos dice que el Espíritu del Señor reposará sobre el Mesías, el siervo del Señor: Y reposará sobre Él el Espíritu del Señor, Espíritu de sabiduría y de inteligencia, Espíritu de consejo y de poder, Espíritu de conocimiento y de temor del Señor. (Isaías 11:2) Esto es afirmado más adelante en Isaías 42:1, la primera canción del siervo: Este es Mi Siervo, a quien Yo sostengo, Mi escogido, en quien Mi alma se complace. He puesto Mi Espíritu sobre Él; Él traerá justicia a las naciones. (ver también Isaías 61:1) Dios el Padre sostiene a Su siervo (el Hijo) poniendo Su Espíritu Santo sobre Él. A medida que leemos la tercera canción del siervo en Isaías, «El Señor Dios me ayuda» (Isaías 50:7). Esta es una hermosa reflexión Trinitaria acerca de la obra de Dios en nuestra salvación. En el Nuevo Testamento, leemos muchas referencias de la obra del Espíritu Santo sobre Cristo. Empezando con la encarnación (Lucas 1:31, 35), Su bautismo (Marcos 1:10), Su tentación en el desierto (Marcos 1:12; Lucas 4:14), Su predicación (Lucas 4:18), los milagros que hizo (Mateo 12:28), Su muerte (Hebreos 9:14), Su resurrección (Romanos 1:4; 8:11) y Su ascensión y entronización (Hechos 2:33; Salmos 45:1-7). Vemos que el Espíritu Santo era la compañía inseparable de Cristo, nunca dejándolo ni abandonándolo ni una sola vez. Era un regalo para Él del Padre de modo que Jesús podía, como un verdadero humano, obedecer y agradar al Padre. Hay un sentido en el cual Jesús nos mostró lo que significa vivir una vida en completa dependencia de Dios. ¿Podía elegir confiar directamente en su propia naturaleza divina? Por supuesto. No obstante, eso ignora el punto de Su verdadera condición de siervo. Él vino como el siervo de Dios, para hacer la voluntad de Dios y para hacer en los términos de Dios, la obra que le fue encomendada. En respuesta, Dios el Padre lo calificó y lo equipó para servirle. El dicho famoso de Agustín: «Da lo que mandas y manda lo que quieras» es preeminentemente cierta de la relación entre el Padre, el Hijo y el Espíritu. Dios le da al Hijo los dones (del Espíritu) necesarios para obedecerle y de esa forma manda lo que Él desea porque no está fuera de la habilidad del hombre Jesucristo. Cristo nos revela no solamente que solo Él es el Salvador, sino también lo que significa vivir una verdadera vida religiosa en completa dependencia en Dios.

3. ¿Pudo haber pecado?

Debido a que Jesús fue verdaderamente tentado ¿es posible que haya pecado? Hay varias razones por las que es imposible que Jesús peque, dos de las cuales son cruciales y deben acallar el debate. En primer lugar, si decimos que Cristo pudo pecar, estamos creando un problema con relación a las dos voluntades de Cristo. Él tiene dos voluntades, cada una apropiada a sus dos naturalezas: una voluntad divina y una voluntad humana. La definición de fe del Sexto Concilio Ecuménico afirma: «Estas dos voluntades naturales no son contrarias la una de la otra (¡Dios libre!) como los impíos heréticos sostienen, sino que Su voluntad humana sigue y no se forma resistente o reacia, sino más bien como sujeta a Su voluntad divina y omnipotente». La voluntad humana de Jesús no puede ser contraria a Su voluntad divina. La voluntad divina—compartida por el Padre, el Hijo y el Espíritu—es una. La voluntad humana de Cristo está sujeta a la voluntad divina, pero no puede ser contraria a esta. Esto lleva a la segunda razón—es decir, que debido a que Cristo es una persona, no pudo pecar sin que esto incluyera a toda la Trinidad. La unidad de la persona de Cristo tiene ciertas implicaciones que por un lado es aterrador pensar en ellas, pero por otro lado son gloriosas para ser meditadas. En resumen, Cristo no pudo pecar sin incluir en ello a Dios. La naturaleza humana de Cristo puede ser peccable (capaz de pecar) en lo abstracto, pero nunca se pueden considerar los actos de Cristo en lo abstracto porque Él es una persona actuando, no una naturaleza actuando. En Su persona, Él es Dios-Hombre y por lo tanto una persona impeccable. Como lo dice W. G. T: «Cuando el Logos actúa en unión con Su naturaleza humana, constituyendo así una sola persona con ella, se vuelve responsable por todo lo que esa persona hace a través de la instrumentalidad de esa naturaleza… Si Jesucristo pecara, el Dios encarnado pecaría» . Solo pregúntate: ¿Podemos concebir la afirmación de que Dios pecó? Porque si decimos que es teóricamente posible que Jesús pecara, entonces estamos diciendo que Dios puede pecar. Y nada puede ser más terrible de considerar. Él fue tentado en todo, como nosotros, pero sin (la posibilidad de) pecado (Hebreos 4:15). La realidad de sus tentaciones es tan cierta como el hecho de que no podía ni pecaría en contra de Dios. Esto no es solamente un misterio para nosotros, también es una gloriosa declaración de quien es Jesús.

4. ¿Es todavía completamente humano?

Muchos creyentes están en lo correcto al afirmar que Jesús fue verdaderamente humano en la tierra, aunque no entienden adecuadamente lo que eso significa. No obstante, algunos se confunden un poco cuando les preguntan si Jesús es todavía completamente humano ahora que está sentado a la diestra del Padre en la gloria. El malentendido más grave que uno tiende a escuchar es que Jesús volvió a ser Dios luego de Su ascensión. Aún peor, algunos dicen: «¿Qué necesidad hay ya para Su humanidad?». Owen resaltó: «Que todavía está en la misma naturaleza humana que tenía cuando estaba en la tierra, que tiene la misma alma racional y el mismo cuerpo, es un artículo fundamental de la fe cristiana » . La existencia continua de Cristo como el Dios-Hombre es un artículo fundamental de nuestra religión. El brillante teólogo holandés Abraham Kuyper, meditando sobre Juan 1:14, escribió una vez: «¡El Verbo se hizo carne! ¡Se ha hecho carne para nunca más separarse de la carne! Ni siquiera en estos momentos en el Trono» . Según Owen, la naturaleza humana de Cristo no está ahora «deificada» (es decir, no hecha un dios); «en el cielo no se fusiona en una naturaleza con la divina por una composición de ellas» . Él es y para siempre será tanto completamente Dios como completamente hombre. Su naturaleza humana no tiene ningún atributo divino o una propiedad comunicada a esta de tal manera que ya no sea humana. La naturaleza humana de Cristo siempre será verdaderamente humana, aun en Su estado glorificado en el Cielo. Y estas son buenas noticias para nosotros que esperamos a nuestro Salvador «el Señor Jesucristo el cual transformará el cuerpo de nuestro estado de humillación en conformidad al cuerpo de Su gloria, por el ejercicio del poder que tiene aún para sujetar todas las cosas a Él mismo» (Filipenses 3:20-21). En otras palabras, veremos Su humanidad glorificada con los ojos de nuestros propios cuerpos glorificados. Para nosotros ahora, esto significa que el Cristo glorificado tiene una compasión humana hacia nosotros; nos mira como uno que es capaz de simpatizar con nosotros en nuestra debilidad porque una vez vivió en debilidad (Hebreos 4:15). Él todavía es un sacerdote, uno que posee una humanidad que Él mismo disfruta a la vez que es capaz de hacer todas las cosas en poder por el bien de Su novia, la Iglesia.

5. ¿Él es completamente Dios?

Presuntamente, un buen número de cristianos evangélicos profesantes cuestionan si Jesús es completamente Dios. «Fue un buen hombre, designado por Dios para ser el Salvador ¡sí! Pero ciertamente no Dios en la forma en la que el Padre es Dios» argumentan. Arrio de Alejandría (c. 250–336) parece ser el hereje más famoso quien negó que el Hijo, el Logos, fuera co-igual con el Padre. Arrio sugirió que hubo un tiempo cuando el Hijo de Dios no era, de ese modo negando la verdadera divinidad de Cristo. La evidencia de que Jesús de Nazaret era completamente divino—homoousios (igual esencia) con el Padre—es tan abundante que hace difícil simpatizar con aquellos que tienen dificultades con esta verdad. Si Jesús no es completamente Dios, entonces los escritores del Nuevo Testamento se tomaron grandes molestias para confundir y mentir a la iglesia (Por ejemplo, Filipenses 2:5-11; Hebreos 1:1-4; Colosenses 1:15-20). El prólogo del Evangelio de Juan provee suficiente evidencia explícita sobre la cual la iglesia puede descansar el caso de que Jesús es verdaderamente Dios. Considera las palabras de apertura: «En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios». Más adelante en el prólogo, Juan hace la sorprendente afirmación—quizás el versículo más increíble para cualquier judío del primer siglo—de que «el Verbo se hizo carne» (Juan 1:14). «Era» en el versículo 1 debe contrastarse con «se hizo» en el versículo 14. El Verbo (Logos) no «se hizo» en el sentido de venir a existencia. En su lugar, el Verbo simplemente «era». Otros pasajes en el Evangelio de Juan confirman y respaldan esta verdad (Juan 3:13; 6:62; 8:57–58; 17:5; 20:28). Más adelante, Juan hace referencia al tiempo cuando Isaías vio «al Rey, el Señor de los ejércitos» (Isaías 6:5). Luego de citar una sección de Isaías 6, él afirma que «esto dijo Isaías porque vio Su gloria, y habló de Él» (Juan 12:41). Más aún, en Isaías se nos dice que Dios no da Su gloria a nadie más que a sí mismo (Isaías 42:8) y, sin embargo, Jesús le pidió al Padre que lo glorifica en la presencia de Su Padre «con la gloria que [Él] tenía [con Su Padre] antes que el mundo existiera» (Juan 17:5). Si Jesús no es Dios, entonces no solamente está engañado, sino que Su petición es una abominación. En el libro de Apocalipsis, Juan hace una cantidad de afirmaciones que demuestra la divinidad de Cristo al conectar explícitamente a Jesús y a Yahweh: Yawheh (Isaías) «Yo, el Señor, soy el primero, y con los postreros soy» (41:4). Jesús (Apocalipsis) «No temas, yo soy el primero y el último, y el que vive» (1:17-18). Yawheh (Isaías) «Yo soy el primero y yo soy el último, y fuera de mí no hay Dios» (44:6). Jesús (Apocalipsis) «Y escribe al ángel de la iglesia en Esmirna: “El primero y el último, el que estuvo muerto y ha vuelto a la vida, dice esto:» (2:8). Yawheh (Isaías) «Yo soy, yo soy el primero y también soy el último» (48:12). Jesús (Apocalipsis) «Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último, el principio y el fin» (22:13). ¿Qué nos enseñan estos paralelismos? Jesús no es otro que Yahweh mismo. Como pleno Dios del mismo Dios, igual en esencia con el Padre y con el Espíritu Santo, Jesús necesariamente posee todos los atributos divinos. ¿Es el Padre majestuoso? También lo es el Hijo. ¿Es el Padre infinita, eterna, inmutablemente poderoso? También lo es el Hijo. ¿Es el Padre santo, santo, santo? También lo es el Hijo. En relación a la naturaleza divina, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son co-iguales en esencia. Él no es solamente glorioso, sino infinita e inmutablemente glorioso.

6. ¿Es María «la madre de Dios»?

¿Y qué hay sobre el lenguaje de que María es la madre de Dios (theotokos)? La verdad de esta declaración no debe ser rechazada por la forma en que ha sido malentendida por los católicos romanos. Cuando el Hijo se hizo carne (Juan 1:14), asumió una naturaleza humana, no una persona humana. La naturaleza humana subsiste en la persona del Hijo de Dios «no dividida o separada en dos personas, sino en uno y en el mismo Hijo y Unigénito Dios, el Verbo, el Señor Jesucristo» (Concilio de Calcedonia). Los teólogos le han llamado «unión hipostática» a la encarnación del Hijo de Dios. La unión de dos naturalezas en una persona quiere decir que cuando hablamos acerca de Jesús no decimos: «sSu naturaleza humana hizo esto» o «Su naturaleza divina hizo aquello». En su lugar, decimos que Jesús hizo esto o aquello, de acuerdo ya sea a Su naturaleza humana o divina. Pablo enfatiza esto al inicio del libro de Romanos: «… acerca de Su Hijo, que nació de la descendencia de David según la carne» (Romanos 1:3). El sujeto es la persona, el Hijo, quien realiza acciones de acuerdo tanto a Su naturaleza humana (por ejemplo: comer. Lucas 24:43) o a Su naturaleza divina (por ejemplo, sostener el universo. Hebreos 1:3). Por lo tanto, María no dio a luz a una naturaleza humana en lo abstracto, sino a una persona. Esa persona es el Hijo de Dios, lo que significa que María es la madre de Dios, lo cual es la enseñanza del Credo de Calcedonia (451 d. C.) y una prueba de ortodoxia para los creyentes cristianos. Es por esto que en Hechos 20:28 Pablo puede exhortar a los ancianos de Éfeso a «pastorear la iglesia de Dios, la cual Él compró con Su propia sangre». Dios el Hijo obtuvo, mediante Su muerte y resurrección, la iglesia con Su propia sangre.

¿Quién dices que es Jesús?

Debido a la entrada del pecado en el mundo a través del hombre, este debe lograr la satisfacción de Dios. Sin embargo, el hombre pecador no puede lograr la satisfacción por su pecado. Potencialmente, solo un mero hombre sin pecado podía hacer restitución por un hombre pecador. La satisfacción de muchos hombres («como la arena en la orilla del mar», Génesis 22:17) puede llevarse a cabo únicamente a través del Dios-Hombre, Jesucristo. Él es el Mesías designado por Dios, quien es el único que puede traer salvación a los pecadores. Pedro reconoció esta gran verdad para su gran beneficio. Por fe, Pedro confesó a Jesús como el Cristo, el Hijo de Dios (Mateo 16:16). Ahora, por vista, Pedro contempla la gloria de Dios en la faz de Jesucristo. Aquellos que, por fe, contemplan la gloria de Dios en la faz de Jesucristo en esta vida, pueden esperar con confianza que harán lo mismo en la vida venidera, ya por vista. Esa es la razón por la que la única esperanza de la iglesia del día de hoy no es un mero hombre, sino el Dios-Hombre, quien te pregunta: «¿quién dices que soy Yo?».

Mark Jones

Mark Jones es el director ministerial de Faith Vancouver Presbyterian Church y autor de Knowing Christ y más recientemente The Prayers of Jesus: Listening to and Learning from Our Savior.

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